jueves, 8 de julio de 2021

Madre Santísima de la Luz: una iconografía jesuítica prohibida (siglo XVIII).

 Madre Santísima de la Luz: 

una iconografía jesuítica prohibida (siglo XVIII). 


“Historia, arte y devoción de Nuestra Señora de la Luz en Sevilla y Cádiz 

(siglos XVI-XVIII)”, en SÁNCHEZ RAMOS, V. (ed.): Lux Mundi. Dalías (Almería) 20 y 21 de octubre de 2006, Almería 2007, Tomo I, pp. 407-452.

 

https://www.academia.edu/7980969/_Historia_arte_y_devoci%C3%B3n_de_Nuestra_Se%C3%B1ora_de_la_Luz_en_Sevilla_y_C%C3%A1diz_siglos_XVI_XVIII_en_S%C3%81NCHEZ_RAMOS_V_ed_Lux_Mundi_Dal%C3%ADas_Almer%C3%ADa_20_y_21_de_octubre_de_2006_Almer%C3%ADa_2007_Tomo_I_pp_407_452


https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5717304

 

   A lo largo del siglo XVIII se produce una agregación a la tradicional concepción de la advocación de la luz. A partir de los años 30, con la aparición de la Virgen en Palermo, se difunde una nueva idea que van a hacer suya los jesuitas, defendiéndola con el nombre de María Madre Santísima de la Luz, variado en otras ocasiones como Santísima Madre del Lumen (nota 1).

 

Entre ellos se van a significar en su defensa Diego de Ribera y José de Tovar Ribera (nota 2) en un sermón del año 1756 la va a calificar de “Sol” que ilumina a los justos, de “Aurora” que alumbra a los penitentes y de “Luna” que da claridad a los pecadores. Recurre al conocido versículo del Apocalipsis: “una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies…” (12, 1).

 

Los jesuitas van a construir un mensaje identificando a María con la perpetuación de la fe, la luz auténtica, la que disipa las tinieblas de la noche frente a la luz engañosa de la razón ilustrada.

 

María va a identificarse con la Iglesia perseguida por los agentes del mal, entre ellos la nueva filosofía ilustrada, que a su vez va a ser asemejada con el dragón infernal: “y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos”.

 

La difusión del nuevo culto va a intentar identificar “luz con inmaculada”. Durante el tiempo de la Anunciación, María estaba llena de gracia, sin pecado. Además para una rápida difusión del culto era necesario dotar a la imagen de la máxima capacidad milagrosa que fuera posible. A ello contribuiría una abundante propaganda impresa, ya fuera mediante estampas, novenarios y opúsculos, sobre los beneficios que se lograban con ella.

 

La iconografía con la cual se representaba a la Madre Santísima de la Luz se difundió mucho a través de los grabados. María se representaba con una túnica blanca con faja esmaltada en la cintura y manto azul sobre los hombros, ciñendo una corona imperial, sosteniendo al Niño Jesús en su brazo izquierdo. Aparecía sobre un mar de fuego en el cual a veces se representaba a un dragón como símbolo del demonio. La Virgen era representada en ademán de sacar a un alma pecadora del infierno, y de mantenerla sujeta de la mano para que no volviera a caer (nota 3). A su vez un ángel le podía ofrecer un cesto lleno de corazones o almas. Podía estar rodeada de otros elementos como el sol, la luna, las estrellas, los jeroglíficos, etc. Solía estar acompañada de iconografía jesuita, ya fueran las figuras de San Ignacio de Loyola o San Francisco de Borja.

 

Esta representación circuló mediante grabados por la Sevilla del siglo XVIII, siendo uno de ellos en concreto el que representa a la Madre Santísima de la Luz, del Colegio Imperial de Madrid, de la Compañía de Jesús (nota 4). La fuerte presencia jesuita en la capital hispalense fue clave para tal difusión: Colegio de San Hermenegildo, de la Casa Profesa de la Anunciación, del Noviciado de San Luis de los Franceses, el Colegio de San Patricio o de los Irlandeses, el Colegio de San Gregorio o de los Ingleses, y el Colegio de la Purísima Concepción o de las Becas.

 

La crítica y la oposición a tal representación projesuítica argumentaba que la Virgen podía ser intercesora pero no otorgar favores, y no podía sacar a un alma del infierno (sólo Dios era fuente de salvación), máxime cuando las penas del infierno eran eternas, y ello podía provocar un relajación de la moral.

 

Con la expulsión de los jesuitas se produce una persecución del culto a María Santísima de la Luz y llega a ser prohibido en España (nota 5). Así los máximos prelados de las diócesis de Sevilla y Cádiz la prohibirían mediante decreto. A ellos se acogerían los detractores que querían prohibirla en México (Cardenal Lorenzana), según se discutió en el III Concilio Provincial Mexicano (año 1771). A pesar del debate se logró mantener esta invocación. En su defensa se expresaba que la Virgen no sacaba del infierno a un alma condenada, sino que al contrario, lo que impedía era que cayera el alma en las fauces del maligno (dragón).


Notas:

 

1.- La devoción de María, Madre Santísima de la Luz, Palermo, 1733-1734, 2 tomos. En el mundo hispánico fue publicada por Lucas Rincón en México, 1737, con el título de Antídoto contra todo mal, difundiéndose por el mismo. Recientemente también se ha publicado por el P. Giovanni Lanzafame, La Madre Santísima de la Luz. Una advocación mariana de Sicilia para el mundo, Sevilla 2006.

 

2.- Diego de Rivera, Sermón de la Madre Santísima de la Luz, que en el día de su colocación en el preciosos altar, y adorno, que le tenía preparado la devoción de sus congregantes en la iglesia del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, predicó el R. P. Dr. Diego de Ribera, Viuda de Manuel Fernández, Madrid 1756. José de Tobar, La invocación de Nuestra Señora con el título de Madre Santísima de la Luz. Propuesta y explicada por D. José de Tobar, Viuda de Miguel Peralte, Madrid 1751.


3.- La Madre Stma. de la Luz jesuítica, era un modelo iconográfico de salvación de almas que en muchas ocasiones sustituyó los corazones por escapularios. Sería una representación semejante a la tradicional de la Virgen del Carmen visitando el purgatorio, para conducir al cielo a las ánimas de sus devotos. M. Trens, Iconografía de la Virgen en el arte español, Madrid, 1947, p. 350. J. Carlos Vizuete Mendoza, “Ilustrados y religiosidad popular: Lorenzana, Arzobispo en México y Toledo”, en J. C. Vizuete Mendoza; Palma Martínez-Burgos García (coords.), Religiosidad Popular y modelos de identidad en España y América, Ediciones de la Universidad de Castilla- La Mancha, Cuenca 2000, págs. 195-197.


4.- J. M. Vázquez Soto, El santoral sevillano en los grabados de estampas, Sevilla, 1984. Lámina 138.


5.- Resolución del Consejo en que se manda observar la prohibición de estampas, devocionarios, novenas, etc., de Nuestra Señora de la Luz: Año 1770, s. l., s. a.



Estampa de la Madre Santísima de la Luz. Extraída de Alcozer, Fr. J. A., Carta apologética a favor del título de Madre Santísima de la Luz, México, imprenta de Felipe de Zúñiga y Ontiveros, 1790. Recogida en Rebeca Carretero Calvo: La Madre Santísima de la Luz en Aragón, simbolismo de una iconografía jesuítica prohibida, en Ernesto Carlos Arce Oliva, Alberto Castán Chocarro; Concha Lomba Serrano (dir. congr.), Juan Carlos Lozano López (dir. congr.), El recurso a lo simbólico: reflexiones sobre el gusto II, 2014, págs. 203-212, vid. pág. 211.
-



Giovanni Antonio Genovese. La divozione di Maria Madre Santissima del Lume distribuita in tre parti … da un sacerdote della Compagnia di Gesù, 2 tomos. Palermo: Stefano Amato, 1733. Biblioteca centrale della Regione siciliana “Alberto Bombace”. Palermo. Con el permiso del Assessorato regionale dei Beni Culturali e dell’Identità Siciliana, Dipartimento dei Beni Culturali e dell'Identità Siciliana. Recogido en Cristina Rato. Discusiones en torno a una imagen misionera. Nuestra Señora de la Luz y el Cuarto Concilio Provincial Mexicano, en H-ART: revista de historia, teoría y crítica de arte - Número 3 (Julio-Diciembre 2018) páginas 25-48, vid. pág. 27. Recogida en Cristina Rato. Discusiones en torno a una imagen misionera. Nuestra Señora de la Luz y el Cuarto Concilio Provincial Mexicano, en H-ART: revista de historia, teoría y crítica de arte - Número 3 (Julio-Diciembre 2018) páginas 25-48, vid. pág. 27.


Más bibliografía sobre el tema:


Enrique Giménez López: La devoción a la "Madre Santísima de la Luz": un aspecto de la represión del jesuitismo en la España de Carlos III, en Revista de Historia Moderna: Anales de la Universidad de Alicante, Nº 15, 1996 (Ejemplar dedicado a: Jesuítas en la España del siglo XVIII), págs. 213-232


https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=96157


Enrique Giménez López: La devoción a la "Madre Santísima de la Luz": un aspecto de la represión del jesuitismo en la España de Carlos III, en Enrique Giménez López (coord). Expulsión y exilio de los jesuitas españoles, 1997, págs. 213-228


https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2050491


José Carlos Vizuete Mendoza: En las fronteras de la ortodoxia. La devoción a la Virgen de la Luz (Madre Santísima de la Luz) en Nueva España en Ricardo Izquierdo Benito, Fernando Martínez Gil (coords): Religión y heterodoxias en el mundo hispánico: siglos XIV-XVIII, 2011, págs. 255-279


https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4036540


Rebeca Carretero Calvo: La Madre Santísima de la Luz en Aragón, simbolismo de una iconografía jesuítica prohibida, en Ernesto Carlos Arce Oliva, Alberto Castán Chocarro; Concha Lomba Serrano (dir. congr.), Juan Carlos Lozano López (dir. congr.), El recurso a lo simbólico: reflexiones sobre el gusto II, 2014, págs. 203-212


https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/34/00/10carretero.pdf


https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5379574


Cristina Rato. Discusiones en torno a una imagen misionera. Nuestra Señora de la Luz y el Cuarto Concilio Provincial Mexicano, en H-ART: revista de historia, teoría y crítica de arte - Número 3 (Julio-Diciembre 2018) páginas 25-48.


https://revistas.uniandes.edu.co/doi/pdf/10.25025/hart03.2018.02

viernes, 7 de mayo de 2021

"La vinculación de La Puebla de Cazalla con América: emigrantes e indianos (siglos XVI – XVIII)".

  ------------------------------------------------------------------------------------

La vinculación de La Puebla de Cazalla con América: 

emigrantes e indianos (siglos XVI – XVIII)

 

Salvador Hernández González

Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla

 en

CABELLO NÚÑEZ, J.; GUTIÉRREZ NÚÑEZ, F. J. (coordinadores): 

La Puebla de Cazalla. Una villa Centenaria, una villa con Historia. 

V Centenario de la Carta-Puebla (1502-2002), 

Ediciones El Viso, Madrid 2009

------------------------------------------------------------------------------------



1.- La vinculación americana de La Puebla de Cazalla, un desconocido aspecto de la historia local.

      Desde los primeros años del siglo XVI y hasta al menos el siglo XVIII Puebla de Cazalla, al igual que muchas localidades andaluzas, participó en la corriente migratoria originada con el descubrimiento y colonización de América. Este éxodo al Nuevo Mundo durante la Edad Moderna, desigualmente estudiado por la historiografía tanto en su reparto temporal como geográfico [1] , vino motivado, fundamentalmente, por el ansia de promoción económica, el deseo de escapar de la miseria y la ilusión de encontrar mejor nivel de vida, deslumbrados los emigrantes por las perspectivas y posibilidades que las riquezas del continente americano ponían ante sus ojos, que no siempre llegaban a cumplirse realmente.

El tema de la emigración andaluza a Indias en la Edad Moderna ha sido objeto de abundantes estudios, centrados por lo común en localidades o zonas concretas [2], más que en la totalidad del marco regional [3],  en los que se intenta calibrar el alcance y las dimensiones de este fenómeno, buscando en definitiva medir y calcular cuántos, cuándo, de dónde y adónde fueron. Por contra, conocemos mucho peor la vida de los que pasaron al Nuevo Mundo: quiénes fueron, por qué se fueron y qué hicieron y la repercusión que su actividad tuvo en su tierra natal. Mediante el estudio de la trayectoria vital de estos indianos podremos conseguir un conocimiento más profundo de las causas de la emigración y de sus consecuencias en ambas orillas del Atlántico, al tiempo que se nos arrojará luz para el estudio de la conformación social, cultural y económica hispanoamericana.

Esta circunstancia adquiere para el caso de Puebla de Cazalla mayor interés si se tiene en cuenta que este es uno de los capítulos más desconocidos de su historia. La actividad de estos indianos, como decimos todavía poco y mal conocida, supone un rico legado cultural que tiene su reflejo en una inédita documentación histórica dispersa por depósitos documentales tan variados como archivos parroquiales, archivos de protocolos notariales y archivos nacionales, como el Archivo General de Indias, siendo los fondos de este último la base de nuestro trabajo.

En efecto, dentro de la abrumadora riqueza de fondos que encierra el que ha sido justamente denominado “ archivo de las Américas “, las secciones “ Contratación , “ Indiferente General “ y “ Guatemala “ han sido las que nos han proporcionado noticias sobre la actividad de los “ moriscos “ en el Nuevo Mundo. La primera sección, “ Contratación “, constituye la base de los Catálogos de pasajeros, elaborados a partir de los expedientes de información y concesión de licencia de pasaje, y de los libros de asiento de esos viajeros, que a pesar de sus lagunas y omisiones constituyen una insustituible fuente de información que nos facilita la nómina de los que partieron de Puebla de Cazalla, completada con algunas cédulas reales autorizando el pase a Indias, contenidas en la sección “ Indiferente General “. 

También en Contratación disponemos de la serie “ Bienes de difuntos “, que conserva en sus legajos la documentación generada por la herencia de aquellos indianos fallecidos en las Indias, que al ser enviada a su lugar de origen pone en marcha un complejo proceso burocrático de gran riqueza informativa al arrojarnos luz tanto sobre la actividad del difunto como sobre las repercusiones que sus legados iban a tener en su tierra natal. Por su parte, la sección “ Guatemala “ nos ha permitido esbozar el perfil biográfico de un “ morisco “ ilustre, el militar Rafael de Benavides, que desempeñó el cargo de corregidor en la localidad guatemalteca de Chiquimula de la Sierra a mediados del siglo XVIII.

 

2. Los pasajeros de La Puebla de Cazalla.

      La administración española aplicó en América, con respecto a la emigración a las nuevas tierras, una política de tira y afloja, fluctuante de acuerdo con las necesidades que se van planteando: se trataba de fomentar la emigración facilitando la concesión de licencias, pero sometiéndola a un estrecho control para que la corriente migratoria se encauce hacia el lugar que conviene.

A raíz de la creación de la Casa de la Contratación en 1503, será este organismo el encargado de vigilar el cumplimiento de la normativa vigente en cuanto al tráfico comercial y la emigración humana a Indias. La persona que pretendía marchar al Nuevo Mundo debía solventar una serie de trámites burocráticos para obtener la licencia que autorizase su paso para cruzar el Atlántico. Los funcionarios de la Casa debían registrar a todos los que deseaban pasar a América, asentándolos en los libros de pasajeros, iniciados en 1509 y que como ya hemos señalado constituyen una fuente indispensable para el conocimiento de la emigración española al Nuevo Mundo. 

Por ello el interés que ofrece este fondo documental ha llevado a la publicación del Catálogo de pasajeros a Indias, en el que se ha volcado el contenido de estos libros – registro, tarea iniciada en 1930 por Rubio Moreno, seguida en la década de los 40 por Bermúdez Plata, retomada tras un largo paréntesis por Romera Iruela y Galbis Díez en los años 80 y continuada en nuestros días por el personal del Archivo General de Indias, cubriendo hasta la actualidad el período comprendido entre 1509 y 1639. Tan ingente tarea ha tenido su fruto como decimos en la publicación de dicho Catálogo de pasajeros a Indias, del que sus primeros siete volúmenes abarcan desde 1509 a 1599, completándose con otros cuatro volúmenes que recogen los pasajeros de los años 1600 – 1639, si bien éstos últimos se hallan en edición mecanografiada limitada al uso interno de los investigadores en el propio Archivo.

La legislación real establecía que toda embarcación que se dirigiese a las Indias debía llevar una relación detallada de los pasajeros que conduce, para entregarla a las autoridades indianas. De este modo se quería evitar el paso de personas consideradas indeseables: moros, judíos, conversos, penitenciados por la Inquisición, etc. Quienes desean pasar debían obtener como ya se ha dicho las pertinentes licencias, que si durante algún tiempo fueron expedidas por los jueces de la Casa de la Contratación sin demasiados requisitos, a raíz de la creación del Consejo de Indias y a partir de 1546 sería éste el organismo encargado de concederlas, previo examen, por parte de los oficiales de la Contratación, de las informaciones testificales aportadas por los pasajeros y hechas en sus lugares de nacimiento, que probaran que el interesado no estaba incluido en ninguno de los grupos de “ los prohibidos “. 

Estos expedientes de información, al reflejar la procedencia del pasajero que pretendía pasar a Indias, son una fuente de gran interés para la historia local, porque en ellos consta el lugar de nacimiento y / o vecindad, los nombres de los padres y abuelos por ambas ramas, la edad y estado civil del futuro emigrante y – no siempre – su oficio o profesión [4]. Cada expediente puede incluir, teóricamente, documentos tan variados como la petición del emigrante, copia de la Real Cédula que otorga la posibilidad de emigrar, la concesión de la licencia de embarque por parte de los funcionarios de la Casa de la Contratación, información sobre la limpieza de sangre del emigrante, etc. [5]

Parece claro que en la mayoría de los casos el deseo de mejorar y de fortuna fue el impulso que movió a hombres y mujeres a emprender la aventura americana [6] . El retrato – robot más próximo a la realidad dibuja una persona de sexo masculino, joven y soltera.

Este fenómeno migratorio va a tener en Andalucía su plataforma de lanzamiento, encauzándose primero por el puerto de Sevilla, durante los siglos XVI y XVII, hasta que en el siglo XVIII la política liberalizadora del comercio fue facilitando paulatinamente la salida por otros puertos peninsulares. Este flujo poblacional hacia las tierras del Nuevo Mundo tuvo un reparto desigual tanto en el tiempo como en el espacio americano, pudiendo señalarse a grandes rasgos que la gran época de la emigración andaluza fue la segunda mitad del siglo XVI y el primer cuarto del XVII, sufriendo un descenso muy acusado sobre todo tras la epidemia de peste de 1649 [7].

El caso concreto de Puebla de Cazalla se inscribe en esta tendencia general, repartiéndose la nómina de emigrantes “ moriscos “ entre los siglos XVI y XVII, siendo el flujo migratorio más intenso en el Quinientos, con ocho expedientes de embarque, que descienden a tres en el Seiscientos, mientras que para el siglo XVIII sólo podemos registrar el desplazamientos de dos “ moriscos “, que obedecen en esta ocasión a móviles tan concretos y dispares como la participación en una expedición misionera y el desempeño de un cargo público, por lo que se apartan del perfil que había sido habitual en los que atravesaron el océano en los dos primeros siglos de la colonización española.

2.1.- SIGLO XVI

 En el siglo XVI se registra la registra la concesión de ocho licencias de embarque, dirigidas en su mayor parte a Nueva España (actual Méjico), con cinco casos, repartiéndose los tres restantes entre el Río de la Plata (circunscripción territorial distribuida entre las actuales repúblicas de Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, sur de Brasil y parte de Chile), con dos expedientes, y Perú, con uno.

Los primeros “ moriscos “ que embarcan con destino al Nuevo Mundo, en 1535, son Pedro Moreno y Juan de Palma, a quienes se les concede el 27 de agosto de dicho año licencia para pasar al Río de la Plata, siendo asentados en el correspondiente libro de pasajeros [8] . Del primero se señala que es hijo de Hernán González Moreno y de María Gómez de Alcocer, vecinos de la Puebla de Cazalla. Como, según hemos visto, la legislación de la época prohibía el pase a América de individuos considerados “prohibidos“ o “indeseables“, como moros, judíos, conversos, penitenciados por la Inquisición, etc., el destinatario de la licencia de embarque debía presentar testigos que bajo juramento avalasen su legalidad, que en el caso de Pedro Moreno fueron Juan Fernández Pacheco y el otro viajero, Juan de Palma. Con respecto a este último, en el asiento correspondiente se indica que es hijo de Antón de Palma y de María García, igualmente vecinos de Puebla, contando con el aval del juramento prestado por Juan Fernández Pacheco y su compañero de viaje, Pedro Moreno.

Ya a mediados del siglo tenemos a Hernando García Palomo, a quien el 11 de octubre de 1561 se autoriza su pase a Nueva España [9]. Hijo de Hernando García Palomo y María García, en su viaje iría acompañado por su esposa Isabel Jiménez – natural de la localidad aljarafeña de Villanueva del Ariscal e hija de Juan Jiménez y Leonor Díaz - , su hija Leonor, de ocho meses de edad, y su cuñada Inés Díaz, soltera.

En la década de los ochenta se incrementa el número de “ moriscos “ que emprenden el camino del Nuevo Mundo, registrándose la concesión de cinco licencias de embarque. El 2 de mayo de 1580 se autoriza el pase a la Nueva España de Juan Romero, hijo de Gonzalo Romero y de Luisa de Espinosa, acompañado por su hijo Pedro Romero, teniendo previsto su embarque en la nao del maestre Juan de Estrada, aunque el siguiente 3 de septiembre se le otorgó un duplicado de su licencia [10] . Este hecho, relativamente frecuente en estos registros de pasajeros, obliga a pensar – aunque no se exprese en la documentación, pero era frecuente – que por cualquier contingencia como enfermedad propia o de algún familiar no pudieron salir en la flota para la que estaban autorizados, lo que obligaría como vemos a que la Casa de la Contratación le refrendase la licencia para la siguiente ocasión.

Al mismo destino se dirigen, en 1584, los cuatro pasajeros “ moriscos “ que cierran el siglo XVI. Al primero, Gonzalo Hernández de Benjumea – del que no se expresa parentesco alguno – se le concede licencia el 31 de marzo, pudiendo llevar consigo a su mujer, hijos y una sirvienta, aunque “ dando información “, es decir, presentando las pertinentes declaraciones de testigos que, en Puebla de Cazalla, dieran fe de la legalidad del pasajero, aunque en este caso la documentación no recoge tales diligencias, sino sólo el escueto extracto de la cédula real por la que se autoriza su paso [11]. El siguiente 7 de abril se autoriza el embarque de otros dos pasajeros,  Juan Fernández y Gonzalo Bravo, de los que únicamente se señala que son vecinos de Puebla de Cazalla [12].

El último pasajero del Quinientos, Domingo Sánchez, verá retrasado su proyectado viaje al Perú a consecuencia del asalto sufrido en el camino durante un viaje de Sevilla a Puebla, a la altura del Gandul, no lejos de Alcalá de Guadaira, incidente en el que le robaron la licencia que se le había concedido para su pase a Indias [13] . El 5 de septiembre de 1584 compareció ante la Casa de la Contratación, exponiendo el percance sufrido y solicitando un duplicado de su permiso de embarque. En prueba de la veracidad del infortunado suceso del que fue víctima, se comprometió a presentar testigos del hecho, cuyas declaraciones fuesen visadas por las autoridades de Puebla de Cazalla, destinatarias de la carta requisitoria emitida por la Casa de la Contratación, en la que se les exhortaba a facilitar la comparecencia de los declarantes. 

El 9 y el 17 del mismo mes y ante el Licenciado Montiel, Corregidor de la villa, y el escribano Cristóbal de Molina, comparecieron los testigos, Pedro González Cabello, Juan de Osuna y el soldado Francisco Calero, todos vecinos de la localidad, quienes expusieron cómo en efecto viniendo de Sevilla y a la altura del Gandul fueron asaltados por cinco ladrones, que tras poner en fuga a los arrieros, hirieron al citado soldado, al que quitaron su espada, y hurtaron el equipaje de Domingo Sánchez, que contenía diversos documentos, entre ellos la licencia emitida por la Casa de la Contratación. El siguiente día 20 Domingo Sánchez presentó todas estas declaraciones testificales ante los jueces de la Casa de la Contratación, que en su vista decretaron que al interesado se le proporcionase un certificado emitido por la Contaduría que diese fe de la existencia de la licencia perdida, aunque en la documentación no se recoge si finalmente se le renovó el permiso extraviado, lo que sería lo más probable.

 

2.2.- SIGLO XVII

 En el Seiscientos desciende a tres el número de licencias de pasajeros “moriscos“, aunque ahora encaminados a destinos tan variados como el Nuevo Reino de Granada (circunscripción administrativa que cubría aproximadamente los territorios de la actual Colombia), Perú y Filipinas.

Abre el siglo Juan López Paladines, natural de Puebla de Cazalla y vecino de Sevilla, de cincuenta años de edad, “mediano de cuerpo, los dientes de la parte de arriba mellados“, quien a comienzos de 1601 tramita ante la Casa de la Contratación la concesión de una nueva licencia de pasajero, por haber perdido la que se le había concedido poco antes [14]. En efecto, por real cédula de 31 de diciembre de 1600 se autorizaba su paso al Nuevo Reino de Granada, para encontrarse con un hijo suyo, llevando consigo a su mujer, los demás hijos, su sobrina María de Aranda (de 24 años de edad, “ blanca de rostro y mediana de cuerpo “) y una criada. Ante el extravío de este documento, expuesto por López Paladines el siguiente mes de enero ante las autoridades de la Casa de la Contratación, éstas le dieron permiso para que se procediese a realizar información testifical, es decir, la presentación de las declaraciones de cuantos testigos el interesado estimase oportuno para certificar su parentesco y la carencia de cualquier impedimento legal que obstaculizase su paso al Nuevo Mundo, lo que se aseguraba mediante la certificación de la limpieza de sangre, es decir, que los candidatos a pasajeros no descendían de musulmanes, judíos, “ cristianos nuevos “ o conversos ni penitenciados por el Tribunal de la Inquisición, requisito habitualmente exigido en la época para otras cuestiones relacionadas con la administración, como la consecución de cargos públicos o el ingreso en las instituciones eclesiásticas y civiles. 

Como era normal en este tipo de expedientes, los testimonios presentados, muchas veces de fechas anteriores a la de la tramitación del pasaje, pero con vistas a su consecución, venían a revelar no sólo la naturaleza del titular, sino también la de sus acompañantes, en este caso su mujer e hijos, indicándose además los nombres de los padres y suegros del futuro emigrante, datos todos que como decimos procedían de las declaraciones de testigos recogidas con anterioridad en los lugares de origen de ambos cónyuges. En el caso de Juan López Paladines, aunque nacido al parecer en Puebla de Cazalla, sus ascendientes se localizaban en la población extremeña de Llerena, mientras que su esposa era oriunda de la vecina localidad de Marchena, por lo que en ambas poblaciones se procedió a las declaraciones de testigos que ante notario avalasen la legítima filiación de la pareja. Así, en el caso del marido, la información testifical se desarrolló en la citada localidad pacense de Llerena, donde el 2 de junio de 1584, por petición suya – siendo todavía vecino de Puebla – y de su hermana María de la Fuente, aquí residente, ante el Licenciado Pedro de Villalobos Vázquez, alcalde mayor, comparecieron varios testigos – el escribano Cristóbal de Avalos, los barberos Antón de la Corte y Juan Vizcaíno, los albañiles Alonso Delgado y Diego López, y el sastre Pedro de la Huerta - , quienes expusieron que ambos hermanos son hijos legítimos de Juan López y María Sánchez, siendo sus abuelos paternos Pedro García Remolinado e Isabel de la Fuente, y los maternos Cristóbal Martín Paladines e Inés López. 

La misma operación se repitió en Marchena años después, el 17 y 18 de septiembre de 1593, con las declaraciones, ante el asistente Francisco de Vique Barba, de otros vecinos – Francisco de Riescas, el escribano mayor del Cabildo Luis de Alcaudete, Gil Muñoz y Diego de Herrera -, coincidentes en señalar que la mujer de Juan López Paladines, María Gómez, es hija legítima del escribano público Hernando Díaz y su mujer Luisa Gómez, todos cristianos viejos y de buena fama. A estos testimonios se añadieron las certificaciones expedidas por el licenciado Cristóbal García Colorado, Vicario de la Puebla de Cazalla, en las que se indicaba que el 13 de enero de 1580 fue bautizada María, hija de Juan López Paladines y María Gómez, siendo apadrinada por Pedro de Lara y Luisa de Coria, a la que siguió ocho años después, el 23 de enero de 1588, el bautismo de su hermano Juan, siendo sus padrinos Antonio del Campo y Catalina de Angulo. Por si toda esta documentación fuese poca, el 17 de febrero de 1601 López Paladines presentó ante las autoridades de la Casa de la Contratación otros dos testigos – ambos vecinos de Sevilla, Cristóbal Hernández Machado, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, residente en la collación de San Martín, y Francisco Rodríguez, asentado en la collación de San Andrés - , quienes expusieron que conocen al interesado, su mujer María Gómez, de más de 40 años de edad, “ trigueña de rostro y delgada y mellada de los dientes de la parte de arriba “ y a sus hijos, María de la Fuente, de 20 años de edad, “ de buen cuerpo y blanca de rostro, con unos hoyos en el rostro de viruelas “, y Antonio Ruiz, de 14 años, ambos solteros. Finalmente, al día siguiente los jueces de la Contratación le concedieron al solicitante su pase al Nuevo Reino de Granada, acompañado por su mujer, los citados hijos, su sobrina María antes nombrada y una criada, embarcándose en la flota del general Don Francisco del Corral y Toledo.

Más simple fue la tramitación en 1605 del expediente de Juan Ruiz de Revilla, de 34 años de edad, “ de buen cuerpo, barbinegro, el cual tiene una señal de herida en la mano derecha en la parte de afuera y otra en el dedo menor de la mano izquierda, y asimismo tiene en la cabeza unas entradas largas, que se va para calvo “ , quien pretendía pasar al Perú como criado de Juan Chirino de Revilla, natural de Cuenca, que se dirigía a aquellas lejanas tierras a recoger la hacienda que le dejó su padre [15]. Siguiendo la legislación, Ruiz de Revilla realizó en Puebla de Cazalla el 14 de abril de dicho año las probanzas pertinentes, presentando ante el alcalde ordinario Alonso Gordillo Becerra las declaraciones manifestadas por los testigos Cristóbal Caro, Fernando Martín Romero y Cristóbal Bravo, todos vecinos de la localidad, que aseguraron ante el escribano Juan González como en efecto el solicitante del pase a Indias es natural de la villa y cumple los requisitos legales para emprender el viaje, es decir, ser cristiano viejo, soltero y sin impedimento legal alguno. Dos días después, una vez presentados estos testimonios, las autoridades de la Casa de la Contratación le concedieron la licencia de embarque.

El último pasajero “morisco“ del siglo XVII, Antonio de Reina, hijo de Juan de Palma y Ana de Reina, obtuvo el 28 de junio de 1624 licencia para pasar a Filipinas como criado de Fray Luis de Cañizares, obispo de Nueva Cáceres [16].

2.3.- SIGLO XVIII

El análisis del flujo migratorio andaluz a Indias en el Setecientos, si bien no llegó a alcanzar los niveles de los siglos XVI y XVII, no dejó de ser una realidad, si bien de difícil estudio al ser menos fiables las fuentes documentales, especialmente los libros de pasajeros de la Casa de la Contratación, porque la política liberalizadora del comercio fue facilitando paulatinamente la salida por otros puertos peninsulares, como los de Cádiz y Málaga, a lo que hay que añadir el hecho de la desaparición de la propia Contratación en 1790, y con ella el control multisecular de la emigración [17]. Ello hace que los registros no recojan el volumen real de pasajeros, lo que unido a la ya tradicional emigración ilegal, determina el incompleto y parcial reflejo del flujo migratorio en la documentación de la época.

Para los vecinos de Puebla de Cazalla el pase al Nuevo Mundo todavía debía seguir siendo una puerta abierta para un futuro mejor en los primeros años del siglo XVIII. Que esta alternativa podía seguir siendo tomada en cualquier momento en los comienzos del Setecientos lo prueba el capítulo XXXII de las Reglas de la Cofradía de las Animas, aprobadas en 1717, que señala que “si algún cofrade nuestro falleciere en las Indias o en otra parte alguna lejos de esta villa “ , en el momento que llegase a la localidad la noticia de su óbito se dirían en sufragio de su alma la misma cantidad de misas que si estuviese de cuerpo presente [18].

Como muestra de pasajeros “ moriscos “ de esta época sólo podemos aportar, junto al caso especial del corregidor Rafael de Benavides, al que después nos referiremos, el nombre del franciscano Fray Salvador Romero, natural de nuestra localidad y “ mediano de cuerpo, blanco y pelo rubio, señal de quemadura en la barba “, que con 28 años de edad partió el 6 de mayo de 1723 del convento de San Francisco de Gerena para dirigirse junto con otros misioneros de su Orden a la Provincia de Cumana en Venezuela [19].

Y ya que nos referimos a actividades misioneras, hay que traer a colación la figura del jesuita Francisco de Herbás, participante en la expedición comandada por los padres Pedro de Espinar y Antonio Parra entre 1690 y 1691 con destino a Buenos Aires, para desde allí encaminarse a las misiones de Chiquitos en tierras de Bolivia. Aunque se señala su nacimiento en la vecina localidad de Osuna [20], debe estar vinculado con Puebla de Cazalla, donde en 1663 ejerce el cargo de corregidor el Doctor D. Ignacio de Herbás, que bien pudo ser el padre del jesuita [21].

Aparte de estos pasajeros repartidos a lo largo de la Edad Moderna, otros vecinos de la localidad aparecen implicados en negocios relacionados con el Nuevo Mundo, como Antón García Palomo – tal vez familiar del Hernando García Palomo que pasa a Indias en 1561 - , a quien el 26 de noviembre de 1551 el vecino de Sevilla Gaspar de Cazalla otorga poder para que fuera del término de la capital hispalense comprase hasta 200 fanegas de trigo para su envío a las Indias [22].

En algunas ocasiones estas actividades mercantiles causaban algún que otro quebradero de cabeza a los implicados en ellas, especialmente cuando el negocio producía pérdidas en vez de las ganancias deseadas, o bien cuando se contraían deudas en el transcurso de las operaciones comerciales. Este fue el caso del matrimonio formado por Miguel Ruiz del Río y María Jiménez, contra quienes actuó la justicia a cuenta de la deuda de 200 ducados que habían contraído con Arnao de Bautrés, comerciante de origen flamenco asentado en Sevilla [23]. Al igual que su paisano Antón García Palomo, la pareja se dedicó a la compraventa de trigo y otras mercancías, como paños y sedas. El 4 de septiembre de 1605 otorgaron escritura notarial en Puebla de Cazalla ante el escribano Juan González, por la cual daban poderes judiciales a su hijo, el clérigo Antón Ruiz del Río, para que en la capital comprase cualquier cantidad de trigo “ en los precios que se concertaren “. Haciendo uso del poder concedido, el hijo se comprometía en Sevilla el siguiente 10 de octubre y ante el escribano Juan de Velasco a abonar al citado Arnao de Bautrés 200 ducados a cuenta de 100 fanegas de trigo, al precio de 22 reales la fanega, señalándose como plazo el 25 de julio del siguiente año de 1606. En garantía del pago se imponía hipoteca sobre las casas del matrimonio en Puebla, situadas “ en la calle de la Victoria, linde con casas de Lucía Ortiz y otros linderos “, y también sobre 50 fanegas de tierra situadas, dentro del término municipal, en el pago de la Fuente de la Adelfa, lindante con tierras de Gaspar Núñez del Pino y del Duque de Osuna, y otras 20 en el sitio del Fontanal, lindante con tierras de Juan Borrego.

Como parece que el pago no llegó a hacerse efectivo, Bautrés puso en marcha la maquinaria judicial. Dos días después de haber expirado el plazo de pago, el 27 de julio de 1606, el Doctor Busto de Bustamante, Alcalde del Crimen de la Audiencia de Sevilla, requería a la justicia de Puebla de Cazalla para que procediesen al embargo de bienes contra Miguel Ruiz y su mujer, a cuenta de la deuda. Meses más tarde, el 17 de febrero de 1607 y ante el licenciado Juan Guerrero del Pinar, Corregidor de Puebla, Juan Guisado, vecino de Sevilla, en nombre de Bautrés pidió el cumplimiento del embargo, todavía no efectuado en el mes de mayo, aunque sí en el siguiente mes de junio, en cuyo día 28 se pregonan en la plaza de San Francisco de Sevilla las tierras de la Fuente de la Adelfa y del Fontanal. También en representación del comerciante flamenco actuaba Juan Guisado, quien el 15 de septiembre del mismo año tomó posesión de las casas embargadas en Puebla, de cuyo ajuar se hizo inventario el 3 de noviembre, consistente en “ dos medias sillas, un guadamecí viejo, un cojín amarillo, una solera de estopa y lana, una cama de cuatro piezas, las tres de los lados y una que sirve de cielo, una sábana, un pavo y una pava “. Algunos de estos enseres fueron subastados en la plaza pública de la localidad el 14 del propio mes, como los pavos, adquiridos en 40 reales por Felipe Gómez, y la cama, en 100 reales, por Diego Hernández Cortés. El 11 de diciembre Guisado solicitaba el pago de la deuda con el dinero colectado en la puja de bienes, lo que fue autorizado por la justicia sevillana mediante carta requisitoria dirigida seis días más tarde a las autoridades de Puebla.

El siguiente año 1608 la causa seguía su curso, precisando el 7 de mayo las autoridades de la Casa de la Contratación que el pleito movido por Arnau de Bautrés contra Miguel Ruiz y María Jiménez obedecía en realidad a la necesidad de fondos monetarios con los que el comerciante flamenco debía responder ante la justicia como fiador que era a su vez de Pedro Rodríguez Zamudio, mercader de oro y plata, al seguirse contra éste ultimo actuaciones judiciales en aquél organismo de la administración indiana. El día 13 del propio mes fueron nuevamente incautados, en casa de Ruiz, otros enseres, como eran “ una cama con dos colchones, dos sábanas, una almohada y un cobertor blanco, un arca grande vacía, un arca pequeña vacía, una banca, dos guadamecíes viejos, tres sillas de descanso, otro guadamecí viejo, una mesa con su banco de cadena, un arcón para echar pan, una caldera vieja y otra pequeña  . Pregonados en la plaza pública como era costumbre, no hubo ningún postor que pujase. Cuatro días después se intentó arrestar a Miguel Ruiz, pero no pudo ser hallado por la justicia, que el 20 y 21 se incautó de cincuenta fanegas de tierra de sembradura de trigo y cebada lindantes con tierras de Gaspar Núñez de Espinosa y del Duque de Osuna, y otras veinte en el ya citado pago del Fontanal. 

El 22 es detenido Ruiz por el alguacil Bartolomé de Italia. En junio siguen las actuaciones judiciales, pregonándose la subasta de las tierras incautadas, sin que apareciese ningún postor. Como compensación de parte de su deuda, Miguel Ruiz solicitó que se le pagase la que con él tenía pendiente Juan del Campo, que una vez hecha efectiva le fue embargado su importe para abonárselo a Arnao de Bautrés. El mismo destino se aplicó al cobro de los 487 reales de principal y 1.112 de costas que le debía García González Rangel, junto con cierta cantidad de trigo o cebada, en concepto del arrendamiento que Ruiz le había hecho desde el año 1598 de unas tierras en la Haza del Agarve, junto a la Fuente de la Adelfa, compuestas por 36 fanegas de sembradura, y otra haza en la pertenencia de la Vida, de 75 fanegas, sobre lo que ya ambos habían tenido pleito en 1604. Como tal cantidad no pudo cobrarse de González Rangel, se le embargaron tres fanegas de cebada, en concepto de pago de la deuda con Ruiz, que quedaron depositadas en poder del vinatero Alvaro Sánchez. No obstante, estos desesperados intentos del vecino de Puebla por liquidar sus cuentas con la justicia no parece que dieran sus frutos, pues todavía el siguiente 18 de julio Miguel Ruiz seguía en la cárcel, sin que conozcamos el desenlace final por no recogerse en la documentación analizada.

El pleito expuesto viene a apuntar, en definitiva, el protagonismo de la actividad mercantil de Puebla en las rutas comerciales andaluzas de la Edad Moderna, papel plenamente consolidado a mediados del siglo XVII cuando el tránsito por el río Corbones se revela de vital importancia estratégica para mantener un comercio de ámbito no sólo comarcal, sino incluso regional, enlazando con las zonas del interior del reino de Granada y la costa malagueña con el valle del Guadalquivir y los puertos de Cádiz [24].


3.-  Un “morisco” con cargo público en América: el Corregidor Don Rafael de Benavides.

      De entre la lista de los “ moriscos “ que pasaron a América sobresale el militar Don Rafael de Benavides, oriundo de la localidad, quien cruzó el Océano en calidad de “ provisto “, es decir, designado para desempeñar un cargo público, en este caso el de corregidor de la localidad de Chiquimula de la Sierra, en Guatemala.

El perfil biográfico de este desconocido pero ilustre hijo de la localidad puede ser esbozado a partir de la documentación generada en el desempeño de su cargo, testimonios escritos que incluyen su hoja de servicios, la cédula real en la que se le designa corregidor de la citada población guatemalteca, la licencia de embarque para dirigirse a su nuevo destino y algunas cartas en las que el propio Rafael de Benavides nos transmite las últimas noticias de su vida, inmersa en difíciles y apuradas circunstancias familiares y económicas, que nos hace sospechar su triste fin en aquellas lejanas tierras, olvidado de todos, por lo que ahora se nos presenta una inmejorable ocasión para reivindicar la figura de este “ morisco “, cuya trayectoria podría ser completada mediante futuras investigaciones que aportasen nuevos datos sobre su trayectoria castrense y su acción de gobierno en el Nuevo Mundo.

Su nacimiento en Puebla de Cazalla queda recogido en las certificaciones incluidas en el expediente de la licencia de embarque concedida por la Casa de la Contratación [25], aunque sin indicarse la fecha, apuntándose solamente que era hijo de Don José de Benavides y Doña Catalina Camacho. Su padre aparece mencionado en el Catastro de Ensenada como vecino de Osuna y propietario de tierras en Puebla [26].

La carrera militar de Rafael de Benavides la conocemos, en sus líneas generales, gracias a la hoja de méritos y servicios [27] , fechada el 10 de octubre de 1772 y elaborada con motivo de los repetidos intentos que hizo por conseguir un destino en la administración que aliviase la triste situación en la que se encontraba años después de cesar en el cargo de corregidor de Chiquimula, como veremos adelante. Su formación castrense comenzó como cadete en el Regimiento de Caballería de Cuantiosos de Andalucía, desde el 6 de noviembre de 1739 hasta el 30 de junio de 1741, “ cumpliendo exactamente y a satisfacción de sus superiores “. El 8 de julio de 1741 se le confirió una bandolera en la Compañía Flamenca del Real Cuerpo de Guardias de Corps, destino en el que permaneció hasta el 13 de octubre de 1749, fecha en que con grado y sueldo de Teniente de Caballería fue destinado al primer Batallón de Inválidos de Andalucía. El 11 de enero de 1750 contrajo matrimonio en la parroquia de San Martín de Madrid con Doña María Rodríguez Pastoriza, de 24 años de edad, “ de cuerpo delgada y color trigueño “, natural de la Villa y Corte, de cuya unión nació su hijo Salvador, bautizado en la parroquia sevillana de San Pedro, tal como se recoge en las certificaciones que se dieron años después para que esposa e hijo pasasen a Guatemala con el cabeza de familia [28].

     Todavía en 1755 residía en Madrid, destinado en el destacamento de la Corte, siendo propuesto el 14 de agosto de dicho año por el Consejo de Castilla como uno de los tres candidatos para el nombramiento de corregidor de la localidad de Chiquimula de la Sierra, en Guatemala, cargo vacante por haberse cumplido los cinco años de mandato del anterior corregidor, Don Bernardo Pérez de las Cuevas [29] . Por decreto de la Cámara de Indias de 12 de enero de 1756 [30] , confirmado por cédula real del siguiente 29 de febrero, fue designado para dicho cargo, igualmente por un periodo de cinco años, autorizándose su embarque para su nuevo destino acompañado por un criado y llevando la ropa, armas y libros de su uso  [31]. Debido a la lentitud de los trámites burocráticos, no se le concedió la licencia de embarque hasta el 17 de enero de 1757, partiendo desde el puerto de Cádiz [32].

     El siguiente 13 de noviembre tomó posesión del Corregimiento de Chiquimula de la Sierra, de lo que dieron cuenta por carta del 10 de julio de 1759 los oficiales reales de Guatemala [33]. En esos años de mediados del siglo XVIII la Capitanía General de Guatemala vivía replegada sobre sus costas del Océano Pacífico, debido a la concurrencia de dos factores: las características climáticas de las costas atlánticas del istmo, poco atrayentes para la población europea, y la presencia en ella de poblaciones prehispánicas, muy refractarias a la dominación española, por lo que esta zona tiene en esta época una existencia penosa, en la que la preocupación defensiva prima sobre otra consideración [34]. En su nuevo destino, el cargo de corregidor conferido a Rafael de Benavides llevaba implícitas, como representante de la autoridad real, competencias gubernativas, militares, judiciales y hacendísticas, por lo que la preparación en Derecho o la carrera militar – en nuestro caso – son los antecedentes habituales en el “ currículum “ de un funcionario [35]

     Creados los corregimientos en Guatemala a partir de 1547, desde 1560 y hasta finalizar el siglo XVII fueron proveídos por el Presidente – Gobernador de la Audiencia correspondiente, estando subordinados a éste en lo gubernativo y a la Audiencia en lo judicial, pasando a comienzos del XVIII a ser de provisión directa del soberano, que de este modo nombraba, por un período de cinco años, a los corregidores de Quezaltenango, Chiquimula, Acasaguastlán, Sébaco, Nicoya, El Realejo y Subtiava [36]. En la década de 1750, con la intención de terminar con ciertos abusos en el uso de estos cargos, el poder real consideró que lo más adecuado era convertirlos en gobiernos militares, adjudicándolos a peninsulares “ adornados de la circunstancia de prudencia y celo “   [37] , de lo que es muestra el nombramiento de Benavides.

    La que iba a ser su nueva tierra, la ciudad de Chiquimula, se encuentra situada en el Sureste de Guatemala, en un valle al pie de las estribaciones de la cordillera central que recorre el país, no lejos de las fronteras con Honduras y El Salvador, a 424 metros sobre el nivel del mar, gozando de clima cálido y distante 181 kilómetros de la capital. Cabecera del departamento de su nombre, en 1960 contaba con 12.297 habitantes, que ascendían a 38.872 en 1973 [38]. La actual población se asienta muy cerca de las ruinas de la primitiva de época colonial, en la que vivió Rafael de Benavides, destruida por un terremoto en 1765, entre cuyos restos destacan los de la iglesia parroquial, que estuvo puesta bajo la advocación de la Santísima Trinidad, completándose la nómina de edificios religiosos con las ermitas de San Sebastián, San Juan y el Santo Calvario [39]. En el informe de la Visita Pastoral realizada entre 1768 y 1770 por el obispo Pedro Cortés y Larraz [40] , se refleja el lento resurgimiento de la población tras la catástrofe, edificándose nuevas viviendas, entre ellas “ las casa reales, la del cura, la del Alcalde Mayor y de varios vecinos, que forman buenas calles, buenos edificios “, marco urbano en el que se desenvolvió la etapa americana del militar “ morisco “ y que aparece ingenua y esquemáticamente recogido en el mapa que, elaborado como ilustración de dicho documento eclesiástico, representa a la localidad y su entorno [41].

     Instalado ya en la localidad, el 17 de abril de 1758 Benavides expuso por carta a las autoridades de la Península los numerosos gastos que tenía en el desempeño de su cargo, por lo que solicitaba, a título de compensación, que se agregara a su jurisdicción el corregimiento de Casablastrán, como lo habían tenido sus antecesores, “para poder mantenerse y pagar a sus acreedores“ [42], aunque lo que se hizo, por real cédula del día 30 del mismo mes y año, fue anexionarle el partido de Acasasaguastlan.

     Desempeñó su cargo hasta que por cédula real del 15 de noviembre de 1764 se confirmó el nombramiento de su sucesor, el capitán de Infantería Don Antonio José de Ugarte, designado para tal empleo el 19 de octubre anterior [43] . Siguiendo la legislación de la época, la actuación de Benavides fue evaluada mediante el “juicio de residencia“ [44], ante Don Miguel de Arnaiz, Oficial Real de la Provincia de Nicaragua, en el que fue absuelto de los catorce cargos que se le formaron.

    Tras cesar en el cargo, no debieron irle bien las cosas, pues como él mismo contará una década después, en 1774, vivió “ sin destino, sin sueldo, sin carrera y sin negociación alguna “, aunque en fecha imprecisa y durante muy pocos meses fue nombrado gobernador interino de la ciudad de San Salvador, abandonando el puesto a causa de presiones e intrigas [45]. En 1770 se hallaba en la miseria, viudo, con cinco hijos a su cargo, sin oficio ni puesto alguno, después de haber servido “ con tanto honor importantes comisiones y el Corregimiento de Chiquimula y agregación a la provincia de Acasaguastlan “, por lo que como alivio de su desgracia solicitaba se le concediese el mando de una de las compañías de Dragones formadas en Guatemala, o en su defecto alguna de las de México o cualquier otro destino militar o de la administración pública [46] . 

      Su desgraciada situación seguía sin resolverse dos años más tarde, pues el 30 de abril de 1772 el Oidor de la Audiencia de Guatemala informaba favorablemente sobre Benavides, subrayando su buena conducta, su honestidad en los cargos que desempeñó y el buen dictamen con que fue calificado en el juicio de residencia que se le practicó, por lo que sugiere la asignación de algún destino, ya fuese civil o militar [47]. El siguiente 1 de junio el propio Benavides insistía sobre su pobreza y solicitaba algún destino que paliase su lamentable situación familiar [48]. Pocos meses después, el 22 de septiembre, las autoridades pidieron informe al Oidor de la Audiencia de Guatemala sobre las circunstancias familiares del ex – corregidor de Chiquimula, aunque sin ofrecerse demasiadas perspectivas de solución, pues las compañías de Dragones, en las que podría haber obtenido plaza, ya estaban provistas. El 27 del siguiente mes de octubre el mismo Oidor avalaba a Benavides al proponerlo como el sujeto más idóneo para la plaza de Tesorería de la Aduana [49] .

    Dos años más tarde, en 1774, todavía sonaba su nombre como posible candidato a una plaza de Tesorería para la Renta de Alcabalas y Barlovento del reino de Guatemala [50], evidenciando que su problema distaba de estar resuelto. En efecto, el 19 de junio de dicho año, a través de un apoderado en la Corte, Rafael de Benavides volvía a llamar la atención sobre la gravedad de su mísera situación, que podría remediarse si se le concediese algún destino en la administración, como la Tesorería de Alcabalas de Comayagua, la Oficialía Real o la Alcaldía Mayor de San Antonio de Chuchitepeque, o cualquier otro puesto en el Reino de Guatemala[51]. Y el siguiente 30 de septiembre, desde Ermita, localidad cercana a Chiquimula, volvía a insistir en su drama personal [52] , siendo ésta la última noticia que tenemos de la vida de este personaje, ejemplo de la desigual fortuna que acompañó a los que emprendieron el camino del Nuevo Mundo.

 

4.- Los bienes de difuntos

    Según la legislación de la época, los bienes de difuntos, es decir, aquellos bienes dejados en Indias por los españoles fallecidos allí sin herederos, los repatriaba el estado para no sólo hacerlos llegar a sus legítimos sucesores, sino llevar a su debido cumplimiento las últimas voluntades de estos emigrantes [53]. En efecto, la Corona estableció que, cuando alguien falleciera al otro lado del Atlántico sin herederos, se procediera, avisando previamente a las autoridades locales, a la apertura del testamento, si lo hubiese, para comprobar la existencia de sucesores en la Península y hacer cumplir las mandas allí contenidas [54] . Seguidamente debían inventariarse los bienes del difunto y después venderse. Convertida la hacienda en dinero en metálico – excepto el oro, plata y joyas -, se liquidaban las cuentas del fallecido, pagando y cobrando deudas, más los gastos de entierro, funeral, mandas y legados contenidos en las declaraciones de última voluntad [55]. Los bienes resultantes eran tutelados en América por el Juzgado de Indias (creado en 1550), hasta que los albaceas o la justicia ordinaria efectuaban los trámites para enviarlos a la Península, donde una vez desembarcados eran conducidos a la Casa de la Contratación, anotando los oficiales de esta institución las cantidades y los datos personales de los difuntos en un libro – registro, tras lo que sólo quedaba la localización de los herederos y efectuar la entrega del numerario correspondiente [56].

Esta masa documental nos brinda una valiosa información sobre los emigrados, que abarca desde el texto del testamento del difunto, el inventario de sus bienes en tierras americanas, la almoneda de éstos, hasta recoger los trámites judiciales – con probanzas, pleitos, declaraciones de testigos, familiares, herederos – llevados a cabo ante la Casa de la Contratación y por los que asoma una parte de la sociedad de la tierra natal del indiano, beneficiada por la generosidad de sus paisanos. En las últimas décadas esta documentación de bienes de difuntos ha despertado un gran interés como fuente para el estudio no ya sólo de la sociedad colonial, sino también de ese mal conocido aspecto de la historia local que son las repercusiones que en la localidad tuvo la actividad de aquellos hijos que emprendieron el camino del Nuevo Mundo, cuando a la hora de la muerte vuelven la mirada a la tierra que los vio salir favoreciéndola con sus capitales, mandas y legados testamentarios, aspectos a los que como decimos la historiografía está prestando cada vez mayor atención [57]. Por ello las posibilidades de estudio de esta documentación son muy amplias, cubriendo desde aspectos migratorios hasta entrada de capitales, situación socioeconómica de una zona determinada, dotación de capellanías, mentalidades y devociones, datos sobre la vida cotidiana (casas, ropas, dotes matrimoniales ...) o el funcionamiento de la propia institución de los Bienes de Difuntos [58].

 

a).- JUAN DE RIBERA

El expediente del “morisco“ Juan de Ribera [59] es buena muestra de la complejidad de la maquinaria burocrática indiana a la hora de hacer llegar los bienes de los fallecidos en aquellas lejanas tierras a su localidad natal. Este proceso de transmisión genera una abundante y en ocasiones farragosa documentación en la que, al recogerse todos los pasos seguidos desde que el emigrante muere hasta la entrega de la herencia a sus deudos, asoma buena parte del entorno vital que rodeó al difunto en ambas orillas. A través del cúmulo de declaraciones de familiares y amigos, probanzas, peticiones, autos, decretos, poderes judiciales, testamentos, etc. que conforman estos voluminosos expedientes de autos de difuntos, por lo general de varios cientos de folios, se extraen valiosos datos para reconstruir la trayectoria del indiano tanto en su lugar de origen como en su nuevo destino, ilustrándonos sobre aspectos tan variados como su procedencia social y familiar, sus actividades en el Nuevo Mundo y nivel de riqueza allí alcanzado, etc. En definitiva, poder sentir el latido vital del emigrante a través de estos testimonios escritos con la enrevesada caligrafía propia de la época.

    Obviamente, el hecho que pone en marcha los resortes burocráticos es la muerte del difunto y la apertura de su testamento por parte de las autoridades de la localidad donde falleció. En el caso de Juan de Ribera, del que desconocemos las circunstancias y fecha de su paso al Nuevo Mundo al no aparecer consignado en los Catálogos de Pasajeros, la muerte le sorprendió el 14 de febrero de 1603 en tierras peruanas, cuando iba camino para la Nueva España, demarcación administrativa que se correspondía más o menos con el actual Méjico, falleciendo en la finca de Gaspar de Gues, en la localidad de Chocop, también denominada Chocope. Poco antes había otorgado testamento en la ciudad de Los Reyes, en el que declara que es natural de la Puebla de Cazalla e hijo legítimo de Diego de Ribera y María García. Pensando en su eterno descanso, establecía su enterramiento en el convento franciscano, si lo hubiere, o en su defecto el templo parroquial de la localidad en la que le sorprendiese su hora final, costeándose de sus bienes el entierro y diversas misas rezadas. Tras estas preocupaciones espirituales, pasa a ocuparse de sus bienes temporales, dejando en primer lugar ordenado el pago de sus deudas. La principal de ellas eran los 600 reales que debía al franciscano fray Andrés de Arellano a cuenta de una limosna que a través suya enviaba al religioso el superior de su convento. A otro religioso de la Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula, Fray Diego Bermúdez, debe cierta cantidad que no se especifica, a cuenta de lo que Ribera le había cobrado en exceso de 48 pesos de a ocho reales que el fraile le debía en nombre de Martín de Leiva, escribano real de la provincia de los Coyaguas. Por contra, a Ribera le debe Juan Pérez de Espinosa 40 pesos de a ocho reales. Sus bienes se reducen a ropa, ajuar doméstico, algo de mobiliario, alguna joya – una sortija de oro de caballero, con una esmeralda verde inserta en un marco de plata – y unas pocas piezas de orfebrería, como un jarro de los denominados “ de pico “ , tan de moda en la transición de los siglos XVI y XVII, un cubilete, ocho platillos, un platón mediano, un salero y dos cucharas, todo ello de plata, a lo que hay que añadir 970 pesos en metálico y 3 barras también de plata valoradas en 2.538 pesos de a ocho reales. Como es soltero, nombraba como universal heredero de sus bienes a Francisco González Guerra, conocido suyo y persona de edad empleada en el servicio doméstico de un familiar de la Inquisición, designado como albacea junto con Juan de Llanos de Velasco.

Entre 1603 y 1607 se fueron dilatando los trámites sobre la herencia de Juan de Ribera, hasta que, una vez hecha la almoneda de los bienes del difunto, la cantidad resultante se depositó en el Juzgado de Bienes de Difuntos, a la espera de su repatriación, que llegó el último año citado, cuando por sentencia del 21 de febrero el Juez de Bienes de Difuntos declaró como herederos a los padres del difunto – que lo eran Diego de Ribera y María García – y si éstos hubiesen fallecido, sus hermanos. El siguiente 12 de mayo el mismo Juez decretó el envío del dinero de la herencia a España.

Ya en 1608 los familiares del indiano tenían noticia de que en la Casa de la Contratación se encontraban depositados desde el año anterior 855 pesos y dos reales, por lo que iniciaron los trámites encaminados a la entrega de dicha herencia, a repartir en cinco partes entre sus herederos, a saber, sus hermanos Diego, Catalina, Isabel, Juana y María. El paso inicial, que ponía en movimiento todo el proceso administrativo, era la reclamación de esos bienes hecha ante las autoridades de la Casa de la Contratación por parte de dichos herederos, que debían acreditar documentalmente – mediante declaraciones juradas de testigos – su relación familiar con el difunto y por tanto su derecho a la herencia.

De los familiares de Juan de Ribera, la primera en reclamar ante las autoridades de la Casa de la Contratación su parte de la herencia, en enero de dicho año 1608, fue su cuñada Ana Sánchez, que como viuda de Diego de Ribera, hermano del indiano, se consideraba heredera de éste, por lo que para reclamar su parte, otorgaba poderes judiciales al procurador Francisco Sánchez. Como según quedó anotado la legislación obligaba a demostrar, mediante declaraciones juradas de testigos, el parentesco que con el difunto tenían los reclamantes, Ana Sánchez, al igual que los demás herederos, hizo a tal efecto diligencias ante Juan Guerrero del Pinar, corregidor de Puebla de Cazalla, quien la autorizó a presentar cuantos testimonios estimase oportunos. Entre el 21 y el 22 de enero declararon varios testigos – Alonso Mexía, familiar de la Inquisición; Juan Amado, Alvaro Sánchez (vecino en la calle de la Victoria) y Alonso García Beas - , quienes acreditaron como la interesada era viuda y sin hijos de Diego de Ribera el Viejo (así llamado para diferenciarlo de un sobrino del mismo nombre), el cual había otorgado testamento el 15 de febrero de 1606 ante el escribano Diego Sánchez de Aguilera, en el que designaba como heredera a su esposa, falleciendo el 4 de marzo del siguiente año 1607 y siendo enterrado en el convento de la Victoria.

La misma operación burocrática, con la petición ante el corregidor para poder presentar probanzas y la consiguiente comparecencia de testigos, inició también en enero de 1608 Diego Merino, en nombre de su mujer María de Ribera y su cuñada Juana, para conseguir la parte de la herencia que a ambas como hermanas del difunto le correspondían, para lo que igualmente habían designado como procurador ante la Casa de la Contratación a Francisco Rodríguez. Los testigos presentados, que fueron Juan Amado, Cristóbal de Guerra Navarro, el soldado Gonzalo Rodríguez, Juan García Salvador, Gonzalo Hernández de Alcántara y Gonzalo Pachón Calero, coincidieron en declarar como en efecto María de Ribera es esposa de Diego Merino y hermana de Juana e Isabel, habiendo fallecido ya los demás hermanos, Diego y Catalina, aparte del indiano Juan.

Por los mismos días, concretamente el 20, se había pregonado en Puebla la denominada “ carta requisitoria “, expedida el anterior día 6, documento así denominado porque en él se requería a los herederos del difunto que compareciesen ante las autoridades para probar su parentesco con el difunto y su derecho a la herencia, a lo que como vemos ya estaban procediendo aquellos, reuniendo no sólo declaraciones de testigos, sino también nombrando procuradores que los representasen legalmente ante las autoridades. Así, el 31 del mismo mes de enero de 1608 los hermanos Pedro, Cristóbal, Francisco y Ana Hormigo, hijos de la difunta Catalina de Rivera (otra de las hermanas del indiano), viuda que fue de Pedro Hormigo, otorgan poder judicial al procurador Juan Lavado y a su primo Juan Gutiérrez de Rivera (hijo de Isabel de Rivera) a fin de que emprendan todas las gestiones necesarias para la entrega de la parte que les corresponde de la herencia de su tío.

En el siguiente mes de febrero se aceleran los trámites, a petición del resto de los herederos. El día 1 ante Juan Guerrero del Pinar, corregidor de Puebla de Cazalla, la viuda Isabel de Rivera (también hermana del indiano) presentó a varios testigos – Gonzalo Lavado el Viejo, Lope Sánchez, Gonzalo Pachón Calero, Alonso Mexía, Pedro Vidal y Juan Borrego - , todos vecinos de la localidad, quienes certificaron que en efecto la interesada es hermana del difunto y de la viuda Catalina, aunque no se nombra a las otras dos hermanas, Juana y María, que como se ha visto ya habían emprendido la misma gestión el anterior mes de enero a través de Diego Merino, marido de María, que el 5 del propio mes traspasó sus poderes judiciales a su sobrino Juan Moreno, hijo de su cuñada Juana. Y el día 7 en la Casa de la Contratación Juan Gutiérrez de Rivera, en nombre de su madre Isabel de Ribera, solicitaba la adjudicación de su parte de la herencia.

Por fin, el día 11 los jueces de la Casa de la Contratación, habiendo visto la documentación del proceso y las probanzas presentadas por Ana Sánchez (viuda como sabemos de Diego de Rivera), Isabel, Juana, María y los hijos de Catalina de Rivera, decretaron que la herencia de los 238.740 maravedís depositados en las arcas del Tesoro de dicho organismo se repartiesen en cinco partes proporcionales al mismo número de herederos, que quedaban obligados a la presentación de fiadores que garantizasen la transparencia de la entrega de los legados correspondientes.

  

b).- FRANCISCO GUERRA

 La misma complejidad y cúmulo de documentación muestra el expediente de Francisco Guerra [60]. Debió pasar al Nuevo Mundo en torno a 1605, a tenor de las declaraciones de sus herederos en el proceso judicial, sin que su nombre tampoco aparezca en los Catálogos de Pasajeros. Los pocos datos sobre su vida en Indias nos lo facilita su testamento, otorgado en la localidad peruana del Puerto de la Magdalena de Pisco el 17 de noviembre de 1622, hallándose en casa de Doña Elena Mesía de Mora, para cuyo servicio se había empleado como mayordomo. En su declaración de última voluntad precisa que es natural de la Puebla de Cazalla, hijo legítimo de Luis Guerra y María Jiménez. Contrajo matrimonio con María Alonso Bravo, también natural de Puebla, ya difunta, hija de Francisco Jiménez de Guerra, de la que no tuvo hijos. Expresa su deseo de ser enterrado en la Iglesia Mayor de la localidad de Pisco, en la sepultura que señalasen sus albaceas, siendo acompañado por el clero parroquial y las cofradías del Santísimo Sacramento, San Clemente, Nuestra Señora del Rosario, Animas y la Soledad, elección seguramente influida por el recuerdo de las cofradías de las mismas advocaciones – excepto la de San Clemente – presentes en su localidad natal.

Para garantizar la salvación de su alma, instituye en Pisco – sin indicar el templo en el que se serviría – una capellanía, para cuya financiación impone a tributo una cantidad de 1.200 pesos de a 8 reales, con cuyas rentas se abonarán anualmente veinte misas rezadas y una de réquiem cantada en la festividad de la Asunción de la Virgen. Como capellanes encargados de celebrar dichos sufragios por su alma designa, en primer lugar, a un sobrino suyo – de cuyo nombre no se acuerda - , hijo mayor de su hermano Luis Guerra y Leonor Eusebia, de unos seis u ocho años de edad, que debería ordenarse sacerdote cuando le llegase la edad correspondiente. Entre tanto, servirá la capellanía el bachiller Pedro Muñoz Madroñero por un periodo de tres años, sucediéndole el clérigo Melchor Porrado, hasta tanto que el sobrino fuese ordenado. Como patrono de la fundación designa en primer lugar a su hermano Luis, sucediéndole a su muerte su sobrino, encargándose éste de nombrar al patrono sucesor y capellanes, y así sucesivamente, a todos los cuales encomienda la buena administración de esta obra pía.

En definitiva, la fundación de capellanías, con las que se establecían la celebración de un determinado número de misas perpetuas, a la vez que garantizaba una serie de sufragios sin fin – traspasando la barrera del tiempo – constituía una forma de prestigio social al aparecer como signo exterior de riqueza, poniendo en producción un capital, más o menos importante, administrado por un patrón, casi siempre de la familia del donante, y con cuya renta se pagaba un capellán, también en muchas ocasiones miembro de la misma familia [61]. En este caso, el indiano prefirió instituir la capellanía en la tierra de acogida, separándose de este modo de la tónica general que era establecer estas fundaciones piadosas en la localidad natal, como testimonio no sólo de su religiosidad, sino del nivel económico y social alcanzado en el Nuevo Mundo, que le permitía afrontar estas inversiones no sólo con vistas a la salvación eterna de su alma, sino también a perpetuar su fama y recuerdo entre sus paisanos si la fundación iba acompañada de manifestaciones artísticas a ella vinculadas, como la construcción y adorno de la capilla donde se iban a celebrar los sufragios por el difunto, o también las mandas y legados dirigidos a determinada imagen de su devoción o a un templo al que se sintiese especialmente vinculado [62].

Para asegurar todavía más su salvación espiritual, Francisco Guerra envía otras limosnas a los templos de Pisco, como 50 patacones para la Iglesia Mayor, 50 pesos de a ocho reales al Hospital de San Antonio, otros 50 para los Recoletos Franciscanos y 800 para ayudar a casar huérfanas pobres, más los 6 patacones que ordena se entreguen a Juan Francisco de Rivera, vecino de la localidad, para la redención de cautivos.

Puesta su alma en disposición de salvación, no se olvida tampoco del destino que debía darse a sus bienes temporales, por lo que lo primero que se imponía era liquidar deudas, tanto las que él tenía como las de sus deudores. Así, declara que debe diversas sumas a varios vecinos de Pisco, que eran Juan de Mesa (12 pesos de unas sábanas y pañuelos), el zapatero Gaspar López (6 patacones), Juan Francisco de Rivera (3 patacones) y Francisco Elías (50 patacones). Sus deudores eran Doña Elena Mesía de Mora, que le debía 112 pesos y medio a cuenta de ciertas arrobas de yeso y 2.760 pesos de a ocho reales, en parte en concepto de sueldo del tiempo que le sirvió como mayordomo; el capitán Juan Grano, con 1.900 pesos; el mercader Alvaro Méndez, con 962 pesos y 3 reales; y otros vecinos que le deben un total de 280 patacones, cuya cobranza encomienda a Francisco Guerra de Aldana, dándole poderes judiciales.

Tras poner en cobro sus deudas, Francisco Guerra no se olvida de sus familiares, a los que va a favorecer con diversas mandas. Así, a su sobrina Leonor Eusebia, hija de su hermano Luis, de unos 9 años de edad, le envía 1.000 pesos de a ocho reales para ayuda de su casamiento cuando le llegue el momento. A su hermano Luis, que al parecer residía en la localidad peruana, le deja en herencia un vestido de terciopelo, ropilla de paño y un jubón, prendas todas en poder del sastre, al que el heredero tenía que pagar la hechura, más dos cajas de ropa blanca, ropa de vestir, una espada con su daga y un caballo. Como albacea designa a Diego de Borja, al que encomienda que, una vez que se produzca su fallecimiento, en la primera flota que salga para España se envíen 400 pesos a Puebla de Cazalla, destinados a sus sobrinos Inés Ruiz y Pedro Retamal el Joven, hijos de su hermana Ana Ruiz Guerra y Pedro Retamal el Viejo. Una vez pagadas todas estas mandas y deudas, quedará como universal heredera su alma.

Francisco Guerra debió fallecer a los pocos días de otorgar testamento, pues el siguiente día 26 su albacea Diego de Borja solicitó a Juan de Gatica, Teniente de Corregidor de Pisco, que se hiciese inventario de los bienes del difunto, depositados en dos cajas en la casa de Doña Elena Mesía de Mora en la calle de la Compañía, señora a la que como ya sabemos sirvió como mayordomo. Las pocas pertenencias del difunto consistían en prendas de vestir, como un vestido y ropillas de paño de Segovia verdoso a medio raer, un jubón de tela morada bordada en oro y plata, unas medias de seda negras, unas ligas de tafetán morado con puntas de oro y seda negra, un cobertor viejo de badana, una ropilla parda vieja, un ferreruelo verdoso de paño de Quito viejo, un jubón de felpa blanco, unos calzones de paño morado de Londres, un sombrero negro con un cintillo de oro y otro sombrero negro viejo. A estas prendas hay que añadir un vestido nuevo por estrenar en poder del sastre Melchor Rodríguez, 20 pesos de a ocho reales cobrados de Juan Asuero, que los tenía en depósito la citada Doña Elena, y un caballo.

Algunos años iba a tardar el cumplimiento de las mandas del indiano, todavía pendientes de enviarse a Puebla en 1630. El 9 de abril de dicho año el citado albacea Diego de Borja recordaba que una de las cláusulas del testamento de Francisco Guerra estipulaba el envío de 400 pesos para dos sobrinos suyos, los residentes en Puebla, por lo que para concluir su albaceazgo tenía que presentar, por orden del Juzgado Mayor de Bienes de Difuntos, las cuentas correspondientes a la almoneda o liquidación de los bienes del difunto, en la que se gastaron 18 patacones. Cuatro días después el albacea alegaba que las mandas para España no habían podido ser enviadas por hallarse el dinero en poder de Doña Elena, que al casarse se ausentó. No obstante, ya el siguiente mes de mayo parece que se había recuperado el dinero, pues el día 31 el Licenciado Don Blas de Torres Altamirano, Oidor y Juez Mayor de Bienes de Difuntos decretó que el legado de Francisco Guerra se remitiese a la Casa de la Contratación de Sevilla.

Poco tiempo tardó en enviarse el legado de Francisco de Guerra, pues en el cargamento de la flota que llegó a Sevilla el siguiente mes de diciembre de 1630 procedente de Tierra Firme venían consignados a su nombre 434 pesos, destinados como se ha visto a sus sobrinos Inés Ruiz y Pedro Retamal. Sin embargo, hasta cinco años después no inician los herederos los trámites para su cobranza. El 2 de octubre de 1635 ante las autoridades de la Casa de la Contratación compareció Cristóbal Martín, en nombre de su mujer Inés Ruiz de Guerra y su cuñada María de Jesús, para reclamar los 434 pesos de la herencia pretendida por ambas. Su mujer era sobrina del difunto indiano e hija legítima de Pedro de Retamal el Viejo y Ana Ruiz Guerra. Su cuñada María de Jesús estaba casada con Pedro de Retamal el Joven, hermano de Inés Ruiz de Guerra, matrimonio del que tuvieron dos hijos, Juan y Pedro de Retamal, que eran sobrino – nietos del indiano Francisco de Guerra y beneficiarios directos de la cláusula testamentaria.

Previendo los trámites que se avecinaban, Inés Ruiz de Guerra había practicado el anterior 28 de septiembre ante el Licenciado Francisco de Orzas y Avellaneda, Corregidor de Puebla de Cazalla, las probanzas o declaraciones de testigos bajo juramento, que lo fueron los ladradores Diego Jurado y Luis Cano, Diego Martín Casillas el Viejo, Ana Mateos, Leonor de Ceballos (viuda de Luis de Palacios) y Francisco Sánchez Muñoz. Todos coincidieron en señalar que, en efecto, Inés Ruiz (casada como sabemos con Cristóbal Martín) es hermana del difunto Pedro Retamal el Joven (casado en Jerez de la Frontera con María de Jesús), y ambos hijos de Ana Ruiz de Guerra (hermana del indiano Francisco de Guerra) y Pedro Retamal el Viejo.

Completando estas probanzas, en el propio mes de septiembre de 1635 María de Jesús, viuda de Pedro Retamal el Joven y madre de los niños Juan y Pedro, había practicado en Jerez declaraciones testificales que certificaron su estado civil y el entierro de su esposo en la parroquia de San Miguel el 17 de junio de 1628, al objeto de que sus hijos recibiesen la herencia que les pertenecía como herederos del padre, Pedro Retamal el Joven, y por tanto como sobrinos – nietos del indiano.

Ya en octubre Cristóbal Martín en nombre de su mujer, y Pedro Rodríguez como apoderado de María de Jesús, solicitaban ante la Casa de la Contratación que no se dilatase más la entrega de la herencia que les correspondía, a falta tan sólo de pregonar la carta de diligencias – por la que sabemos se convocaba a los herederos a que compareciesen para exponer sus derechos – en Puebla de Cazalla, promulgada el 14 de dicho mes por el pregonero Sebastián Antonio en la plaza pública y en la parroquia de Nuestra Señora de las Virtudes.

Una vez completados todos los trámites, por fin el siguiente día 19 fue decretada la entrega de los 434 pesos, a repartir entre Inés Ruiz y María de Jesús como tutora de sus hijos, cantidad que ya habían recibido el día 24, cerrándose de este modo largos años de gestiones para conseguir la herencia del “ morisco “ Francisco Guerra.


APÉNDICE

NATURALES O VECINOS DE LA PUEBLA DE CAZALLA (SEVILLA), EMIGRANTES A  AMERICA. SIGLOS XVI – XVIII.

(*) = De la primera persona; (**) = 1ª noticia en destino.


1.- Moreno, Pedro. 

Padres: Gonzalo Moreno, Hernando; Gómez Alcocer, María.

Fecha: 1535 (27 – VII – 1535)

Destino: Río de la Plata

Fuente: Archivo General de Indias (A.G.I.), Contratación, legajo 5536, libro 3, folio 388 recto


2.- Palma, Juan de.

Padres: Palma, Antón de; García, María

Fecha: 1535 (27 – VII – 1535)

Destino: Río de la Plata

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5536, libro 3, folio 388 recto


3.- García Palomo, Hernando (con su esposa, su hija y su cuñada)

Fecha: García Palomo, Hernando; García, María

Fecha: 1561. (11 – X – 1561)

Destino: Nueva España

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5537, libro 2, folio 181 vuelto


4.- Romero, Juan.

Padres: Romero, Pedro (su hijo) Romero, Gonzalo; Espinosa, Luisa de

Fecha: 1580 (2 – V – 1580)

Destino: Nueva España

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5538, libro 1, folio 252 recto.


5.- Hernández de Benjumea, Gonzalo (con su mujer, sus hijos y una criada).

Fecha: 1584 (31 – III – 1584)

Destino: Nueva España

Fuente: A.G.I., Indiferente, legajo 1952, libro 2, folio 209 vuelto


6.- Fernández, Juan

Fecha: 1584 (7 – IV – 1584)

Destino: Nueva España

Fuente: A.G.I., Indiferente, legajo 1952, libro 2, folio 214 recto


7.- Bravo, Gonzalo.

Fecha: 1584 (7 – IV – 1584)

Destino: Nueva España

Fuente: A.G.I., Indiferente, legajo 1952, libro 2, folio 214 recto


8.- Sánchez, Domingo.

Fecha: 1584 (20 – IX – 1584)

Destino: Perú

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5229, N º 5, ramo 20


9.- López Paladines, Juan

Padres: López, Juan; Sánchez, María

Fecha: 1601 (18 – II – 1601)

Destino: Nuevo Reino de Granada

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5266, N º 2, ramo 80


10.- Ruiz Revilla, Juan de

Fecha: 1605 (16 – IV – 1605)

Destino: Perú

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5292, N º 58


11.- Rivera, Juan de

Padres: Ribera, Diego; García, María

Fecha: 1608 (**)

Destino: Perú

Fuente: A.G.I., Contratación, leg. 280 A, n º 2, ramo 5, y 283, nº 1, ramo 3: 


12.- Guerra, Francisco; Alonso Bravo, María (su esposa)

Padres: Guerra, Luis; Jiménez, María

Fecha: 1622 (17 – XI -  1622)

Destino: Magdalena de Pisco (Perú)

Fuentes: A.G.I., Contratación, legajo 542, n º 11.


13.- Reina, Antonio de Palma, Juan de; Reina, Ana de

Fecha: 1624 (28 – VI – 1624)

Destino: Filipinas

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5539, libro 2, folio 396


14.- Romero, Fray Salvador

Fecha: 1723 (6 – V – 1723)

Destino: Venezuela

A.G.I., Contratación, legajo 5547, N º 1, ramo 6, folio 17 recto


15.- Benavides, Rafael de

Padres: Benavides, Don José de; Camacho, Doña Catalina

Fecha: 1757 (17 – I – 1757) Guatemala

Fuente: A.G.I., Contratación, legajo 5500, n º 3, ramo 9.






[1] ALTMAN, I.: Emigrantes y sociedad: Extremadura y América en el siglo XVI. Alianza, Madrid, 1992; AMEZAGA ARESTI, V.: El elemento vasco en el siglo XVIII venezolano. Caracas, 1972; ANTA FELIZ, J. L.: “ Emigración gallega a América en el siglo XVI (1560 – 1599) “, en I Jornadas sobre presencia de España en América: la aportación gallega. La Coruña,1987; BAHAMONDE, A.: “ Primera parte. La emigración a Ultramar. Los dos lados de la migración transoceánica “, en Historia general de la emigración española a Iberoamérica, vol. I. Madrid, 1992; BOYD – BOWMAN, P.: “ La emigración peninsular a América: 1520 a 1539 “, en Historia Mexicana, vol. XIII, n º 50 (1963); Id.: “ La procedencia de los españoles de América: 1540 – 1559 “, en Historia Mexicana, vol. XVIII, n º 65 (1967); Id.: Indice geobiográfico de cuarenta mil pobladores españoles de América en el siglo XVI. Tomo I (1493 – 1519). Bogotá, 1964; tomo II (1520 – 1539). México, 1968; Id.: “ La emigración extremeña a Indias “, en Revista de Estudios Extremeños, XLIV (1988); DIEZ JOVE, S.: Gijoneses en Indias: noas sobre emigración e índice geobiográfico (1700 – 1825). Gijón, 1992; FRIEDE, J.: “ Algunas observaciones sobre la realidad de la emigración española a América en la primera mitad del siglo XVI “, en Revista de Indias n º 49 (1952); “ Los estamentos sociales en España y su contribución a la emigración a América “, en Revista de Indias n º 103 – 104 (1966); GARRAIN VILLA, L.: Llerena en el siglo XVI. La emigración a Indias. Ediciones Tuero, Madrid, 1991; GIL – BERMEJO GARCIA, J.: “ Pasajeros a Indias “, en Anuario de Estudios Americanos, XXXI (1974); GONZALEZ ECHEGARAY, M. C.: “ Pasajeros a Indias del valle de Toranzo “, en Santander y el Nuevo Mundo. Santander, 1977; GUTIERREZ NUÑEZ, Francisco Javier: “ La vinculación americana de Fuente de Cantos: pasajeros a Indias (siglos XVI – XVII) “, en Actas de la II Jornada de Historia de Fuente de Cantos (en prensa); HURTADO, P.: Los extremeños en América. Sevilla, 1992; JACOBS, A. P.: “ Pasajeros y polizones. Algunas observaciones sobre la emigración española a Indias durante el siglo XVI “, en Revista de Indias n º 172 (1983); KONETZKE, R.: “ La emigración de mujeres españolas a América durante la época colonial “, en Revista Internacional de Sociología, III (1945); Id.: “ La emigración española al Río de la Plata durante el siglo XVI “, en Miscelánea americanista n º 3 (1952); LEMUS LOPEZ, E.: Ausente en Indias. Una historia de la emigración extremeña a América. Ediciones Siruela, Madrid, 1993; MACIAS DOMINGUEZ, I.: La llamada del Nuevo Mundo. La emigración española a América (1701 – 1750). Sevilla, 1999; Id. y MORALES PADRON, F.: Cartas desde América (1700 – 1800). Sevilla, 1991; MACIAS HERNANDEZ, A.: La migración canaria (1500 – 1980). Oviedo, 1992; MARQUEZ MACIAS, R.: La emigración española a América (1765 – 1824). Oviedo, 1995; MARTINEZ, J. L.: Pasajeros a Indias. Alianza Editorial, Madrid, 1983; Id.: Pasajeros de Indias: viajes trasatlánticos en el siglo XVI. Fondo de Cultura Económica, México, 1999; MARTINEZ SHAW, C.: La emigración española a América, 1492 – 1824. Oviedo, 1993; MENDEZ VENEGAS, E.: Emigrantes a América (siglos XVI – XVIII). Editora Regional de Extremadura, Mérida, 1995; MÖRNER, M.: “ La emigración española al Nuevo Mundo antes de 1810. Un informe del estado de la investigación “, en Anuario de Estudios Americanos, XXXII (1975); MORALES SARO, M. C. – LLORDEN MIÑAMBRES, M. (Eds.): Arte, cultura y sociedad en la emigración española a América. Oviedo, 1992; NAVARRO DEL CASTILLO, V.: La epopeya de la raza extremeña en Indias. Mérida, 1978; OTTE, E.: Cartas privadas de emigrantes  a Indias (1540 – 1616). Fondo de Cultura Económica, México, 1993; RODRIGUEZ ARZUA, J.: “ Las regiones españolas y la población de América (1509 – 1538) “, en Revista de Indias n º 8 (1947); RODRIGUEZ SANCHEZ, A.: “ El impacto de América en la familia extremeña “, en Extremadura y América. Madrid, 1990; RODRIGUEZ VICENTE, M. E.: “ Notas sobre la emigración española al Perú a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX “, en Revista Internacional de Sociología n º 5 – 6 (1973); RUBIO Y MUÑOZ BOCANEGRA, A.: “ La emigración extremeña a Indias. Siglo XVI “, en Revista de Estudios Extremeños, IV – VI (1930 – 1932); SANCHEZ RUBIO, R.: La emigración extremeña al Nuevo Mundo. Exclusiones voluntarias y forzosas de un pueblo periférico en el siglo XVI. Junta de Extremadura, Madrid, 1993; Id.: “ Emigración “, en Extremadura y América. Encuentro entre dos mundos, vol. I. Badajoz, 1998; Id. y TESTON NUÑEZ, I.: El hilo que une: las relaciones epistolares del Viejo y Nuevo Mundo (siglos XVI – XVIII). Universidad de Extremadura, Cáceres, 1999; V.V.  A.A.: La emigración española a Ultramar (1492 – 1914). 2 vols. Tabapress, Madrid, 1991.

[2] BAREA FERRER, J. L.: “ La emigración legal granadina a Indias en la segunda mitad del siglo XVII (1640 – 1699) “, en Actas de las I Jornadas de Andalucía y América, tomo I. La Rábida, 1981; Id.: “ Granada y la emigración a Indias en el siglo XVI “, en Andalucía y América en el siglo XVI. Actas d elas II Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1983; BASALLOTE MUÑOZ, F.: “ Pasajeros a Indias de Dos Hermanas durante los siglos XVI, XVII y XVIII “, en Revista de Feria de Dos Hermanas (1998); CALDERON QUIJANO, J. A.: “ Andalucía y Sevilla en la emigración española a Indias durante el siglo XVI “, en Actas de las I Jornadas de Andalucía y América, tomo I. Huelva, 1981; CAMARGO MENDOZA, J.: “ Los primeros pasajeros constantinenses a Indias “, en Revista de Feria de Constantina (1999); CANTERLA Y MARTIN DE TOVAR, F.: “ Hombres de Ayamonte en la América del XVII “, en Andalucía y América en el siglo XVII. Actas de las III Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1985; Id.: “ Hombres de Huelva en la América del siglo XVIII “, en Andalucía y América en el siglo XVIII. Actas de las IV Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1985; CASTRO Y TOSSI, N. DE: “ Aportación de Cazalla a la colonización de Centro – América “, en Revista de Cazalla (1951); CORTES ALONSO, V.: “ Huelva y la población de América, fuentes y datos “, en Andalucía y América en el siglo XVI. Actas de las II Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1983; DIAZ – TRECHUELO LOPEZ – SPINOLA,L.: “ Emigración cordobesa a las Indias. Siglo XVI “, en Actas de las I Jornadas de Andalucía y América, tomo I. La Rábida, 1981; Id.: “ Algunas notas sobre cordobeses en las Indias del siglo XVI “, en Andalucía y América en el siglo XVI. Actas de las II Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1983; Id. y GARCIA – ABASOLO, A.: “ Córdoba en la emigración andaluza de la primera mitad del siglo XVII “, en Actas del I Congreso Internacional de Historia de América, vol. II. Córdoba, 1988; DUEÑAS OLMO, A. – GARRIDO ARANDA, A.: “ La emigración cordobesa a Indias en la segunda mitad del siglo XVII “, en Actas del I Congreso Internacional de Historia de América, vol. II. Córdoba, 1988; GARCIA – ABASOLO, A.: La vida y la muerte en Indias. Cordobeses en América (siglos XVI – XVIII). Córdoba, 1992; GARCIA GARCIA, A.: “ Conquistadores y pobladores de Méjico, naturales de Alanís “, en Revista de Feria de Alanís (1996); GONZALEZ CRUZ, D. – LARA RODENAS, M. J. DE: “ La carrera de Indias en la documentación testamentaria. Huelva y América en los siglos XVII – XVIII “, en La emigración española a Ultramar (14922 – 1914), vol. I. Tabapress, Madrid, 1991; GONZALEZ SANCHEZ, C. A.: “ Alcalareños en el Nuevo Mundo “, en Actas de las IV Jornadas de Historia de Alcalá de Guadaira. Alcalá de Guadaira, 1992; GOZALVEZ ESCOBAR, J. L.: “ Huelva y América. La emigración onubense en las fuentes locales. Siglos XVI – XVIII “, en Actas de las I Jornadas de Andalucía y América, tomo I. La Rábida, 1981; IGLESIAS RODRIGUEZ, J. J.: “ La emigración a Indias en la Osuna de los siglos modernos “, en Osuna entre los tiempos medievales y modernos (siglos XIII – XVI). Sevilla, 1995; LORA, C.: “ Aportación de la Sierra Norte a la colonización de América “, en El Correo de Andalucía (13 – X – 1986); MACIAS DOMINGUEZ, I.: “ La emigración de Málaga y Jaén hacia América y Filipinas en el siglo XVII “, en Andalucía y América en el siglo XVII. Actas de las III Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1985; MIRA CABALLOS, E.: “ Alcalá de Guadaria y la emigración a las Indias (siglos XVI al XVIII) “, en Qalat Chábir. Revista de Humanidades n º 3 (1995); MIRA CABALLOS, E. – VILLA NOGALES, F. DE LA: Carmona en la Edad Moderna. Arte, religiosidad, población y emigración a América. Carmona, 1999; PEREZ MORENO, J. L.: “ Alcalá de Guadaira en el Nuevo Mundo: Don Martín de Ledesma Valderrama “, en Actas de las IV Jornadas de Alcalá de Guadaira. Alcalá de Guadaira, 1992; RODRIGUEZ VICENTE, M. E.: “ Trianeros en Indias en el siglo XVI “, en Andalucía y América en el siglo XVI. Actas de las II Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1983.

[3] DIAZ – TRECHUELO LOPEZ - SPINOLA, Lourdes: “ La emigración andaluza a las tierras americanas “, en el volumen Los andaluces y América, de la “ Gran Enciclopedia de España y América “. Espasa – Calpe, Madrid, 1991. Págs. 107 – 122; Id.: “ La emigración familiar andaluza a América en el siglo XVII “, en La emigración española a Ultramar (14922 – 1914), vol. I. Tabapress, Madrid, 1991; Id.: “ El asentamiento andaluz en la Nueva España (1521 – 1547) “, en Actas del Congreso de Historia del Descubrimiento (1492 – 1556), tomo II. Madrid, 1992; VARGAS VEGA, J. N.: Andaluces en América y Filipinas. Sevilla, 1986.

[4] DIAZ – TRECHUELO LOPEZ - SPINOLA, Lourdes: “ La emigración andaluza ... “, pág. 110.

[5] LEMUS, Encarnación – MARQUEZ, Rosario: “ Primera parte. La emigración a Ultramar “, en Historia general de la emigración española a Iberoamérica, vol. I. Madrid, 1992. Págs. 37 – 38.

[6] CESPEDES DEL CASTILLO, Guillermo: América Hispánica (1492 – 1898), vol. VI de la “ Historia de España “ dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Labor, 1988. Págs. 180 – 181.

[7] DIAZ – TRECHUELO, Lourdes: “ La emigración andaluza ... “, págs. 112 – 114.

[8] ARCHIVO GENERAL DE INDIAS (en adelante, A.G.I.), Contratación, legajo 5536, libro 3, folio 388 recto; recogido por BERMUDEZ PLATA, Cristóbal: Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, vol. II (1535 – 1538). Sevilla, 1942. Pág. 99.

[9] A.G.I., Contratación, legajo 5537, libro 2, folio 181 vuelto; recogido por ROMERA IRUELA, Luis – GALBIS DIEZ, María del Carmen: Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, vol. IV (1560 – 1566). Madrid, 1980. Pág. 195.

[10] A.G.I., Contratación, legajo 5538, libro 1, folio 252 recto; recogido por GALBIS DIEZ, María del Carmen: Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos XVI, XVII y XVIII, vol. VI (1578 – 1585). Madrid, 1986. Pág. 342.

[11] A.G.I., Indiferente, legajo 1952, libro 2, folio 209 vuelto.

[12] A.G.I., Indiferente, legajo 1952, libro 2, folio 214 recto.

[13] A.G.I., Contratación, legajo 5299, n º 5, ramo 20.

[14] A.G.I., Contratación, legajo 5266, n º 2, ramo 80; citado por DIAZ – TRECHUELO LOPEZ – SPINOLA, Lourdes: La emigración andaluza a América; siglos XVII y XVIII. Sevilla, 1990. Pág. 300.

[15] A.G.I., Contratación, legajo 5292, n º 58; recogido por DIAZ – TRECHUELO LOPEZ – SPINOLA, Lourdes: La emigración ..., pág. 354.

[16] A.G.I., Contratación, legajo 5539, libro 2, folio 396; recogido por DIAZ – TRECHUELO LOPEZ – SPINOLA, Lourdes: La emigración ..., pág. 227.

[17] DIAZ – TRECHUELO LOPEZ – SPINOLA, Lourdes: “ La emigración andaluza ... “, pág. 113.

[18] ARCHIVO GENERAL DEL ARZOBISPADO DE SEVILLA, sección III (Justicia), serie Hermandades, legajo 171: Reglas de la Cofradía de las Animas Benditas del Purgatorio de la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de las Virtudes de la Puebla de Cazalla (1717). Folio 25 recto.

[19] A.G.I., Contratación, legajo 5547, n º 1, ramo 6: Misión de la Orden de San Francisco a la Provincia de Cumana (1723), folio 17 recto.

[20] TOMICHA CHARUPA, Roberto: La primera evangelización en las reducciones de Chiquitos, Bolivia (1691 – 1767). Protagonistas y Metodología Misional. Roma, 2000. Págs. 47 – 48.

[21] ARCHIVO PARROQUIAL DE PUEBLA DE CAZALLA: Libro n º 4 de Hijuelas Testamentarias (1655 – 1675), folio 133. Dato facilitado por el investigador local José Cabello Núñez.

[22] V.V.  A.A.: Documentos americanos del Archivo de Protocolos de Sevilla. Siglo XVI. Instituto Hispano – Cubano de Historia de América, Madrid, 1935. Págs. 405 – 406.

[23] A.G.I., Contratación, legajo 769, n º 14: Autos de Arnao de Bautrés, vecino de Sevilla, con Miguel Ruiz del Río y María Jiménez, su mujer, vecinos de la Puebla de Cazalla, sobre cobranza de 200 ducados (1606 – 1608). 

[24] FERNANDEZ CHAVES, Manuel F.: “ El tránsito del río Corbones a mediados del Seiscientos. Un intento de mejora de las comunicaciones entre las dos Andalucías (1644) “, en Actas de las I Jornadas de Estudios Locales de la Puebla de Cazalla (6 – 9 de noviembre de 2002). (En prensa).

[25] A.G.I., Contratación, legajo 5500, n º 3, ramo 9.

[26] ARCHIVO MUNICIPAL DE PUEBLA DE CAZALLA, legajo 91: Catastro de Ensenada, folio 242 recto. Dato brindado por el investigador y amigo Francisco Javier Gutiérrez Núñez.

[27] A.G.I., Indiferente, 1506: Relación de los méritos y servicios del Teniente de Capitán de Caballería Don Rafael de Benavides, Corregidor que ha sido de Chiquimula de la Sierra en las Provincias de Guatemala (1769).

[28] A.G.I., Contratación, legajo 5500, n º 3, ramo 9.

[29] A.G.I., Guatemala, legajo 445.

[30] A.G.I., Guatemala, libro 405: Inventario de consultas seculares (1701 – 1706), folio 99 recto y vuelto.

[31] A.G.I., Guatemala, legajo 276, y legajo 400, libro 21, folios 43 vuelto – 49 vuelto.

[32] A.G.I., Contratación, legajo 5500, n º 3, ramo 9; citado por DIAZ – TRECHUELO LOPEZ – SPINOLA, Lourdes: La emigración ..., pág. 478.

[33] A.G.I., Guatemala, legajo 441.

[34] PADILLA ALTAMIRANO, Silvia: “ Guatemala y las provincias centroamericanas “, en América en el siglo XVIII. Los primeros Borbones, tomo XI – I de la “ Historia General de España y América “. Ediciones Rialp, Madrid, 1983. Págs. 547 – 574; MOLINA ARGUELLO, Carlos: “ El reino de Guatemala “, en América en el siglo XVIII. La Ilustración, tomo XI – 2 de la “ Historia General de España y América “. Ediciones Rialp, Madrid, 1989. Págs. 589 – 611; NAVARRO GARCIA, Luis: Hispanoamérica en el siglo XVIII. Universidad de Sevilla, 1991. Págs. 88 – 89; LAVIANA CUETOS, María Luisa: “ México, Centroamérica y Antillas, 1700 – 1763 “, en Historia de las Américas, vol. III. Madrid, 1991. Págs. 59 – 65;

[35] Ibídem, págs. 12 – 13; GONZALEZ ALONSO, B.: El corregidor castellano (1348 – 1808). Madrid, 1970.

[36] MOLINA ARGUELLO, Carlos: “ Gobernaciones, Alcaldías Mayores y Corregimientos en el Reino de Guatemala “, en Anuario de Estudios Americanos, XVII (1960), págs. 125 – 126.

[37] MURO ROMERO, Fernando: “ Instituciones de gobierno y sociedad en Indias (1700 – 1760) “, en Estructuras, gobierno y agentes de administración en la América española (siglos XVI, XVII y XVIII). Valladolid, 1984. Pág. 228.

[38] JONGH OSBORNE, Lilly de: Así es Guatemala. Guatemala, 1960. Pág. 288; HAEUSSLER YELA, Carlos: Diccionario General de Guatemala, tomo I. Sin lugar ni año de edición. Pág.523; V.V.  A.A.: Diccionario Geográfico de Guatemala, tomo I. Instituto Geográfico de Guatemala, 1976. Pág. 745.

[39] JONHG OSBORNE, Lilly de: Op. cit., págs. 288 – 289; V.V.  A.A.: Diccionario Geográfico ..., op. cit., tomo I, pág. 746.

[40] CORTES Y LARRAZ, Pedro: Descripción geográfica –moral de la diócesis de Goathemala (1768 – 1770). C.S.I.C., Madrid, 2001. Págs. 261 – 263.

[41] A.G.I., Mapas y Planos, Guatemala, 117: Mapa del Curato de Chiquimula (1768 – 1770).

[42] A.G.I., Guatemala, legajo 207.

[43] A.G.I., Guatemala, legajo 400, libro 21, folios 445 vuelto – 450 vuelto.

[44] MARILUZ URQUIJO, J. M.: Ensayo sobre los juicios de residencia indianos. Sevilla, 1952.

[45] A.G.I., Guatemala, legajo 446.

[46] Idem.

[47] Idem.

[48] Idem.

[49] Idem.

[50] Idem.

[51] Idem.

[52] Idem.

[53] GUTIERREZ ALVIZ, F.: “ Los Bienes de Difuntos en el Derecho Indiano “, en Anales de la Universidad Hispalense (1941 – 1942).

[54] HEREDIA HERRERA, Antonia: “ La Carta de Diligencias de Bienes de Difuntos “, en Archivo Hispalense n º 174 (1974), págs. 39 – 48.

[55] GONZALEZ SANCHEZ, Carlos Alberto: Dineros de ventura: la varia fortuna de la emigración a Indias (siglos XVI – XVII). Universidad de Sevilla, 1995. Págs. 23 – 24.

[56] Ibídem, págs. 38 – 40.

[57] BECERRA TORVISCO, J.: “ Fuentes para el estudio de las relaciones entre Llerena y América en la Edad Moderna. Los bienes de difuntos “, en Actas de la I Jornada de Historia de Llerena. Junta de Extremadura, Llerena, 2000; CANTERLA Y MARTIN DE TOVAR, F.: “ Autos de bienes de difuntos fallecidos en la empresa de América en el siglo XVI “, en Andalucía y América en el siglo XVI. Actas de las II Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1983; FERNANDEZ BULETE, V.: “ Notas para el estudio de la emigración española a Indias a través de los bienes de difuntos: el ejemplo sevillano en el siglo XVIII “, en Actas del IX Congreso de Profesores – Investigadores (El Ejido, 1990). Baena, 1991; GONZALEZ SANCHEZ, C. A.: Repatriación de capitales del virreinato del Perú en el siglo XVI. Banco de España, Madrid, 1991; HERNANDEZ GONZALEZ, S.: “ Indianos de Fuente de Cantos, ante la vida y la muerte “, en Actas de las II Jornadas de Historia de Fuente de Cantos (en prensa); MUÑOZ PEREZ, J.: “ Los Bienes de Difuntos y los canarios fallecidos en Indias “, en Actas del IV Coloquio de Historia Canario – Americana. Gran Canaria, 1982; VILA VILAR, E.: “ La documentación de bienes de difuntos como fuente para la historia social hispanoamericana: Panamá a fines del siglo XVI “, en Jornadas de Investigación España y América en el siglo XVI. C.S.I.C., Madrid, 1983.

[58] FERNANDEZ BULETE, Virgilio: “ Notas para el estudio de la emigración española a Indias a través de los bienes de difuntos: el ejemplo sevillano en el siglo XVIII “, en Actas del IX Congreso de Profesores – Investigadores (El Ejido, 1990). Baena, 1991. Pág. 435.

[59] A.G.I., Contratación, legajos 280 A, n º 2, ramo 5, y 283, n º 1, ramo 3: Bienes de difuntos: Juan de Ribera (1608).

[60] A.G.I., Contratación, legajo 542, n º 11: Bienes de difuntos: Francisco Guerra (1635).

[61] VILA VILAR, Enriqueta – TASSET CARMONA, Remedios: “ La muerte como motor económico de la Iglesia barroca “, en Iglesia, Religión y Sociedad en la Historia Latinoamericana (1492 – 1945). Szeged, Hungría, 1989. Págs. 85 – 86.

[62] GARCIA ABASOLO GONZALEZ, A. F.: “ Inversiones indianas en Córdoba. Capellanías y patronatos como entidades financieras “, en Andalucía y América en el siglo XVI. Actas de las II Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1983; GONZALEZ RODRIGUEZ, A. L. – PELEGRI PEDROSA, L. V.: “ Capitales indianos en Castuera (Badajoz): censos y fundaciones (1660 – 1699) “, en Europa e Iberoamérica: cinco siglos de intercambio. Actas del IX Congreso Internacional de Historia de América, vol. I. Sevilla, 1992; GUERRA, A.: “ Fundación de obra pía en Llerena por el indiano Diego Fernández Barba en 1697 “, en Revista de Estudios Extremeños, XL (1984); MORELL PEGUERO, B. – SANCHIZ OCHOA, P.: “ Instituciones españolas y su adaptación en América: fundación de capellanías y donación de arras en Sevilla y Guatemala (siglos XVI y XVII) “, en Andalucía y América en el siglo XVII. Actas de las III Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1985; ORTIZ DE LA TABLA DUCASSE, J.: “ Emigración a Indias y fundación de capellanías en Guadalcanal, siglos XVI y XVII “, en Actas de las I Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Huelva, 1981; Id.: “ Rasgos socioeconómicos de los emigrantes a Indias. Indianos de Guadalcanal: sus actividades en América y sus legados a la Metrópoli, siglo XVII “, en Actas de las III Jornadas de Andalucía y América, vol. II. Sevilla, 1985; PESCADOR DEL HOYO, M. C.: “ La beneficencia de los indianos en la documentación de la Metrópoli “, en Documentos y Archivos de la colonización española, vol. II. Ministerio de Cultura, Madrid, 1980; PULIDO BUENO, I.: “ Dos modelos de fundaciones con capital americano en San Juan del Puerto en el siglo XVII: capellanía y cátedra de Gramática “, en Andalucía y América en el siglo XVII. Actas de las III Jornadas de Andalucía y América, vol. I. Sevilla, 1985; TEJADA VIZUETE, F.: “ Religiosidad de indianos extremeños a través de sus testamentos “, en Extremadura en la Evangelización del Nuevo Mundo. Ediciones Turner, Madrid, 1990;