EL MECENAZGO DEL INDIANO FRANCISCO MARTINEZ TINOCO
EN LA PARROQUIA DE SEGURA DE LEON EN EL SIGLO XVII
por
Salvador Hernández González
en
Publicado en Revista de Fiestas de Segura de León (2004),
págs. 37 – 39.
Hace
algún tiempo y desde las páginas de esta misma publicación traíamos a colación
el fenómeno de la emigración a América de los vecinos de Segura de León durante
los siglos XVI y XVII, centrándonos en las repercusiones que esa corriente
migratoria tuvo para su tierra natal en virtud de los donativos enviados por
aquellos indianos a los que sonrió la fortuna en las tierras del Nuevo Mundo [1] .
Tales dádivas podían adoptar múltiples formas, como el envío de dinero en
metálico, piezas de orfebrería o, lo que era más habitual, la fundación de
capellanías en los templos de la localidad, como las que vimos se establecieron
en el convento de San Francisco. Mediante estas fundaciones pías se establecía
la celebración de un determinado número de misas perpetuas, lo que a la vez que
garantizaba una serie de sufragios sin fin – traspasando la barrera del tiempo
– constituía una forma de prestigio social al aparecer como signo exterior de
riqueza, poniendo en producción un capital, más o menos importante,
administrado por un patrón, casi siempre de la familia del donante, y con cuya
renta se pagaba un capellán, también en muchas ocasiones miembro de la misma
familia.
Y
como esta capellanía debía servirse obviamente en un recinto de culto, el
fundador solía preocuparse no sólo por dotar a la fundación con los recursos
económicos necesarios para abonar el coste de las misas y el mantenimiento del
capellán encargado de decirlas, sino también por el decoro y ornato artístico
de su capilla y altar. Por ello no resulta extraño que en la escritura
fundacional el fundador estipulase en sus cláusulas las características a las
que debería ajustarse el enriquecimiento estético del lugar funerario,
precisando la composición, materiales y programa iconográfico del altar, piezas
de orfebrería que lo adornarían, cierre – generalmente con rejas – y cubierta
de la capilla, etc.
Uno
de estos generosos mecenas preocupado por el adorno de los templos de su tierra
natal fue en el siglo XVII Francisco Martínez Tinoco, quien en las lejanas
tierras del Nuevo Mundo había desempeñado el cargo de chantre de la catedral de
Guadalajara, en México, y comisario del Santo Oficio de la Inquisición en la
misma ciudad. En su testamento [2] ,
otorgado el 1 de febrero de 1618, revela que es natural de Segura de León e
hijo de Fernando Rodríguez Pavón Tinoco y Elvira Alonso. Tras disponer su
enterramiento en la salida del coro de dicha catedral y estipular diversas
limosnas a los conventos y cofradías de la propia ciudad, aborda la institución
de una capellanía en su localidad natal. Esta fundación piadosa la habría de
servir “ por todos los días de su vida el
Licenciado Don Juan de Bacán Tudela, en la parte, sitio y lugar que mejor le
pareciere convenir “. Igualmente le da plena libertad para encargarse del “ altar y tabernáculo en que se ha colocar
la imagen santísima de la Concepción Gloriosa de Nuestra Señora, como en todo
lo demás que le pareciere convenir para el buen aseo y adorno de la capilla “. El
importe de estas obras se abonaría de los 100 pesos de renta que le asignaba a
la capilla. El capellán encargado de decir las misas gozaría unos emolumentos
de 156 pesos de a ocho reales, “ porque
ha de decir cuatro misas cada semana: los lunes a las ánimas mía y de mis
padres, hermanos y difuntos, y los jueves al Santísimo Sacramento, y los
viernes a la Cruz en que Nuestro Señor Jesucristo quiso padecer por librarnos
de la muerte eterna (...), y los sábados a Nuestra Señora “. Si los días
señalados para tales misas coincidiesen con alguna festividad litúrgica,
aquéllas se dedicarían a la advocación de la fiesta en cuestión. En la Semana
Santa, las cuatro misas semanales se consagrarían a la celebración de la Pasión
de Cristo.
Si
el capellán fuese deudo del difunto, podría perfeccionar su formación acudiendo
a estudiar a cualquier universidad, usando para ello de la renta asignada a la
capellanía, pero dejando a un sustituto que se encargue de decir las misas a
las que está obligado. Como capellán designaba, como hemos visto, con carácter
vitalicio, al Licenciado Don Juan de Bacán Tudela, Comisario de la Inquisición,
a quien sucedería en el cargo Andrés Gómez Carranza, hijo mayor de Luis Gómez
Carranza, sobrino del difunto y vecino de la cercana localidad de Fuentes de
León. Como patrono de la capellanía y encargado por tanto de la administración
de los bienes asignados a la fundación y del nombramiento de los capellanes,
designaba a Don Fernando de Velasco Mexía “
por toda su vida “, debiendo ser sucedido a su muerte por sus herederos en
el mayorazgo, gozando de una renta de 50 pesos. Si el patrón falleciese sin
herederos, el cargo pasaría a ser ocupado por el capellán.
En
el caso de que el capellán no fuese familiar ni descendiente del fundador, se
convocarían oposiciones a la capellanía, lo que se anunciaría por medio de
edictos en Zafra, Fregenal y Badajoz, “
para que los sacerdotes que se quisieren oponer a la dicha capellanía, siendo
buenos latinos y retóricos “ impartiesen clases de gramática y retórica en
la localidad, “ con lo cual y alguna
ayuda de la villa tendrá maestro para sus hijos “. Para ayuda del servicio
del culto podía nombrarse un sacristán, con un salario de 100 reales.
Otro
de los cultos dotados por Francisco Martínez en su testamento es la celebración
de la festividad del Corpus con su octava, “
donde mi capilla estuviere situada, con vísperas y misa cantada, reservando el
primer día [de la octava] para la Parroquial, porque goce de su festividad, y
los siete días siguientes se celebre en mi capilla como está dicho “. A
esta celebración de la octava concurrirían cuatro sacerdotes, invitados por el
capellán, quien será el encargado de decir la misa, percibiendo ocho reales
diarios en concepto de estipendio.
Como
antes se apuntó, tampoco se olvida en estas cláusulas el ajuar litúrgico de la
capilla, estipulando el fundador que “ se
ponga un altar bien aderezado para decir las misas, y en él un tabernáculo todo
dorado, en el hueco del cual se coloque la imagen de la Concepción, muy linda y
bien acabada, del altor [sic, por “
altura “] que pareciere convenir, para que siendo necesario se pueda sacar en
procesión y volverla a su tabernáculo después de acabada. Y que se ponga en la
capilla cáliz, vinajeras de plata, casullas, dos arcas para el servicio de la
dicha capilla, todo a costa de la dicha capilla y de su renta, con las albas y
aderezos necesarios, y una salvilla de plata para las vinajeras, y dos
candeleros de plata “.
Y
para completar este gesto generoso hacia su villa natal, por otra de las
cláusulas testamentarias enviaba veinte mil pesos de oro para que puestos a
renta, produjesen unos réditos de mil pesos, cantidad esta última que se
destinaría al pago de la dote de dos doncellas, para que contrajesen matrimonio
o bien ingresasen en un convento, “ según
el estado que ellas quisiesen, que sean de buena vida y fama “. Si sobrase dinero de la renta
asignada a la capellanía, podría ampliarse la dote a una tercera doncella. Si
la doncella casada falleciese sin dejar heredero, su dote pasaría a la
capellanía. La entrega de las dotes a las doncellas se hará por sorteo entre
las candidatas, en la festividad de Nuestra Señora de la Concepción, acto que
será solemnizado con la celebración de una misa cantada con sermón, tras la
cual las doncellas “ bien aderezadas en
cuerpo, con sus velas encendidas de a media libra de cera blanca “ recorrerán
la iglesia en procesión.
Para
la correcta administración de su fundación, Martínez Tinoco prescribía en su
testamento la inspección de las cuentas, que deberían ser revisadas por el juez
eclesiástico o en su defecto por el patrón de la capellanía en presencia del
cura de la villa, “ con cuenta y razón de
los bienes de la dicha capilla, así de los ornamentos, cálices y ropa blanca,
candeleros y vinajeras, como de todo lo demás que le pertenece “. Este
ajuar litúrgico será guardado en un cofre fuerte con tres llaves, que estarán
en poder del patrono, el capellán y el cura de la villa, respectivamente.
Completando
este generoso desprendimiento hacia su pueblo, el chantre de la catedral de
Guadalajara no se olvidaba de otros desfavorecidos de su tierra, al asignar 200
pesos de a ocho reales para comprar trigo con destino al pósito de Segura de
León, “ para socorro de los pobres y
necesitados los años de carestía y falta “.
Para
que todas estas cláusulas tuviesen su debido cumplimiento, estipula que su
legado debe ser recibido en España por el citado Juan de Bacán Tudela, y en su
ausencia por Don Francisco de Velasco Mejía, “ ambos vecinos de la villa de Segura de León, que tienen poder mío
para la cobranza “. Si ambos faltasen, designa a su sobrino Hernán Gómez
Carranza, clérigo de órdenes menores. Finalmente, para el adorno de su capilla
envía dos casullas, “ una de damasco
blanco y otra de tafetán de la tierra, parda, que tengo en mi poder en su casa,
guarnecidas y aforradas en tafetán, para que sirvan en la dicha capilla de Nuestra Señora de la
Concepción “.
Según
la legislación de la época, los bienes de
difuntos, es decir, aquellos bienes dejados en Indias por españoles
fallecidos allí sin herederos, como venía a ser el caso que nos ocupa, los
repatriaba el estado para no sólo hacerlos llegar a sus legítimos sucesores,
sino llevar a su debido cumplimiento las últimas voluntades de estos
emigrantes. En efecto, la Corona estableció que, cuando alguien falleciera al
otro lado del Atlántico sin herederos, se procediera, avisando previamente a
las autoridades locales, a la apertura del testamento, si lo hubiese, para
comprobar la existencia de sucesores en la Península y hacer cumplir las mandas
allí contenidas. Seguidamente debían inventariarse los bienes del difunto y
después venderse. El dinero resultante se enviaba a la Península, donde una vez
desembarcado eran conducido a la Casa de la Contratación, anotando los
oficiales de esta institución las cantidades y los datos personales de los
difuntos en un libro – registro, tras lo que sólo quedaba la localización de
los herederos y efectuar la entrega del numerario correspondiente.
En
el caso del chantre Martínez Tinoco, al no recogerse en la documentación el
final de los trámites, desconocemos los pormenores de la materialización de sus
piadosas intenciones, aunque Méndez Venegas señala que en efecto este generoso
indiano “ fundó una capilla en la iglesia
de su pueblo, para la que mandó comprar un precioso y valioso San José, cuya
advocación tenía, también dio cáliz y vinajeras, así como una lujosa vajilla,
en la que iba una bandeja que le había dado el Obispo de Gudalajara, junto con
su anillo pastoral de oro y una esmeralda “ [3].
Otra cuestión que dejamos pendiente es la identificación de la capilla en
cuestión, que como hemos visto se dedicó a la Concepción y no a San José
(aunque no sabemos si posteriormente pudo cambiar de advocación), y la
existencia de las piezas artísticas con las que Martínez Tinoco dotaba su fundación,
la cual constituye una expresiva muestra de los estrechos vínculos que los
templos de la Baja Extremadura mantienen con América a través de sus feligreses
emigrados a aquellas lejanas tierras.
*
Publicado en Revista de Fiestas de Segura
de León (2004), págs. 37 – 39.
[1]
HERNANDEZ GONZALEZ, Salvador: “ Segura de León y la emigración a América:
fundación de capellanías con capital indiano en el Convento de San Francisco
(Cristo de la Reja) durante el siglo XVII “, en Revista de Fiestas de Segura de León (2000); “ Notas para la
historia de la ermita de Nuestra Señora de los Remedios de Segura de León: un
donativo indiano en 1608 “, en Revista de
Fiestas de Segura de León (2002).
[2]
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS, Contratación, legajo 521, N. 2, R. 2: Bienes de difuntos: Francisco Martínez
Tinoco.
[3]
MENDEZ VENEGAS, Eladio: Emigrantes a
América (s. XVI – XVIII). Editora Regional de Extremadura, Mérida, 1995.
Págs. 65 – 66.
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