“Patronato, mecenazgo y fundación
del convento de
Jesús, María y José, de
Aracena (Huelva): 1657-1674”
Francisco Javier Gutiérrez Núñez
Salvador Hernández González
XXV Jornadas de Patrimonio de la Sierra, marzo 2010, 2012, pp. 425-450.
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(c) Fotografías: Francisco Javier Gutiérrez Núñez
RESUMEN: En el imaginario colectivo de la Aracena de la Edad Moderna ocupa un lugar
destacado el recuerdo de la Madre Trinidad,
beata terciaria dominica del siglo XVII a cuya actuación se debe la fundación
del convento de Dominicas Descalzas de Jesús, María y José. En esta
comunicación abordamos el establecimiento de este cenobio contrastando las
crónicas impresas con las escrituras fundacionales localizadas en el Archivo
Histórico Provincial de Sevilla. El análisis de esta documentación permite
ajustar a la realidad el relato de tono hagiográfico de la vida de la beata
construido por el dominico fray Antonio de Lorea y reivindicar el decisivo
apoyo económico y moral brindado para hacer realidad el proyecto por parte del
matrimonio formado por Cristóbal López de Vergara y Antonia de Ontiveros,
perteneciente a la oligarquía sevillana. El relato de la fundación ejemplifica
una de las muchas modalidades que adoptaban para su formalización los
establecimientos religiosos en núcleos urbanos medios de la Andalucía del siglo XVII,
como era el caso de Aracena.
1.- Introducción.
La fundación del convento de dominicas
descalzas de Aracena titulado Jesús, María y José, siempre ha sido atribuida al
tesón, insistencia y perseverancia de Sor María de la Santísima Trinidad,
hasta que logró conseguir la realización del proyecto.
Su figura ha sido ya abordada por diversos
trabajos de José Andrés Vázquez (1944),
Pérez – Embid Wamba (1995)
y Álvarez Santaló (2003),
siguiendo la biografía que dejó el Padre Lorea, Vida y Virtudes de la Venerable Madre Sor María de la Santísima Trinidad
de la Tercera Orden
de Santo Domingo (Madrid, 1671).
La obra de Lorea presenta la impronta de un
fuerte carácter hagiográfico; se dice de ella que está basada en unas páginas
autobiográficas que fueron escritas por la propia Sor María, al acatar el
mandato del Provincial de su orden.
A lo largo del estudio realizamos una
reseña de la vida de Sor María de la Santísima Trinidad
en relación con la fundación del convento de dominicas, y reseñaremos su
testamento, otorgado en Sevilla en el año 1659. También aportamos nuevos datos
sobre los dos personajes que van a aparecer a efectos legales como verdaderos
patronos y fundadores del mismo: Cristóbal
López de Vergara y Antonia de
Ontiveros (naturales de la ciudad de Salamanca). Hemos localizado varios
documentos de carácter personal otorgados por ellos (escritura de patronato,
testamentos y codicilos), que ofrecen una nueva perspectiva del devenir del
convento en el momento de su fundación y primeros años de vida.
2.- Los preámbulos de la fundación: Sor María de la Santísima Trinidad, entre la leyenda y la historia.
María
nace en Aracena el 20 de enero de 1604, siendo sus padres Juan Payán Daza y
Ortiz y Ana Valera de Cárdenas.
Después de la temprana muerte del padre, su madre volvería a casarse con Alonso
Martín de Moya, de la cual nacería su media hermana Lucía de la Ossa.
Los primeros años de la infancia de la
beata María de la Trinidad
van a estar vinculados con los duques de Béjar y marqueses de Gibraleón, los
cuáles tenían palacio en Aracena y en esta villa pasaban el verano huyendo del
calor del Andévalo. Su tía abuela sor María de la Concepción y su tía sor
María Jesús (hermana de su madre), ambas terciarias dominicas, iniciaron una
estrecha relación con los duques, hasta tal punto que la familia Valera marchó
con los duques hasta sus posesiones de Gibraleón, a fines de septiembre de 1606.
Su biógrafo construye sobre la pequeña
su particular mensaje hagiográfico propio del barroco. La niña era criada por
los duques junto a su hijo, como si fuera una hija más (“hija le llamaban como a él”). La piedad y virtud de la niña fueron
creciendo a su regreso a Aracena, donde rápidamente daría muestras de no
adaptarse a la riqueza y la opulencia, por ser proclive a atender al prójimo.
Como muestra de su caridad cristiana, realizaría la donación de sus ricos
vestidos a la imagen de Nuestra Señora del Rosario y otros santos de la villa.
Pronto comenzaría su especial devoción
al Santísimo Sacramento, recibiéndolo a temprana edad, así como el hábito de
religiosa tercera de Santo Domingo, el día de la Santísima Trinidad
del año 1617.
Nuestra Señora del Rosario se convierte
en uno de los ejes de su vida. Su devoción “desborda” Aracena, y María de la Trinidad reclama
donaciones en Sevilla. Pero éstas se nos presentan sin una cronología concreta,
porque la narración del Padre Lorea se hace eco de los hechos pero no del
momento en que se produjeron.
Así aparecen nuevos personajes en la trama,
aunque de carácter efímero y secundario, como es el caso de Gabriel Guerra, natural de Aracena y su
esposa doña María de Salvatierra,
quienes le enviarían a la
Virgen “un vestido de
tela blanca, muy rico, que fue el primero que Nuestra Señora tuvo”. Un caso
similar es el de Juan Muñoz Gago,
que había regresado a Aracena, tras hacer fortuna en Perú, y que le donaría
otro vestido.
Sor María de la Trinidad lograría reunir
dinero para unas andas para la
Virgen, y junta limosnas para construirle un retablo, siendo
una de las principales donaciones la realizada por el Canónigo Juan de Salvatierra, “que le envió una vuelta de cadena de oro que
pesaba mil y quinientos reales de vellón”.
Otra nueva donación de un vestido “de tela encarnada muy rico”, también
llegaría por parte de D. Esteban de
Rivarola, Veinticuatro de Sevilla, al servir en su casa una criada que era
natural de Aracena y “devotísima de la Imagen de Ntra. Señora del
Rosario”.
La leyenda que envuelve la vida de la
beata comienza a agrandarse cuando empieza a tener revelaciones divinas y
dialogar en varias ocasiones con Cristo
y la Virgen, y
personajes celestiales como su propio Ángel de la Guarda, San Jacinto, San
José, Santa María Magdalena y Santa Catalina de Siena.
Su halo de santidad se incrementaba al
conocerse sus visiones y tener capacidades no sólo de apaciguar y consolar “los males del alma”, sino también de
curar “los del cuerpo”.
Pero sería la misma Virgen del Rosario la que le anuncia y
encarga la fundación de un convento en su honor en la villa de Aracena,
aparición que tuvo lugar cuando la Madre
Trinidad contaba la edad de 24 años, esto es, en 1628.
En ello redunda una nueva aparición, esta vez la del citado San Jacinto, que se comunica con la
beata mientras rezaba en la iglesia del convento de San Sebastián (Dominicos de
Aracena), para recordarle su misión: “Escúchame
con atención, hermana en Cristo. Fundarás en esta villa una comunidad de
religiosas de hábito reformado que se dedique, en clausura, al culto permanente
del Santo Rosario”.
Al encargo también se sumaba la
búsqueda de 14 hermanas terciarias en Aracena que debían formar parte de la
fundación del convento y que se dedicarían en clausura al rezo permanente del
Santo Rosario,
como sabemos la gran devoción impulsada por los dominicos en la religiosidad
del Barroco. De este modo, el germen del futuro convento de Dominicas Descalzas
de Aracena consistió, como en otros muchos casos similares, en la constitución
de un beaterio o congregación de mujeres que se recogen para hacer vida santa
siguiendo la Regla
de una orden, en este caso como Terciarias Dominicas, hasta que con el paso del
tiempo se convierta en un establecimiento conventual formalizado canónicamente
mediante su incorporación a la rama femenina descalza de la Orden de Santo Domingo, como
se verá más adelante, en un proceso lleno de avatares e incidencias que
constituyen el eje de nuestro trabajo. De esta forma, la institucionalización
del beaterio como convento integraba a sus componentes en la ortodoxia
eclesiástica y las ponía a salvo de las desviaciones doctrinales (iluminismo,
quietismo, etc.) a las que tan propensas eran a veces las formas marginales de
religiosidad representadas por beatas, ermitaños y otros grupos de prácticas no
regladas.
3.- Los contactos para la
fundación (1649 – 1657).
Este primer paso dado por la Madre Trinidad con
la constitución de una comunidad de terciarias dominicas iniciaba el trabajoso
proyecto de su soñada fundación conventual en su villa natal. Para convertir en
realidad este ansiado cenobio hacían falta muchos medios con los que esta pobre
comunidad de beatas adscritas a la Orden
Tercera de Santo Domingo no contaban, como un solar donde
establecer el edificio del futuro convento, medios económicos para la
construcción del inmueble y su iglesia conventual, y unos bienes con los que
poder asegurar la manutención de una comunidad dedicada a la vida contemplativa
en clausura y que, a diferencia de los conventos masculinos, no podía dedicarse
a tareas apostólicas (predicación, administración de sacramentos, etc.) con las
que poder allegar limosnas y recursos. La solución que se vislumbraba era
conseguir el patrocinio de los devotos no sólo a través de limosnas y
donaciones, sino especialmente a través de la figura jurídica del patronato, es
decir, la concesión a un particular de una serie de derechos (como
enterramiento en la capilla mayor, cultos fúnebres, colocación de su heráldica,
ingreso de familiares en la comunidad, etc.) a cambio de la asignación de una
suma de dinero que, amortizado, proporcionaría a la comunidad unos réditos o
rentas con las que subvenir a su manutención. Para el logro de estos fines se
hacía imprescindible conseguir el favor de los estamentos privilegiados de la
sociedad del momento, que movidos del intenso clima de la religiosidad del
Barroco, invertían parte de su riqueza en estos proyectos fundacionales en su
afán de conseguir la salvación de sus almas. Esta sería la solución puesta en
práctica por la Madre Trinidad,
que pronto se atraerá el favor de personajes acaudalados en la propia Aracena
en la que transcurría su existencia.
Si nos atenemos a lo que cuenta el Padre
Lorea, los prolegómenos de la que habría de ser fundación de dominicas
descalzas se iniciarían hacia el año 1649, cuando en Sevilla y por ende toda
Andalucía se sufre una cruenta epidemia de peste. Muchas familias sevillanas
acomodadas intentan escapar del contagio, y como era costumbre en la época se
refugian en la serranía onubense aprovechando la salubridad del lugar.
Quedarían en cuarentena desde fines de abril hasta junio en la aldea de
Valdezufre, cercana a Aracena. Una de estas familias va a ser la de Cristóbal
López de Vergara y su esposa, que en dicho mes de junio de 1649 se desplazan a
Aracena y con la que María traba contacto por su asistencia a misa en el
convento de Santo Domingo, y abordan el tema de fundar convento para las
terciarias dominicas, “donde vivieran en
comunidad, pues el instituto de las religiosas mejor se ejercita en la vida
común que en la particular”.
Pero todo ello no llega a más, las familias sevillanas afincadas temporalmente
en la serranía de Aracena vuelven tras los riesgos de la epidemia a su ciudad y
a su rutina cotidiana, y la fundación sigue sin producirse.
Esto no sería sino el principio de un
periodo de adversidades que la Madre
Trinidad habría de afrontar hasta llevar a puerto la
fundación. Así se encontró con los primeros obstáculos, especialmente
provenientes de los rumores que surgieron en la localidad contrarios a la
fundación del nuevo convento, especialmente por parte del clero y los
carmelitas de Aracena, que acusaban a la Madre Trinidad de no perseguir
sino su propia comodidad.
Lo que en realidad subyacía en esta oposición era la habitual lucha entre las
órdenes religiosas por el “reparto de la tarta” representada por las limosnas y
dádivas de los fieles, o lo que es lo mismo, la competencia por alcanzar la
mayor cuota posible de “mercado religioso”. De este modo, el establecimiento de
un nuevo convento vendría a restar clientela a las comunidades ya establecidas,
por lo que éstas ideaban toda clase de artimañas y subterfugios para impedir o
cuando menos obstaculizar la nueva fundación.
Los rumores y habladurías obligaron a la Madre a marchar a Sevilla. Para
este viaje contó con el estímulo sobrenatural de la Divinidad, ya que Lorea
atribuye a la Virgen
del Rosario una nueva aparición, esta vez como peregrina a las puertas de la
casa de la beata, donde es atendida por su hermana Lucía de la Ossa, a la que le transmitirá
el mensaje de perseverar en la idea de fundar: “Dile a sor María de la
Trinidad que tome su bordón y se vaya a Sevilla”. En el convento de Regina, entre 1652 y
1654, se relaciona con personajes de la aristocracia próximos a la Orden, como el marqués de
Quintana y el Conde de Castronuevo, el cual la pondrá en contacto con su primo
el Asistente de Sevilla, don Pedro Niño de Guzmán, conde Villaumbrosa, quien
más adelante dispensará un apoyo decisivo a la fundación, como seguidamente
veremos. Por su parte, el matrimonio López de Vergara la socorrió con 3.000
ducados para la fundación conventual, aunque excusándose de no poder aumentar
esta cifra porque “su hacienda entonces
no podía con tanta cantidad”. Durante esta estancia sevillana la Madre enfermó de gravedad,
aunque pudo recuperarse y volver a Aracena, donde se entregó con ímpetu a la
construcción del futuro convento, en la que ella misma y sus compañeras del
beaterio, como futuras monjas moradoras del cenobio, participan como
improvisadas obreras. De esta forma, “a
Sor María de la Trinidad
se le vio muchos días en funciones de peón de acarreo, conduciendo un
borriquillo prestado sobre cuyos lomos cargara piedra y arena en las faldas del
Cerro del Castillo, ladrillos en los hornos del Egido, cal en las caleras de la Fuente del Rey, madera
aserrada en los bosques de castaños…” .
Los dominicos del convento de San Sebastián,
que seguían muy de cerca la génesis de este proyecto fundacional, recomendaron
a la Madre Trinidad
calma y reflexión y, lo que era todavía
más importante, la consecución en Sevilla de las licencias
indispensables para la fundación. Y como terciaria dominica profesa que era,
para su viaje contó con la autorización expedida por el Padre Provincial
dominico Fray Luís de Espinosa con fecha de 26 de septiembre de 1656.
Esta segunda estancia en la capital
hispalense comenzó con la audiencia que le dispensó el Arzobispo, a la sazón el
dominico fray Pedro de Tapia (1653 – 1657), quien a pesar de ser hijo de la
orden de Predicadores, no se mostró precisamente proclive a los proyectos de
Madre Trinidad, seguramente. La razón parece estar en los informes negativos
que desde Aracena le habían remitido los frailes y monjas carmelitas
oponiéndose a la fundación de las dominicas, por lo que el prelado, para evitar
conflictos con la orden del Carmen, le ofreció a la Madre la posibilidad de
fundar en la propia Sevilla, a lo cual se negaría la beata por querer que fuera
en Aracena (“para mi tierra había sido mi
vocación”).
En este viaje sevillano retomó el contacto con familias sevillanas acaudaladas,
y de nuevo se reencontró con la familia de Cristóbal López de Vergara, con la
que se alojó en su vivienda de la calle Aire, situada en la collación de San
Pedro. El Jurado quiso aumentar su oferta fundacional desde la cantidad inicial
de 3.000 a los 20.000 ducados de ahora y constituirse a cambio en fundador del
convento, pero Doña Antonia de Ontiveros expresó nuevamente sus reticencias:
“Una
cantidad tan gruesa como doce mil ducados [que había pedido la Madre Trinidad] es golpe que en
la hacienda más corpulenta hacen mucha falta: y aunque el deseo del Jurado era
grande en la fundación era necesario comunicarlo con Doña Antonia de Ontiveros
su mujer para que ambos diesen esa cantidad. Cuando la mujer supo el empeño en
que su marido se había puesto, lo sintió mucho y procuró disuadirlo de él,
cerrándose con decir que si su marido gustaba de hacer el convento diese la
parte que podía y pues tenía ese espíritu que sirviese a Dios con él, pues
hasta aquella hora Su Majestad no los había tocado el corazón para desposeerse
de su hacienda y quedar pobre por fundar un Convento donde ni habían de ser
Religiosos ni le habían de gozar”.
Ante el desánimo de la beata, “nuevas visiones” la van a reconfortar,
dándole fuerzas para continuar. Esta vez sería Santa Catalina de Siena la que
la encamina a conocer al Asistente de Sevilla, que le ayudaría en su objetivo. La Santa le comunica a Sor
María que intercedería ante Dios para que llegara a buen término el próximo
parto de la esposa del Asistente, el cual en agradecimiento otorgaría lo
primero que se le pidiese en el nombre de Dios.
Así en el día del parto de su mujer, el
Asistente recibió carta del Provincial dominico para que favoreciera la
fundación pretendida por la beata. ¿Quiénes fueron estos dos personajes que
aparecen como claves en la consecución definitiva de la fundación conventual? Se
trata de dos personajes importantes del reinado de Carlos II:
o
El
ya citado D. Pedro Niño de Guzmán o Núñez de Guzmán (1615 – 1678), Conde de
Villaumbrosa, primero Asistente de Sevilla, entre 1653 y 1662, y posteriormente
Presidente del Consejo de Castilla (noviembre de 1669 – julio de 1677).
o
Fray
Alonso de Santo Tomás, que era el citado Provincial dominico, y cuñado de D.
Pedro Núñez de Guzmán.
El Cabildo de Sevilla por petición del
Asistente encargó a su Procurador en la Corte, Jerónimo Federigui, que tramitase la
obtención de la licencia real. A pesar de la resistencia del Procurador,
terminó realizando las gestiones necesarias y la licencia se obtuvo finalmente
el 11 de agosto de 1657, firmada de mano de Don Pedro de Lobera y Andrade,
Secretario de Su Majestad y Escribano Mayor de Cortes.
Todo comienza a girar y a tornarse en
positivo, la “inversión en Dios”
comienza a romper las dudas iniciales y Vergara piensa en llegar a 12.000
ducados, que es como vimos la cantidad calculada que era necesaria para fundar el convento.
4.- Las capitulaciones de 1657
y 1659.
La negociación tuvo que llegar a su fin, ya
que como señala el cronista dominico, el 19 de octubre de 1657 se firmaron ante
el escribano de Sevilla Hermenegildo de Pineda y Collantes las capitulaciones
para hacer efectiva la fundación del convento. La localización de este
documento en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla nos revela el contenido
de lo que serían las primeras
capitulaciones de fundación y patronato pactadas entre el matrimonio López
Vergara – Ontiveros y la Madre
Sor María de la Trinidad.
Cristóbal López de Vergara expresaba en
dichas capitulaciones sus motivaciones: “(…) yo he venido en todo lo susodicho y porque el dicho convento se funde y
tenga efecto su fundación por servir a Dios (Nuestro Señor) y a su madre
Santísima la Virgen
del Rosario concebida sin mancha de pecado original y para pagarle en parte los
muchos favores [que] de su divina mano he recibido y espero recibir y para que
su culto divino sea ensalzado (…)”.
El nombre inicial que acordaron sería
el de “Nuestra Señora del Rosario y San
José en reverencia de los quince misterios de el Santísimo Rosario”. Esta
primitiva denominación del cenobio está en relación con la ya referida
aparición de la Virgen
del Rosario como peregrina a Lucía de la Ossa, a la cual le dijo que su báculo tenía 15
nudos que se correspondían con los misterios del Santísimo Rosario, “y en honor y reverencia de ellos se ha de
edificar en esta villa un convento de religiosas donde la Madre de Dios sea especialmente
reverenciada y su hijo bien servido” .
El número inicial de monjas sería el de 15,
reservándose los patronos el nombramiento de 6 de ellas, así como de sus
sucesoras cuando falleciesen. Este cupo siempre sería respetado, aún cuando los
patronos – fundadores murieran y les relevaran otros; así esta cláusula siempre
favorecería a los patronos de cada momento. Cristóbal y Antonia querían que a
la hora del ingreso de estas 6 monjas tuviera preferencia la cualidad de tener
algún parentesco con ellos, realizándose la correspondiente información al
respecto.
Vergara se comprometía a entregar al
convento 1.000 ducados de renta cada año, “perpetuamente
para siempre jamás en juros de la primera situación de millones o unos por
cientos de esta dicha ciudad y su partido”, o bien situados sobre las
alcabalas reales de la misma ciudad o los almojarifazgos de ella.
Su compromiso era entregar los citados 1.000
ducados un año después de que estuvieran aprobadas las capitulaciones, tanto
por el Padre Provincial de la orden en Andalucía, como por el Padre
Reverendísimo General de ella.
De esta forma, López de Vergara y su esposa
Antonia de Ontiveros afrontaban esta fundación conventual siguiendo la estela
de las familias aristocráticas de la
España del Antiguo Régimen, para las que la fundación y
promoción de entidades conventuales y su patronato se convertía “en una seña de identidad propia, indicativa
de grandeza y de poder, de un poder que además contribuiría a ser regimiento
por el propio discurso eclesiástico y las mismas órdenes religiosas
beneficiarias”. Por su extracción social, los patronos del convento de
Dominicas Descalzas de Aracena forman parte de un grupo misceláneo de
fundadores de establecimientos religiosos que Atienza López etiqueta como “Nobleza no titulada, poderosos, oligarcas,
élites locales y otros”, que utilizaban estos proyectos fundacionales para
dar satisfacción “a sus expectativas de
reconocimiento, a sus ambiciones de ascenso social, a su necesidad de apuntalar
prestigio, poder y notoriedad”.
Estas necesidades en nuestro caso eran más acuciantes por el afán de emulación
existente en las clases privilegiadas de la Sevilla del siglo XVII y por la necesidad de
afirmación de la familia de López de Vergara frente a la oligarquía local de la
población serrana, en la que a pesar de no estar afincados debían demostrar su
status social apoyando un proyecto nacido de la iniciativa de una modesta
beata, frente a los consolidados cenobios ya existentes desde el siglo XVI,
como los masculinos de Santo Domingo y el Carmen, y el femenino carmelita de
Santa Catalina.
Pero hacía falta consolidar la fundación no
sólo en la material, sino también en el plano jurídico – institucional. Para
este fin la Madre Trinidad,
que había vuelto a Aracena en 1658 para allanar los últimos obstáculos que se
le oponían en la villa, emprende en enero de 1659 el que sería su último viaje
a Sevilla, en el que visita a López de Vergara y también al Padre Provincial
dominico en el convento de San Pablo, quien le informa de la situación en que
se hallaba la formalización canónica del nuevo cenobio de Aracena y la
necesidad de incrementar la dote fundacional ofrecida por el Jurado para
ajustarse a lo ordenado por el Consejo de Castilla sobre fundaciones religiosas.
El favorable impulso obtenido con la
licencia de fundación otorgada por el Arzobispo Fray Pedro de Urbina el 21 de
abril de dicho año,
se continuó gracias a la mediación del Asistente de Sevilla para conseguir que
el patrono del convento, que como sabemos ya era López de Vergara, otorgase una
segunda escritura, aumentando la
dotación del convento, el 3 de agosto de 1659, ante el escribano de Sevilla
Juan García Castellar.
En dicho documento se comprometía a
entregarle a sor María de la
Trinidad la cantidad de 2.000 ducados de vellón al contado, “para ayuda a su fábrica”, así como
otros 1.500 ducados de renta anual para el sustento del convento. Esta última
cantidad se situaba de la siguiente forma:
a) 1.000 ducados en 3 juros, el
primero de 262.500 maravedíes de renta en el servicio de millones de la ciudad
de Sevilla, el segundo de 45.832 maravedíes en el almojarifazgo, y el tercero
de 66.668 maravedíes en el segundo 1% de la ciudad.
b) 500 ducados en censos y
tributos, cifra que procede de estas cantidades: 5.000 ducados de principal,
3.000 en la deuda a favor de Rodrigo Navarro contra el concurso de acreedores
del Colegio de San Hermenegildo, y 2.000 en un tributo de 100 ducados de renta
anual sobre una heredad de viñas en el término de Camas, que le paga Francisco
Rodríguez de Valcárcel.
Cuando se iniciara la clausura,
Cristóbal López Vergara les daría a las monjas los títulos de los juros y los
pondría a nombre del convento; a cambio el matrimonio recibiría los títulos de
fundadores y patronos, con derecho a poner sus armas.
Otra condición sería que siempre
existirían en el convento cuatro monjas que fueran familiares de ellos.
Por último se recordaba que cuando se
obtuviera licencia real para fundar, Vergara entregaría los ya citados 2.000
ducados para proseguir la fábrica del convento y se realizaría una nueva
escritura de fundación y patronato.
5.- La desaparición de la Madre Trinidad: su
testamento y su muerte (1659 – 1660).
Poco pudo disfrutar la Madre Trinidad de los
preámbulos de la fundación del convento por el que tanto había luchado, y que finalmente
se convertiría en una fundación póstuma. Hallándose en Sevilla como hemos visto
con motivo de la formalización del patronato del convento, enfermó gravemente,
por lo que queriendo garantizar la salvación de su alma otorgó testamento el 20
de noviembre de 1659 ante el notario Hermenegildo de Pineda.
Afirmaba residir en Sevilla con motivo de
solicitar la fundación del convento en la villa de Aracena, con el nombre de Nuestra
Señora del Rosario y San José: “donde me
he de encerrar y vivir en perpetua clausura yo y otras 8 beatas de mi santo
hábito”.
La forma y la disposición de su entierro las
dejaba al dictamen de sus albaceas, con sólo dos condiciones:
a) “(…)
a los que les encargo sea con toda moderación como a una pobrecita beata”.
b) “(…) por mi alma el día que muriere sino otro siguiente, ocho misas rezadas
y en Aracena y una misa cantada y cuatro rezadas en el convento de Santo Domingo
de la dicha villa y se pague la limosna de mis bienes”.
María de la Trinidad había criado a
una niña expósita, Apolonia del Niño
Jesús. Su deseo era que se le dieran 50 ducados de vellón. De las limosnas
que había reunido en Sevilla, había realizado distintas compras para que
formaran parte del ajuar litúrgico del convento, como un incensario nuevo de
plata (con su naveta y cuchara), un relicario, un cáliz y una patena, dos
candeleros de plata, algunos ornamentos y telas (de oro, plata y seda), dos
campanas pequeñas y algunos cuadros de pintura religiosa. Todo ello los dejaba
en depósito, en poder de la
Madre Ana de Santo Domingo, por tiempo de 4 años, para que
los donase al convento cuando éste se fundase, y si no se lograba fundar serían
entregados al convento de frailes dominicos de la villa de Aracena.
Por último nombraba a sus albaceas testamentarios,
muchos de ellos ya citados: Don Pedro Niño de Guzmán (conde de Villaumbrosa y
Marqués de Quintana, Asistente y Maestre de Campo, de Sevilla), el Padre fray
Alonso Enríquez (Provincial dominico), el padre fray Pedro Martín (su
confesor), el Licenciado Don Juan de Salvatierra (Canónigo de la Colegial de San Salvador),
el Jurado Cristóbal López de Vergara, su esposa Doña Antonia de Ontiveros, y
por último Ana de Santa Domingo (beata terciaria dominica).
La muerte la sorprendió finalmente el 7 de enero
del siguiente año de 1660, cuando contaba la edad de 56 años.
Su óbito causó honda consternación en la ciudad del Guadalquivir, como lo
refleja el analista Ortiz de Zúñiga. Su cuerpo quedó depositado en el convento
de Regina, donde había fallecido, hasta su definitivo traslado en 1674 al
convento de Aracena que había sido objeto de sus afanes y desvelos, a donde llegó
procesionalmente dado el halo de santidad que ya rodeaba la figura de la
fundadora.
6.- Constitución de la primera comunidad conventual
(1674).
La fecha oficial de fundación del convento
se produjo siendo D. Pedro Núñez de Guzmán, Conde de Villaumbrosa, Presidente
del Consejo de Castilla, entre los años 1669 y 1677. Sin duda su paso por Sevilla y ser
albacea testamentario de Sor María de la Santísima Trinidad,
tuvieron que jugar un factor determinante para eliminar cualquier traba
administrativa que impidiese su definitiva fundación.
La preciada herencia de la Madre Trinidad, un convento de
monjas dominicas para su Aracena natal, tomaba visos de realidad, a pesar de
cambiar de denominación, y trocar de nomenclatura: Nuestra Señora del Rosario y
San José, por la de Jesús, María y José.
La comunidad de dominicas descalzas ocupó su
nueva casa, levantada sobre el solar de la habitada por la Madre Trinidad,
el 12 marzo del año 1672, siendo bendecido definitivamente el convento el 13 de
mayo de 1674.
Las nuevas monjas profesarían la
Regla que ella compuso especialmente para el nuevo cenobio.
Una semana después llegarían a Aracena el
jurado Cristóbal López de Vergara en compañía de varios caballeros sevillanos
(Veinticuatros y Jurados), con el resto de monjas que iban a formar la primera
comunidad. A lo largo de ocho días, entre solemnes funciones y ceremonias, se
produjo la toma de hábitos, que tuvo como colofón la colocación del Santísimo
Sacramento y el recibimiento de los restos de la Madre Trinidad para su
inhumación en el templo conventual.
Conocemos el nombre de algunas de estas
primeras monjas que formaron la comunidad en sus primeros años de vida:
- 6 u 8 beatas de Aracena, terciarias
dominicas. Entre ellas
la Madre Ana
de Santo Domingo (falleció en 1674), la Madre Juana de la Asunción y
posiblemente Apolonia del Niño Jesús.
- 6 monjas elegidas por los patronos
fundadores. Sus
parientas Sor Oración del Huerto, Sor María de la Corona y Sor María de la Columna, con
seguridad formaron parte de la primera comunidad. A ellas se tuvieron que
unir años después las hermanas Flores y la expósita Úrsula, muchacha que había
sido criada por Antonia de Ontiveros y a la que le daba la posibilidad de
ingresar en el convento, teniendo éste la obligación de costear su
sustento y vestuario (sin tener que servir), tal como se pactó en las
condiciones de fundación.
- 3 monjas procedentes de otros conventos
dominicos. Sor Guiomar
de Acosta (Priora en 1679, procedente del convento de Madre de Dios de
Sevilla), Doña Juana de Villavicencio (Subpriora, también procedente del
mismo cenobio) y Sor María de San Felipe (Madre de Novicias, del convento
de Jerez de la Frontera).
7.- Los patronos y
cofundadores del convento.
7.1.- Testamento y muerte de
Cristóbal López de Vergara (1677).
Los
testamentos de los fundadores del convento de dominicas de Aracena fueron
otorgados ante el escribano de Sevilla, Pedro de las Rivas.
Cristóbal López de Vergara otorgó el suyo el
27 de julio de 1677 y Antonia de Ontiveros lo hizo el 28 de enero de 1679.
Cristóbal era natural de Salamanca; fueron
sus padres Andrés López de Vergara y Doña Ana Pérez Rascón, los cuáles también habían
sido vecinos de Sevilla, y en ese año de 1677 ya habían fallecido. No sabemos
en qué fecha llegaría Cristóbal a la ciudad de Sevilla, pero todo apunta a que
sería durante su juventud en compañía de ellos.
De su patrimonio económico sabemos
poco, tan sólo que tenía una heredad de viñas en el término de Dos Hermanas,
con bodega, lagar y vasijas, que obtuvo al adjudicársele en pago de la deuda
que tenía contraída su propietario con él. La posesión de la misma la realizó
en septiembre del año 1657 Don Jacinto de Ontiveros en su nombre, suponemos que
hermano o tío de su mujer.
No tenemos constancia de que López de Vergara llegara a ser Cargador a Indias
ni estuviera matriculado en su Consulado, más bien su fortuna parece proceder
de una buena gestión del capital de su familia, situado en depósitos rentistas
de los que tenía un gran conocimiento (juros, alcabalas, almojarifazgos, etc.).
Cristóbal deseaba ser enterrado en el
convento de dominicas de Aracena, como fundador y patrono del mismo, pero sin
que ninguna efigie e inscripción delatara donde estaba su enterramiento, por
considerarse “indigno de semejante
remembranza”, aunque ello no implicaba que renunciara a sus derechos como
tal, según estaba registrado en las capitulaciones de fundación. En cambio sí
quería que la tumba de su esposa estuviera señalizada: “Mando mi cuerpo sea sepultado caso que acaezca mi finamiento en la Villa de Aracena en el
convento de Nuestra Señora del Rosario de religiosas del orden de nuestro Padre
Santo Domingo de la dicha Villa de que somos fundadores y patronos yo y Doña
Antonia de Ontiveros mi mujer, en la
Capilla mayor a el lado de la epístola, porque el otro lado
es el más preeminente lo separo para la dicha mi mujer, prohibiendo como
prohíbo que en mi enterramiento se ponga efigie mío ni inscripción que diga o
denote que yo estoy allí sepultado ni que soy tal fundador y patrono esto a
causa de que por este medio haya de mí la menos memoria que fuere posible y
sólo para la dicha Doña Antonia mi mujer se reserve el que se le ponga en la
dicha Capilla su efigie i inscripción para que conste de su memoria lo qual
hago reconociéndome indigno de semejante remembranza (…)” .
Cristóbal
quería que en el caso de que falleciera en Sevilla, sus restos fueran
depositados en el convento de Santa Justa y Rufina, de los Padres Capuchinos,
para posteriormente cuando creyeran conveniente sus albaceas, proceder al
traslado de los mismos al convento de Aracena.
Dejaba establecido que se dijera una
misa de réquiem el día de su fallecimiento, y 100 misas rezadas por su alma, de
ellas la cuarta parte en su parroquia (San Román), y el resto debería decirse
en el lugar que establecieran sus albaceas. A las cofradías Sacramental y de
Ánimas de su parroquia, le dejaba 12 reales a cada una.
En materia de legados se acordaba de
sus sobrinas y sus allegados:
- A su
sobrina Inés López, monja en el convento de Santa Isabel (Sevilla),
ordenaba que de sus bienes se le pagaran a su muerte 50 reales mensuales
para su mantenimiento, de forma vitalicia, hasta su fallecimiento.
- A su
sobrina Manuela López, viuda de Juan Riesgo Rodríguez, igualmente se le
daría 100 reales mensuales, de forma vitalicia. De ella dice que vivía en
su compañía, aunque en el momento de testar se hallaba en Aracena.
- A
Francisco de Santa Cruz, el cual asistía en sus negocios, le donaba 200
reales. Seguramente sería su contable, ya que se alude a que sus deudas
están reflejadas en sus libros.
Dejó establecida que su heredera y
usufructuaria sería su esposa, pasando todos sus bienes posteriormente, a la
muerte de ella, al convento como aumento de los ya asignados en la fundación. Nombró
por sus albaceas a su esposa, la
Priora del convento y a Don Antonio Bernardo Rodríguez de
Valcárcel.
Como ya hemos citado anteriormente, Cristóbal
López de Vergara fue Jurado de Sevilla, por la collación de San Pedro. Recibió
título de Jurado por parte de Felipe IV, fechado en Madrid el 6 de febrero de
1658, ejerciendo el oficio entre los años 1657 y 1677. En su testamento dejó el
oficio a su esposa Antonia de Ontiveros, con la recomendación de que a su
muerte lo cediera al convento de monjas de Nuestra Señora del Rosario de la
villa de Aracena, por ser sus patronos y fundadores.
Antonia sin embargo no siguió tal consejo, y
en su testamento (1679) dejó la mitad a dicho convento, y la otra mitad del
oficio a Don Francisco Antonio de Santa Cruz.
El convento tomó posesión de su mitad al
morir Antonia, y llegó a un acuerdo con Santa Cruz, haciéndole donación y
cesión de su mitad. Las razones de tal hecho se recogen en la escritura que se
hizo el 28 de diciembre de 1680, ante Juan Bautista de Iriarte, escribano de
Aracena. Santa Cruz y su esposa Doña Teresa Juan de Torres a su vez terminaron
por vender el oficio a Don Antonio Márquez de Arana, según escritura de venta
otorgada en Sevilla ante Juan Antonio Castellar, el 21 de mayo de 1688.
7.2.- Testamento de Doña
Antonia de Ontiveros (1679).
En el año 1679, Antonia de Ontiveros
siendo ya viuda, vivía en la collación de Santa Catalina. En su testamento,
fechado el 28 de enero, declaraba estar enferma. Era hija de Juan Martín y Doña
Apolonia de Ontiveros, ya difuntos.
Su deseo, igual que el de su marido,
era que sus restos mortales fueran depositados en el convento de Santa Justa y
Rufina, para luego ser llevados al “convento
de monjas [de] Jesús, María y José, dominicas descalzas, de la villa de
Aracena”, para reposar de forma
definitiva en la Capilla Mayor
que aún debía construirse.
Su deseo se respetó, ya que su cadáver fue
depositado en este convento sevillano el día 20 de febrero de 1679, en la
bóveda de Nuestra Señora de la
Concepción, “según se
entra en la iglesia a mano izquierda”. Fue enterrada con hábito capuchino.
Su testamento nos indica por primera vez el
cambio de nombre del cenobio, que pasaría de ser “Nuestra Señora del Rosario y
San José” (1657), a “Jesús, María y José” (1679).
Dejó establecido que de sus bienes y joyas
se reuniera la cantidad de 2.000 ducados de vellón para que se realizara la
obra de la Capilla Mayor
del convento de Aracena.
Sin duda este dato es interesante porque nos informa de que la iglesia
conventual aún se hallaba por terminar y completar su decoración. Esta noticia
directa nos sirve para datar la cronología constructiva del edificio, cuya
Capilla Mayor se tuvo que terminar de construir por tanto en fecha posterior a
la muerte de la patrona del cenobio en las dos últimas décadas del siglo XVII.
Además a su sobrina Manuela López le
dejaba “un lienzo de Nuestra Señora de la Soledad con su marco de
evano”, con la condición de que al morir ésta, dicho lienzo pasara al
convento de Aracena para que fuera puesto “en
uno de los altares colaterales de la Capilla Mayor”. Por tanto es uno de los pocos
datos que tenemos de cómo pudo decorarse dicha Capilla.
Otro de sus deseos era que “un rosario de Roma guarnecido de plata”
que tenía en poder de Doña Ana Laso, fuera legado y puesto a la imagen de
Nuestra Señora del Rosario de su convento de Aracena.
En el
aspecto de misas, deseaba que se dijera una misa de réquiem cantada por su alma
el día de su muerte o al día siguiente, y en días sucesivos otras 150 misas, y
50 más por las almas de su marido, sus padres y abuelos. La cuarta parte de
ellas deberían decirse en su parroquia como era obligatorio, y el resto en los
lugares que designaran sus albaceas.
Quería que por su alma y por la de su
marido se dijera todos los días del año una misa cantada “para siempre”; así
mediante codicilo fechado el 18 de febrero establecería que esa misa se dijera
todos los lunes del año.
A las cofradías Sacramental y de Ánimas
de su parroquia le dejaba 6 reales a cada una de ellas. A favor del convento de
Santa Justa de Sevilla, de religiosos capuchinos, dejaba una sustanciosa
limosna de 100 ducados.
Las donaciones a sus familiares fueron
numerosas. Tenía 3 sobrinas que ingresaron como monjas en el convento de
dominicas de Aracena, así como otras dos jóvenes que había criado en su casa.
- Manuela
López Quijano. Dejaba
establecida para ella 30 ducados anuales de forma vitalicia. Además le
serviría su esclava negra atesada, María del Rosario. Al morir, dicha
cantidad y la propiedad de la esclava pasarían a su heredero: el convento.
Le dejaba también una cama, con 2 colchones, 2 almohadas, un cobertor y
varios rosarios (que tenía en su poder Doña Ana Laso).
- Sobrinas
religiosas en el convento de dominicas de Aracena. A la Madre Oración
del Huerto, le dejaba un veloncito de plata, un tapete nuevo, un brasero
de cobre con su ropa, y un baulito con sus cajones, una “abateyta” (¿bandeja?)
de plata, y 6 cojines de guadamecí. Expresaba que todo ello lo compartiera
con su hermana, sor María de la
Corona, a quién le dejaba una “abateyta” de plata. A la Madre sor María de la Columna le dejaba otra
“abateyta” de ámbar guarnecida.
- Había
criado en su casa a dos niñas, que suponemos expósitas: Ursula Antonia
y María Antonia. A Úrsula le donaría 200 ducados para tomar estado de
religiosa, así como 1 cama, 2 sábanas, 2 colchones, 2 almohadas, 1 colcha
blanca, 4 sillas de baqueta, etc. A María Antonia le dejaba 1 cama, 2
sábanas, 2 colchones, 2 almohadas, 1 colcha blanca y 13 pares de medias.
Declaraba como su único heredero al
convento de dominicas de Aracena: “por
ser así mi voluntad y no tener como no tengo hijos ni otros forzosos
herederos”.
Nombraría por sus albaceas a Francisco
Antonio de Santa Cruz, su sobrina Manuela López Quijano, la Priora de dicho convento
(Guiomar de Acosta) y a Juan de Santa María Montemayor. Antonia no firmaría su
propio testamento porque no sabía, ante lo cual firmó a su ruego uno de los
testigos.
7.3.- Los codicilos de Antonia
de Ontiveros.
Antonia
de Oliveros amplió su
testamento con tres codicilos, fechados respectivamente el 13, 17 y 18 de
febrero del mismo año de 1679.
En el primero de ellos ordenaba varias
cuestiones:
- A sus
sobrinas Sor María de la
Corona, Sor Oración en el Huerto y Sor María de la Columna, les enviaba
30 ducados por vía de limosna para sus “necesidades religiosas”, 10 a cada
una.
- La limosna
que había dejado establecida a favor del convento de los Capuchinos, la
subió de 100 a 250 ducados, porque le había prometido dejarle una
colgadura que finalmente había legado al convento de Aracena.
- Quería que
pasados 3 años de su fallecimiento, se trasladara su cuerpo y los restos
mortales de su marido desde el convento capuchino hasta Aracena. El
encargo debería de cumplirlo fray Juan de Rioja, colegial en el convento
sevillano de Regina, de la
Orden de Predicadores.
- Un cuadro
de San Antonio con moldura estofada se lo dejaba a los religiosos
capuchinos.
- Recordaba
que su mayordomo Francisco de Santa Cruz tenía cuentas por liquidar con
ella, de ciertas partidas de vino que se habían traído de su heredad. Su
deseo era que se liquidaran y finiquitaran las cuentas y que no perdiera
dinero. Ella tenía en casa de Santa Cruz 6 sillas nuevas de baqueta de
moscovia, un arca con ropa y un bufete de caoba. Todo ello se lo dejaba.
- Quería
que fueran repartidas 16 sábanas entre su sobrina Manuela, Francisco de
Santa Cruz, Úrsula y María Antonia. Además a éstas dos últimas les dejaba
2 arcas de cedro y su ropa blanca.
- Su
compadre Don Juan de Santa María le debía 400 ducados. De dicha deuda le
perdonaba 200.
En el tercero, según ya se dijo, se fijaba
el lunes como día de celebración de la misa semanal por su alma.
8.- Bibliografía.
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SANTALÓ, L. C.: “La educación civil en la distancia del texto hagiográfico: la
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La formación histórica de una comunidad andaluza (siglos XIII – XVIII). Diputación
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- VÁZQUEZ,
J. A.: “La Venerable
Madre Trinidad. Una mística serrana”, Archivo Hispalense nº 3 – 5 (1944).
Publicado en: XXV Jornadas de Patrimonio de la Sierra, marzo 2010, 2012, pp. 425-450.
(c) Fotografías: Francisco Javier Gutiérrez Núñez
El nombre real de fray
Alonso de Santo Tomás era Alonso Enríquez, que había sido Marqués de Quintana y
Conde de Castronuevo, títulos que al profesar en religión pasaron a su hermana,
esposa del Asistente. Véase FAYARD, Jeanine: Los Ministros del Consejo Real de Castilla (1621 – 1788). Informes
biográficos. Hidalguía, Madrid, 1982. Pág. 40.
ARCHIVO HISTORICO
PROVINCIAL DE SEVILLA (en adelante, A. H. P. Se.), sección Protocolos
Notariales. Oficio 8. Legajo 5604. Sevilla, 19 de octubre de 1657. Fol. 419 r.
– 420 r.
PEREZ – EMBID WAMBA,
Javier: Op. cit., pág. 374; A. H. P. Se. Sección Protocolos Notariales, Oficio
8. Legajo 5608 (Libro 3º del año 1659). – Registro 28, folio 684. – Fecha: 20
de noviembre de 1659. Testamento de Sor María de la Santísima Trinidad.
Testamento de Cristóbal
López de Vergara. A. H. P. Se. Sección Protocolos Notariales, Oficio 9. Legajo
17.943 (27.VII.1677), folios 932 – 933.
Propietarios del oficio de
Jurado: Francisco López de la
Torre (1618 – 1649) > Antonio de la Torre y Eslava (1649 – 1657)
> Cristóbal López de Vergara (1657 – 1677) > Doña Antonia de Ontiveros
(1677 – 1679) > Francisco Antonio de Santa Cruz y el convento de dominicas
de Aracena (1679 – 1680 > Francisco Antonio de Santa Cruz (1679 – 1688) >
Antonio Márquez de Arana (1688 – 1694) > Juan Ortiz Félix (1695 – 1698) y
Doña Ana Reinante de la
Reguera (1698 – 1704).
“Ytem mando que de los más bien parados de mis bienes joyas de oro y
diamantes y perlas y demás cosas se saquen dos mil ducados de vellón y con
ellos se aga la capilla mayor, del dicho mi convento de Aracena hasta en la
cantidad que se pudiere obrar con los dichos dos mil ducados y lo que faltare
lo a de gastar el dicho Convento de los vienes que de mí heredare”.
A. H. P. Se. Legajo 17.946, fol. 185.
Fecha: 17 de febrero de 1679. Segundo codicilo de Antonia de Ontiveros.