“El beaterio de San Antonio (collación de San Vicente, Sevilla).
Siglos XVII-XIX”.
Francisco Javier
Gutiérrez Núñez
Salvador Hernández
González
en
en
PELÁEZ DEL ROSAL, Manuel (dir. y ed.):
Congreso internacional “Las clarisas, ocho siglos de vida religiosa y cultural”.
Actas del XVII Curso de Verano, El franciscanismo en Andalucía, Priego de Córdoba y Jaén, 2011, Asociación Hispánica de Estudios Franciscanos, Córdoba, 2014,
pp. 289-305. ISBN: 978-84-938148-3-0
“Jamás en la
vida encontraréis ternura mejor
Y más desinteresada
que la de vuestra madre”
Honoré de Balzac (1799-1850)
1.- Clarisas y Terceras franciscanas.
1.1.- De los fuegos de Babilonia y de los peligros del Siglo.
En las últimas
décadas se ha ido avanzando en el conocimiento del mundo de clausura femenino y
de las fundaciones conventuales de las distintas órdenes religiosas, durante el
Antiguo Régimen[1].
La mayoría de conventos exigían una dote muy alta para poder ingresar; como
alternativa la piedad femenina ideó los beaterios, a modo de sucedáneos de
conventos de “segunda categoría”, en donde ingresar no suponía altos costes
(dote, hábito,…), ni someterse a unas reglas tan estrictas.
El fenómeno de
los beaterios fue muy característico de la espiritualidad femenina de la Baja
Edad Media y se expresó en la conformación de comunidades femeninas cuyos
miembros se dedicaban al cultivo de la oración mental y la mística del
recogimiento, aunque este régimen, al no estar sometido a la rigidez de una
estricta clausura, era compatible con la dedicación a actividades asistenciales
y caritativas o la búsqueda de limosnas con las cuáles atender a la propia
supervivencia de la comunidad. [2]
La gran época
de expansión de esta peculiar forma de espiritualidad, que aunaba tanto la vida
activa como la contemplativa, fue el tránsito de los siglos XV al XVI, al
confluir una serie de factores: el crecimiento de la población femenina, el
empobrecimiento general y la escasez de conventos de religiosas. De ahí que
muchas mujeres optasen por la fórmula del beaterio, no ya por el alivio
económico que suponía la eliminación de la dote, sino también por poder poner
en práctica sus deseos de perfección espiritual sin tener que someterse a las
exigencias de las Reglas con las que se regían los conventos propiamente
dichos, si bien es verdad que muchos de estos beaterios seguían alguna de
dichas Reglas, lo que los emparentaba con las terciarias de órdenes religiosas
como las de San Francisco o Santo Domingo.
La Edad
Moderna supuso un punto de inflexión en la trayectoria de estos
establecimientos, especialmente a partir de la puesta en práctica de la
normativa emanada del Concilio de Trento. La autoridad eclesiástica, siempre celosa
de la ortodoxia, mostraba sus recelos ante estos grupos de mujeres que vivían
su espiritualidad libremente y corrían el riesgo de traspasar la frontera entre
la ortodoxia y la heterodoxia. Por ello la respuesta de la jerarquía, tanto del
clero secular representado por los obispos, como del regular a través de los
superiores de las diferentes órdenes, fue regularizar la situación
institucional de los beaterios desde el punto de vista de la legislación
canónica, obligándolos a su conversión formal en conventos adscritos a una
determinada orden. Este proceso que fue lento, complejo y en ocasiones
conflictivo, supuso a la postre la forzada reconversión de los beaterios en
conventos, especialmente en los siglos XVI y XVII. Pero a pesar de este afán de
control y uniformización, este tipo de congregaciones femeninas perviviría en
la Edad Moderna, con una presencia ciertamente mucho más minoritaria que en los
tiempos medievales, pero dotada del componente de asistencia social que
caracterizó a aquéllos.
En el caso que
nos ocupa, Sevilla como ciudad mercantil, era un foco receptor de migración de
todas partes de su Reino, de Andalucía y de Castilla. Muchas jóvenes
desamparadas en el mundo rural, llegaban a la ciudad en busca de trabajo,
recalando en el servicio doméstico casi siempre. Entre ellas se contaban
numerosas huérfanas con un futuro incierto. Incluso jóvenes de cierta posición
social contaban con dificultades para lograr casarse, por no poder reunir una
buena dote.
Fueron
abundantes las personas e instituciones que asumieron la función de atender a
las niñas durante su orfandad, así como de rescatarlas en el caso de que ya de
jóvenes cayeran en el “mal vivir” y en la marginación. Para ello intentaban
fórmulas que lograran reinsertarlas en la sociedad, es decir buscarles
posibilidades de promoción personal para que “tomaran estado” (matrimonio o profesión religiosa). En sí se
trataba de iniciativas inconexas: muchas no tuvieron continuidad en el tiempo y
nunca se aventuró un plan organizado y diseñado para atajar con eficacia todos
estos problemas sociales. [3]
En la
mentalidad del Antiguo Régimen, la salvación del alma de la mujer era un tema
que “pesaba” en la conciencia cristiana de gran parte de la población y ello se
deja entrever en algunas ocasiones en los testamentos. El peligro para la mujer
venía de no poder sustentarse por sí misma, y continuamente existía el temor de
que cayera en la exclusión social, la marginalidad que implicaba la
prostitución, la mancebía, la picaresca, la mala vida, un “mal matrimonio”,
etc.
Por eso los
particulares laicos y eclesiásticos, intentaban aportar pequeños granitos de
arena, fundando obras pías y dotaciones para casar doncellas, como una medida
de prevención para evitar que las mujeres cayeran en esa marginalidad. Existieron
iniciativas también para su recuperación, como expresaban los hermanos Luis y
Pedro Corbet, se ayudaba“…. a salir de
los fuegos de Babilonia y de los peligros del Siglo…”. Por eso
establecerían un patronato para dotar cada año a dos doncellas pobres de su
linaje o descendientes de las personas de su servicio doméstico.[4]
En los
testamentos encontramos numerosos legados y donaciones de cantidades, para
ayudar a mujeres a “tomar estado”, es
decir casarse o profesar de religiosa, como una solución para evitar que
cayeran en ese “mundo marginal”. La
generosidad de estas ayudas, iban destinadas a hijas, hermanas, primas, tías…
es decir a parientas directas o bien lejanas en el parentesco.
Esta necesidad
moral de ayudar a las “desfavorecidas”, se refleja en los testamentos de los
linajes hijosdalgos y nobiliarios, que contemplaban donaciones y legados, tanto
a sus familiares como al personal de su servicio doméstico, a modo de
agradecimiento y recompensa por los años de fidelidad y trabajo. Todo ello
tenía una misma finalidad: “tomar estado”. [5]
Un ejemplo.
Gabriel de Leguía testaba en el año 1704, y establecía que sus hermanas María
de Asencio y Josefa, ambas aún doncellas, recibieran la cantidad de 1.300 ducados
de vellón cada una si profesaban como religiosas. Y si se casaban, la cantidad
sería de 500 ducados de vellón, también para cada una. Rogaba a su madre que
vigilara el cumplimiento de su testamento y especialmente la dotación que
dejaba a sus hermanas y explicaba el motivo de ello:
“(…) por ser tan del agrado de Dios Nuestro Señor el
estado de religiosa por más perfecto y que siempre ha sido mi fin dar a mis
hermanas estado, tenga a bien y consienta que se cumpla enteramente este
testamento que así lo espero de maternal amor tanto por éstas como por las
demás mandas”. [6]
1.2.- Beaterios y beatas: su razón de ser.
En
esta labor social de prevención y/o recuperación de las jóvenes, tuvieron un
papel importante las Órdenes Terceras y los beaterios, que se conformaron como
“espacios de salvación”, si se puede utilizar esta expresión. [7]
En el año
1660, la terciaria franciscana, Dª María de la Cruz y Meneses, hija del conde
de Taroca, aseveraba haber gastado en Sevilla, 20.000 ducados: en restaurar el
convento de Recogidas de San Miguel, en casar más de 150 mujeres, en asistir a
otras muchas que se había “reconciliado”
de nuevo con sus maridos y en colocar a numerosas huérfanas en distintos
conventos. Para todo ello contó con la colaboración del arzobispo D. Pedro de
Tapia, quien rigió la sede hispalense entre 1652 y 1657. Al morir éste, se vería
desvalida y con el temor de que su obra piadosa feneciera también con ella. No
parece que sus peticiones a distintas instituciones para contar con renta fija,
llegaran a buen puerto, y su labor caritativa definitivamente no se perpetuó en
el tiempo, y se hicieron realidad sus temores. [8]
En la misma
línea que Dª María, encontramos en las dos últimas décadas del siglo XVII, el
origen de un pequeño beaterio de la Orden Tercera de San Francisco, situado
bajo la protección del cercano convento masculino franciscano de San Antonio,
en la calle San Vicente de la capital sevillana. Su fundación surgió del propio
caudal, interés y esfuerzo de Luisa Correa, que al ingresar en el mismo adoptó
el nombre de la madre Luisa de San Antonio de las Ánimas.
Su idea era
socorrer a “mujeres perdidas”, para
que tuvieran en el beaterio, un lugar donde experimentar la “Caridad y Misericordia”, y lograr con la
asistencia espiritual, la reinserción social, rehaciendo sus vidas. En el
beaterio se conservaba un retrato de Sor Luisa, y de su boca salía una leyenda
que resumía el objetivo principal de su instituto: “Yo saldré y buscaré a mis hijas”. [9]
Tuvieron
que existir muchos intentos de formar beaterios en los siglos XVI, XVII y
XVIII, pero fueron pocos los que realmente tuvieron que cuajar, y de los que
nos han llegado noticias.
En la Sevilla
del siglo XVIII, además del de San Antonio, existían otros dos bajo la
advocación de Ntra. Sra. del Carmen, uno estaba en la calle de la
Gorgoja (collación de San Pedro) y el otro en San Roque. Otro más apareció entre
los años 1719-1723, cuando Dª Isabel Ortiz Caballero fundó el beaterio de la
Santísima Trinidad, en la calle Enladrillada. El beaterio contó en el año
1797 con la aprobación de sus constituciones por el Consejo de Castilla, y tuvo
un resurgir gracias a la labor de D. Bartolomé Cabello (cura en Santa María de
la Blanca), que convenció a las beatas, para que se dedicasen a la enseñanza de
niñas pobres. En el año 1804, contaba con 24 beatas y 153 niñas. [10]
2.- Siglo XVII: la fundación.
2.1.- De Luisa de Correa a Luisa de San Antonio de las Ánimas.
Nacida en
Olivares, Luisa de Correa, fue hija de Sebastián Domingo Custodio y de Águeda
Correa, vecinos que fueran de dicha villa. Contrajo matrimonio con Domingo Narváez, natural del Rosal
(arzobispado de Tuy, reino de Galicia).
El matrimonio
Narváez - Correa tuvo 3 hijas; tras 12 años de convivencia, determinó
consagrarse a Dios, y a la vida religiosa, tanto ellos como sus hijas. Así lo
contaba Luisa en su testamento (1700):
“(…) pasado
el dicho tiempo de doce años el dicho mi marido y yo de común consentimiento
nos apartamos y el dicho mi marido tomó el hábito de religioso y yo me entré en
el mismo convento que están dichas mis hijas y por mis muchos achaques no pude
continuar con dicha religión y habiendo salido tomé el hábito de beata y del
caudal que me quedó crié a dichas mis hijas y las profesé y di sus dotes en que
gasté más de 6.000 ducados por haberse bajado la moneda al tiempo que tenía
dichas dotes juntas para entregarlos, declárolo para que conste”.
Sin conocer
realmente las causas de este giro vital en el matrimonio, lo cierto es que
Domingo ingresó en un convento franciscano, mientras que Luisa y sus hijas lo
hacían en el convento de Clarisas, advocado de Jesús de la Columna, de la villa
de Belalcázar (Córdoba): madre Águeda María, madre Marta Magdalena y madre
Francisca María. Las tres llevaron dote y renunciaron a sus legítimas, según
dejaron constancia ante el escribano de dicha villa. [11]
Luisa, por su
falta de salud no consolidó su profesión religiosa, volvería a Sevilla, tomando
el hábito de beata de San Francisco. Se encerró junto a un grupo de mujeres en
las casas que compró y reparó a su costa en la calle de San Vicente, en las
cuáles gastó más de 6.000 ducados, limosna aparte que juntó para ir reparando
el edificio. Este estuvo emplazado en dicha calle junto a la esquina de la
calle Curtidurías, hasta que ya en el siglo XIX se trasladaría a otro
emplazamiento, como veremos más adelante. [12]
De esta forma
nacía el beaterio de San Antonio, en algún momento del último cuarto del siglo
XVII (décadas de los 70, 80 ó 90). La localización de las renuncias de sus
hijas, nos daría una fecha aún más aproximada de fundación. [13]
2. Siglo XVIII: humildad y pobreza.
2.1.- El testamento de la madre Luisa de San Antonio de las Ánimas
(1700).
Luisa otorgó testamento en Sevilla el 25 de
diciembre de 1700, declarando estar enferma, aunque su fallecimiento no se
produjo hasta años después: el 25 de junio de 1705. Su deseo era ser enterrada
en el convento de San Antonio (collación de San Vicente), y que se dijera una
misa de réquiem cantada por su alma, así como otras 200 misas rezadas (a razón
de 2 reales de limosna cada una). La forma del entierro y su funeral lo dejaba
en manos de sus albaceas. [14]
Estableció
varias limosnas de poca cuantía, a la cofradías del Santísimo y de las Ánimas
de la parroquia de San Vicente (2 reales a cada una), y a las cofradías
Sacramental y de Ánimas de la parroquia de San Lorenzo (5 reales a cada una).
Declaraba ser “hermana” de éstas dos últimas cofradías y también de la Hermandad
de la Santísima Cruz (que llamaban comúnmente del Rodeo, origen de la actual
del Carmen de Calatrava); con las cuales quería cumplir y ponerse al día,
pagando sus cuotas atrasadas, y donándoles además 10 reales de limosna.
Igualmente a la Capilla de la Tercera Orden de San Francisco, del convento de
San Antonio (Sevilla), le dejaba otros 10 reales. A fray Bernardo de San
Agustín, conventual de San Antonio, le había entregado un papel ordenando
diferentes cuestiones (obras de caridad, limosnas, misas, etc.), que serían
pagadas por sus albaceas. [15]
Dejaría como
su único heredero a la Casa beaterio, para que sus hermanas pudieran continuar
con la misma forma de vida, que era “solicitar,
y traer a bien vivir a las mujeres perdidas”. [16]
Sin
embargo en el testamento tenía dudas sobre la continuidad del mismo, por eso dejaba
establecida una 2ª opción. Si finalmente sus hermanas no pudieran heredar su
Casa Beaterio, las casas serían arrendadas y con su renta, conformaría una
nueva comunidad en un nuevo lugar. Para velar por el mismo, dejaba nombrado
como patrono del beaterio al padre Guardián del convento de San Antonio, y si
éste no quisiera ejercer el patronato, pasaría al Padre mayor que fuera de la
Casa hospital de la Misericordia.
Deseaba
que la sala redonda pasara a la madre San Jacinto, beata que la asistía y a la
que había criado: “para que la viva todos
los días de su vida”. Si esta madre tuviera que salir del beaterio, la
comunidad o el padre Guardián le darían 12 reales al mes para sobrevivir de
forma vitalicia: “…lo qual le lego por
averla criado y asistencias que me ha hecho y por otras razones que a ello me
mueven”. Igualmente a Isabel del Corpus, sobrina de Juan de Condami y
vecina de Sevilla, quería que se le diera un ajuar, que ya tenía señalado, de
lo que tenía conocimiento una de las madres beatas.
Dejaba
establecido el nombre de las 6 beatas de las que tendría que salir la elección
de la Madre Mayor o Madre Prelada que continuara con el gobierno del beaterio: María
de San Francisco, Ana María de Jesús, Teresa de San Bernardo, Flora de San
Jacinto, Ana de San Juan y Catalina de la Visitación. Rogaba a la que saliera
elegida por la comunidad que pusiera “(…)
todo el esfuerzo que pudiere en la honra y gloria de Dios y aumento espiritual
de sus almas y buen ejemplo (…)”.
Quería
que a su muerte se hiciera inventario de los bienes y alhajas que tuviera el
beaterio, del que tendrían copia las citadas 6 madres. Dejó establecido que su
heredero fuera el Beaterio, para que posea sus bienes, “con la bendición de Dios y la mía a quién pido me encomienden a Dios”.
En el caso de
que no pudieran heredarlos (2ª opción), sus bienes inmuebles pasarían a formar
parte de la obra y patronato, que se haría cargo de pagar los gastos de los
casamientos de las mujeres que tomaran estado, para que así salieran del “mal vivir”. Y si los bienes muebles no
pudieran continuar en el beaterio, se les darían a sus hijas, y si éstas
hubieran muerto y se hubiera disuelto el beaterio, se venderían y el padre
Guardián con ese dinero ayudaría a las mujeres que quieran tomar estado de
matrimonio.
2.2.- La muerte de la fundadora (1705).
Luisa,
fundadora y primera Madre Mayor, falleció el 25 de junio de 1705. A los pocos
días, la comunidad se reunió para elegir una nueva madre que la relevara al
frente del mismo, cumpliendo con lo establecido en su testamento.
En
julio de 1705, la comunidad “electora” estaba formada por las ya citadas María
de San Francisco, Ana María de Jesús, Teresa de San Bernardo, Flora de San
Jacinto, Ana de San Juan y Catalina de la Visitación. La elegida como nueva
madre prelada fue María de San Francisco. [17]
El destino iba
a otorgar un “papel principal” a María
de San Francisco en la historia de este modesto beaterio. María era en
realidad María de Godoy, nacida en Fondón (Almería), en el seno de un linaje
repoblador asentado en la Alpujarra almeriense a finales del siglo XVI, tras la
2ª guerra de las Alpujarras. [18]
El beaterio
tuvo que ser una “novedad” para la sociedad sevillana. Muestra de ella es el
donativo de 100 ducados que le dejó el Marqués de Valhermoso en su testamento
en el año 1705. Sin embargo, pasados estos primeros años, según fue avanzando
el siglo siguió sin contar con un respaldo “nobiliario” a la hora de garantizar
su futuro con donaciones de entidad. [19]
A los pocos
años se reincorporaba otra hermana al beaterio: la madre Teresa de Jesús. Fray
Gabriel Castellanos la instruyó y examinó de nuevo. Tenía unos 30 años, estuvo
en compañía de sus padres hasta los 14 o 15 años, pero éstos al querer que
contrajera matrimonio, se encontraron con el rechazo de ella. Teresa se escapó
de su casa “y por amor a los consejos
evangélicos se fue al beaterio”, donde tomó el hábito, y vivió en él 13
años, pero padeció varias enfermedades, y con parecer del médico salió a casa
de una tía para recuperarse. Después de varios años fuera del beaterio,
regresaba de su nuevo a él. [20]
El problema
principal y continuo con el que se tuvo que enfrentar la Casa Beaterio fue la
falta de rentas con la que sostenerse y subsistir, lo que provocaba que nunca
llegara a cuajar en una posible fundación conventual. Siempre dependía de las
limosnas de la feligresía de San Vicente, aunque más tarde, en fecha
desconocida, se le hizo donación de una casa en la calle de la Estrella,
collación de la Magdalena. [21]
Las beatas
incluso se dedicaron a la educación de niñas pobres, por la cual también
recibían limosnas de personas pudientes. Ello despertó ciertos recelos en el
Arzobispado, bien avanzado el siglo, ya que se separaba del objetivo principal
que había marcado la fundadora, la atención a “mujeres perdidas”. Además aproximadamente en el año 1719 se funda
el citado beaterio de la Santísima Trinidad, que en cierta forma le quitaría
protagonismo en la ciudad y que también terminaría ejerciendo labor docente.
El beaterio de
San Antonio continuó “padeciendo” momentos álgidos y bajos. Ante las continuas
incertidumbres, la Madre Mayor, María de Santa Clara, en nombre de sus 15
hermanas, solicitará el 4 de mayo de 1746, que la Casa entrara a formar parte
de la jurisdicción ordinaria, para poder disfrutar de algún amparo y auxilio
del Arzobispo. María expresaba:
“(…) los
vivos deseo que ha años tienen de profesar obediencia a el Sr. Arzobispo y que
les forme regla que deban observar, pues su ánimo es el vivir en retiro,
solicitando en el agradar a Nuestro Señor la fórmula de Regla que observan,
(que) presentan a V. S. para que se sirva aprobarla, o corregirla en lo que
juzgare (…)”.
A lo largo de
1747 el Beaterio se incorporó a la jurisdicción ordinaria. Se conserva una
carta del Marqués de Scotti que lo confirma. Scotti estaba al servicio del
Arzobispo el Infante D. Luis de Borbón (Arzobispo de Sevilla, 1741-1754) y
escribe a Francisco Amat, en carta fechada en Sevilla el 29 de agosto de 1747,
explicándole que la intención de “sujetarse” al Ordinario se debía a que en la
Casa Beaterio se podían “depositar” “algunas
mujeres que no convienen estén en conventos de religiosas, ni en la casa de
recogidas”.
Todo ello
implicaba que el Arzobispado asumiera el gasto de las reparaciones del
edificio. Para ello el mes anterior (4 de julio), Tomás José Zambrano, Maestro
Mayor de Obras del Arzobispado, planteó un presupuesto por valor de 13.880
reales. Entre las obras destaca la idea de alargar la sala alta para el uso de
las nuevas mujeres que llegaran a la Casa, reubicar espacios de la planta baja
(despensa, carbonera, pajar y gallinero) y construir dos refectorios en las dos
plantas. [22]
A pesar de las
obras esporádicas, las dificultades de mantener un edificio con unas rentas tan
escasas, sin duda fueron continuas. En diciembre del año 1760 contamos con la
noticia de que el beaterio (en esos momentos integrado por 13 hermanas) tenía
graves problemas con el suministro de agua. La cañería que la suministraba y
que procedía del convento de San Antonio, tenía una longitud de unas 200 varas
y se hallaba casi arruinada en su totalidad. Ante la falta de fondos para
acometer su arreglo, el beaterio llegó a un acuerdo con D. Fernando González de
Socueba, Veinticuatro de Sevilla. [23]
Socueba
costearía de su propio caudal la reparación de la cañería a cambio de que el
beaterio le cediera el agua que le sobrara y no consumiera (imaginamos que su
casa lindaría con él). Gracias a este acuerdo, Francisco González, Maestro
Cañero, rehizo la cañería tal como confirmó también por escritura notarial el
17 de septiembre de 1761. [24]
2.3.- La visita de 1782.
En el año 1770
el beaterio de San Antonio sólo contaba con 10 beatas y con otras dos legas,
dos seglares y dos sirvientas. Años después, el 26 de septiembre de 1782, el
beaterio recibió la visita del Doctor D. Manuel García de Castro, Canónigo de
la Santa Iglesia Catedral de Sevilla, Contador Mayor de las oficinas del Juez
Ordinario y Visitador general de los conventos de religiosas de la jurisdicción
ordinaria de la Diócesis de Sevilla[25].
Reconocía que
desde su fundación la Casa Beaterio había recogido hermanas terceras
descubiertas de la Orden de San Francisco, pero también el languidecimiento de
las vocaciones:
“(…) que en
ella han vivido virtuosamente y con edificación del Pueblo, manteniéndose en
crecido numero de la divina Providencia, ayudándose a ello con su diligencia, y
con el trabajo de sus manos y que por flaqueza humana ha tenido en los últimos
años una notable decadencia, llegando en ocasiones a no habitar en dicha Casa más
que dos o tres de dichas personas, y por consiguiente haver aflojado en mucha
parte la observancia de su ajustada y loable Regla (que tenemos vista) y
examinada por nos mismos (…)”.
Sin embargo se
había abierto una puerta de esperanza, al solicitar ser recibidas cuatro nuevas
hermanas terceras, que se sumarían a las dos residentes, una que se hallaba
impedida en cama y la otra, la madre María de los Dolores y Ribas, Madre Mayor
de la Casa, la cual contaba 85 años y no podía ejercer por su edad sus
funciones de gobierno.
El Dr. García
de Castro la relevaba de su cargo y nombraba en su lugar a la Madre Luisa de
San Juan Durán.
Las funciones
de la Madre Mayor eran las siguientes:
- Conservación de “los cortos bienes y alhajas que han quedado en dicha Casa, ya sean pinturas, ya imágenes de bulto, ya ropa, o cualquiera otra cosa, prohibimos absolutamente su enajenación”.
- Se encargaría de pedir limosna por la ciudad, o nombrar en su lugar quien saldría de la Casa para ello, aunque era su obligación ir en persona mientras mantuviera la salud.
- Tendría que fomentar la enseñanza de niñas como “se practicaba antiguamente” con beneficio del mismo beaterio, enseñándoles buenas costumbres y la doctrina cristiana, así como a leer y coser, y todas las labores de su edad.
- Examinar con sumo cuidado a las pretendientes que quisieran entrar en el beaterio.
El beaterio
podría contar con un mozo recadero y despensero, y viviría en el zaguán, pero
siempre que la autoridad lo permitiera. El secretario Manuel Tejedor y Orozco,
el 28 de septiembre reunió a las hermanas en el oratorio de la Casa. Les
notificó las resoluciones del Dr. García de Castro sobre la designación de la Madre Luisa de San Juan Durán, como nueva
Madre Mayor, a la cual le debían obediencia desde ese día.
En noviembre
de 1798 seguía siendo la Madre Mayor y solicitaría por escrito al señor
Arzobispo, que la capilla del beaterio recibiera las indulgencias que tenía
concedidas la Orden de San Francisco[26].
De esta fecha
es la primera referencia que tenemos de que el Beaterio ya contaba en su
titulación con una doble advocación, “de
San Antonio y Santa Margarita de Cortona”. Los cronistas sevillanos nada
dicen sobre el patrimonio artístico que albergó el oratorio o pequeña capilla
con que debió contar este establecimiento piadoso. Sin embargo, sabemos que en
ella o en otra dependencia de la casa se veneró un lienzo de la Virgen de
Belén, hoy conservado en Estados Unidos, concretamente en la Ojeda – Beck
Collection, Davis, de California, donde se ha catalogado como obra de escuela
cuzqueña del siglo XVIII (lámina 1). Así parecen apuntarlo el prototípico
físico del grupo integrado por la Virgen y el Niño, la tipología del nimbo que
rodea a ambas figura o la policromía de las vestiduras. Esta obra debió llegar
a las beatas sevillanas como una más de las muchas piezas artísticas de
procedencia americana que, bien como legados de indianos asentados en aquellas
tierras, o bien formando parte del mercado ultramarino, dejaron una interesante
representación del arte hispanoamericano en el ámbito sevillano. Por otra
parte, la propia iconografía de la obra, con el tema de la Virgen de Belén, es
decir, amamantando al Niño, era un tema muy adecuado para devociones domésticas
y femeninas propias de congregaciones de beatas y conventos de monjas, en
virtud de su evocación de la maternidad divina. Así María como Madre se erigía
en modelo de vida para estas mujeres que habían renunciado al matrimonio y por
ende a la maternidad en el sentido natural del término, para convertirse en
contrapartida en “madres” espirituales de esas jóvenes a las que la mala vida
les había llevado por caminos equivocados y cuyos errores trataban de corregir
durante su estancia en el beaterio.
La pintura del
beaterio sevillano debió alcanzar cierta devoción popular gracias a su difusión
por medio del grabado. Es bien conocido el hecho de que durante los siglos XVII
y XVIII el grabado se convirtió en vehículo de difusión de las devociones
populares a través de la producción de estampas. [27]
Su producción
masiva y a precios asequibles ponía a disposición de la clientela devota tanto
aquellas advocaciones de reconocida popularidad por su larga trayectoria
histórica en la piedad popular, como aquéllas otras más recientes o de nuevo
cuño cuyo culto se quería promocionar a través de la doble vía de su difusión
gráfica y la concesión de indulgencias asociadas a la imagen reproducida. En
nuestro caso, la Virgen de Belén de estas beatas alcanzó su difusión a través
de la estampa grabada por Juan de Valdés (lámina 2) y que lleva la siguiente
inscripción: “El Exc. S. D. Luis de
Salcedo y Azcona, Arzobispo de Sevilla concede 40 días de Indulgencias a
qualqiera que saludare y venerare a esta Divina Señora, con lo que fuere su
devosion venerase en el Beaterio de Sr. S. Antonio”. [28]
A fines del
siglo XVIII, el beaterio se vincula a un proyecto ideado en tiempos del
Arzobispo Alonso Marcos de Llanes Argüelles (1783-1795), consistente en erigir,
junto a este beaterio y dependiente de él, una casa de corrección para mujeres
recogidas y depositadas, que se pondría bajo el patrocinio de Santa Margarita
de Cortona. [29]
Detrás de este
proyecto estaba el Padre Francisco Porro, de los Clérigos Menores, a quien el
arzobispo consultó su proyecto. Justino Matute cita que en el año 1793 el
beaterio estaba al borde de la extinción, siendo habitado por tan sólo dos
beatas. Pero el establecimiento iba a ser pronto rehabilitado en virtud de esta
proyectada reconversión en casa de recogimiento para corrección de mujeres de
mal vivir o “arrepentidas”, en la terminología de la época. Así nos lo cuenta
con detalle el propio analista:
“En este punto, deseando el caritativo arzobispo D.
Alonso Marcos Llanes fundar una casa de recogimiento para mujeres de mal vivir,
o arrepentidas, consultó su intento con el P. Francisco Porro, de los Clérigos
Menores, quien le hizo presente que no era necesaria otra fundación, sino
favorecer y fomentar el dicho Beaterio de San Antonio, instituido con el mismo
objeto; medio que admitió el Prelado y aprobó las constituciones que el mismo
P. Porro le presentó el año de 1790. En ellas se propone el método de vida que
han de observar las beatas, el de las recogidas y depositadas con
intervenciones de las justicias, de cuyas tres clases se había de componer esta
casa, a imitación de la de Santa María Egipciaca de Granada. Con este designio
se hicieron las obras conducentes a sus fines en el casi arruinado edificio, se
le construyó capilla, se recibieron algunas beatas y se dio principio al
recogimiento de las ejercitantes en el año próximo pasado más hasta 5 de Agosto
del presente no se cerró la clausura, en cuyo día se dijo en su iglesia la
primera misa, quedando las beatas en reclusión voluntaria y sujeción parcial a
la regla de San Francisco, cuyo hábito visten: más esto todavía carecía de la
formalidad correspondiente a su instituto, y la adquirió después el año de 1803
con motivo de haberse trasladado este establecimiento a unas casas que
compraron en la calle de la Garbancera, collación de San Lorenzo, juntamente
con el Colegio llamado de los Chiquitos, que perteneció a los Jesuitas, de cuya
reforma se tratará en el citado año”. [30]
El citado Padre Porro se identifica con
Francisco Porro, miembro de la Congregación de los Clérigos Regulares
Menores de San Francisco Carracciolo. Debió vivir en la casa que esta
Congregación poseía en Sevilla en la actual calle Mateos Gago, de la que
perdura su templo convertido en sede de la parroquia de Santa Cruz y parte de
la residencia conventual, dedicada a uso escolar. Anteriormente a su presencia
en Sevilla vivió en Granada, donde publicó una biografía del fundador de su
orden. [31]
Durante su estancia
granadina debió conocer el funcionamiento del beaterio de Santa María
Egipcíaca, cuyo recuerdo popularizó en el siglo XX el dramaturgo José Martín
Recuerda en su obra Las arrecogías del
beaterio de Santa María Egipciaca. [32]
3.- El siglo XIX: de la revitalización a la desamortización y
extinción.
La nueva etapa de vida del beaterio de San Antonio, como
hemos visto sigue refiriendo el analista Matute, vino a consolidarse en 1803 al
adoptar esta nueva función de correccional femenino y trasladarse a su nueva
sede junto al que había sido colegio jesuita de San Patricio, popularmente
denominado de “los Chiquitos”. Esta nueva andadura se iniciaba bajo el auspicio
del Arzobispo, Luis María de Borbón y Vallabriga (1799-1814), que intentaría impulsar
el proyecto de Llanes. La idea era crear una Casa de Corrección dependiente del
Arzobispado, para “mujeres recogidas y
depositadas”, para así ayudar a jóvenes en riesgo de exclusión social por
distintos motivos (prostitución, orfandad, abandono de la familia, etc.).
El ofrecimiento al Beaterio de San Antonio para regentar
esa nueva Casa, fue aceptado: “hablaron a
sus beatas; en cuya prontitud para aceptar este trabajo, afabilidad, y caridad,
conocieron la que les animaba, y por ella, la confianza que se podía hacer para
el intento”. [33]
El Arzobispado
contó con la colaboración de parte de la sociedad civil sevillana, que se
encargó de comenzar a reunir fondos mediante una suscripción pública. De esta
forma el Beaterio reformado como Casa de Corrección, comenzó su andadura el día
24 de septiembre de 1803, recibiendo desde ese día a las primeras mujeres.
Desde esa fecha hasta el 1 de mayo de 1804, se habían mantenido a 22 mujeres,
provistas de cama, ropa, víveres y otros utensilios, gastando un total de
34.500 reales de vellón.
El nuevo estatuto
establecía tres “departamentos”:
- Noviciado de jóvenes, recogidas “ya por expuestas en el Siglo a su perdición, o ya por conocérseles alguna moral relaxada, que deba corregirse”. Serían instruidas en la moral cristiana y se reconduciría su moral.
- Jóvenes instruidas. A él pasarían las jóvenes ya formadas y educadas, que habrían pasado por el primer departamento. Tendrían responsabilidades de trabajo, y tendrían que contribuir de alguna forma al sostenimiento de la Casa. En este departamento estarían todo el tiempo que necesitaran hasta que lograran vivir por sí mismas.
- Casa de Corrección. Albergaría a mujeres “depositadas”, que tuvieran un carácter de “incorregibles” y cuyo honor o estimación pública pudiera estar en duda por sus actuaciones y que repercutiera en sus familias. Las mujeres de este departamento no tendrían ningún tipo de contacto con los otros dos, y no serían sostenidas por limosnas, y sí por sus propios familiares, con un coste de 6 reales diarios. Nunca se admitiría a mujeres que tuvieran condena judicial.
Para llevar a
cabo la nueva Casa de Corrección se compraron dos casas, una casa contigua al
Beaterio, y otra casa también contigua a la llamada “Casa de los Chiquitos”,
que antiguamente fue Seminario de los Jesuitas, en la calle de la Garbancera.
Los dos primeros departamentos se ubicarían en el edificio primitivo del
Beaterio (ahora ampliado), y el tercer departamento en la casa de la calle de
la Garbancera. Esta adaptación de espacios fue acompañada del gasto del
Arzobispado de 15.000 reales en octubre de 1803, en las obras más precisas que
necesitara el beaterio. [34]
La instrucción
espiritual de las mujeres la realizarían las beatas, auxiliadas por sacerdotes
voluntarios; en general: “rezarán el
Santo Rosario, tendrán tiempo de retiro espiritual, frecuentarán Santos
Sacramentos, y ocuparán el día en trabajo de manos para evitar la ociosidad, y
hacer costumbre lo honesto, y laborioso (…)”.
La idea era
que la ejemplaridad del instituto moviera a la “bondad de la limosna”. Sin embargo, no todo se dejaba a la
improvisación de la misma. Se estableció un sistema de recaudación, liderado
por la iniciativa del Marqués de Iscar, D. Rafael Manzo y Domonte, y D. Vicente
de Torres y Andueza. Se constituían en Diputados de cobro por collaciones, que
gestionarían un Libro de Suscripciones, y llevarían recibos impresos y firmados
de forma mensual. La limosna podía ser pública o secreta, y ésta la recogerían
los sacerdotes D. Nicolás Maestre y D. Jacobo de León Sotelo. También se
contemplaban, además de las limosnas en metálico, las limosnas de alimentos,
que serían recogidos por el portero del beaterio.
El
29 de enero del año 1830 la Casa Beaterio estaba poblada con 5 hermanas:
- La Madre Correctora Sor María del Espíritu Santo, natural de Cádiz. Ingresó en ella en el año de 1796, y desde esa fecha había permanecido siempre en el beaterio.
- Sor Raimunda de la Concepción, natural de Sevilla. Ingresó en 1804 y salió en 1811, volviendo en 1819.
- Sor María de la Concepción Nazareno, natural de Sevilla. Ingresó en el año de 1805, salió en 1819 para asistir a su madre enferma y regresó en 1827.
- Sor Francisca de los Dolores, natural de Manzanilla. Ingresó en 1812, y ha permanecido siempre en el beaterio, por lo que es Vicaria y goza de la antigüedad que sigue a la Correctora.
- Sor María Josefa de la Santísima Trinidad, natural de Sevilla. Entró en 1818 y ha permanecido en él sin ausencia alguna. [35]
La escasez de
hermanas era un problema endémico. El 23 de enero de 1836, según informaba su
Madre Mayor, Sor María del Espíritu Santo, contaba con pocas hermanas y muchas
inútiles por su avanzada edad. En ese momento, después de su periodo de
noviciado (iniciado el 26 de enero), se incorporaba Doña Catalina Jaén como
profesa el 21 de febrero de dicho año, con el nombre de Sor Catalina de Jesús
Jaén de la Santísima Trinidad. [36]
Poca vida le
quedaba ya al beaterio, ya que a la postre resultaría víctima del proceso
desamortizador diseñado por los liberales progresistas en tiempos de la
Regencia de la Reina María Cristina (minoría de edad de Isabel II), que afectó
no solo a los conventos propiamente dichos, sino también a los beaterios[37] y otros tipos de
establecimientos religiosos.[38] Así González de León
refiere que en 1837 quedó extinguido, “saliendo
de él las beatas y quedando sin uso la iglesia [antiguo templo del colegio
jesuita de “los Chiquitos”] que es de
tres naves muy pequeña, y sobre su puerta está una imagen de San Antonio, en
barro”. [39]
El primitivo emplazamiento del beaterio era ya un solar convertido en un
huerto. [40]
Disuelto el
mismo, las beatas, para subsistir, tuvieron que ser ayudadas por sus familiares
y particulares. Un ejemplo, la recién entrada Sor Catalina terminó sus días en
Morón de la Frontera. En octubre de 1852, contando ya con más de 60 años, tenía
graves problemas de visión, se hallaba sin recursos y casi en la indigencia, por
ello solicitaría al Arzobispo una pensión vitalicia para poder sobrevivir el
resto de sus días. [41]
Era un
ejemplo, uno de tantos, del drama personal de los exclaustrados, aquellas
mujeres y hombres que al ser arrancados de su actividad pastoral, contemplativa
o de asistencia caritativa que había sido el fundamento de sus vidas, se veían
ahora condenados a una existencia marcada por el desarraigo, la precariedad y
la mendicidad, pues las pensiones que el Gobierno había dispuesto para la supervivencia
de esta población clerical, se pagaban tarde y mal o simplemente no se pagaban.
[42]
Esta fue, en
definitiva, la ingrata respuesta del liberalismo decimonónico a la acción
social de la Iglesia ejemplificada en instituciones como este beaterio de San
Antonio de Sevilla, cuyo recuerdo ha desaparecido incluso de la memoria
colectiva de la ciudad y que hemos querido rescatar con este trabajo.
|
|
Lámina 1.
Virgen de la Leche
(Ojeda – Beck Collection. Davis, California – USA.
Procedente del Beaterio de san Antonio de Sevilla)
|
Lámina 2.
Virgen de la Leche.
(Grabado de Juan de Valdés)
|
Cuadro nº 1.- Relación de madres del Beaterio de San
Antonio (Sevilla).
Fuente: A. G. A. S. Fondo: Arzobispal. Sección II.
Serie: Órdenes Religiosas Femeninas.
Legajo 242 (Signatura nueva, 04289). Ramo 1.-
Beaterio de San Antonio.
|
|
1700
|
1746
|
1.
Luisa
de San Antonio de las Ánimas.
2.
María
de San Francisco.
3.
Ana
María de Jesús.
4.
Teresa
de San Bernardo.
5.
Flora
de San Jacinto.
6.
Ana
de San Juan.
7.
Catalina
de la Visitación.
|
1.
María
de San Antonio.
2.
María
de San Leandro.
3.
María
de la Concepción.
4.
Marta
de la Stma. Trinidad.
5.
Ángela
de San Pascual.
6.
Antonia
de la Natividad.
7.
María
de Santa Clara.
8.
María
de Santa Isabel.
9.
María
de Santa ¿¿??
10. Juliana de San Buenaventura.
11. Lorenza de Santa Polonia.
12. Mariana de San Clemente.
13. Manuela del Stmo. Sacramento.
14. María de San Miguel.
15. María Josefa de Jesús.
|
1760
|
1830
|
1.
Sor
Teresa de San Francisco (Madre Mayor).
2.
Sor
Juliana de San Buenaventura.
3.
Sor
María de San Antonio.
4.
Sor
María de San Leandro.
5.
Sor
Marta de la santísima Trinidad.
6.
Sor
Margarita de San Gabriel.
7.
Sor
Magdalena del Santísimo Sacramento.
8.
Sor
Gerónima De San Luis.
9.
Sor
Ana de la Soledad.
10. Sor Antonia de Santa Teresa.
11. Sor Micaela de San José.
12. Sor Magdalena de Jesús María.
13. Sor Francisca de las Llagas.
|
1.
Sor
María del Espíritu Santo.
2.
Sor
Raimunda de la Concepción.
3.
Sor
María de la Concepción Nazareno.
4.
Sor
Francisca de los Dolores.
5.
Sor
María Josefa de la Santísima Trinidad.
|
[1] ATIENZA LOPEZ, Ángela: Tiempos de conventos. Una historia social de
las fundaciones en la España Moderna. Madrid, 2008; BARRIO GOZALO,
Maximiliano: El clero en la España
Moderna. Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Córdoba, 2010; CERRATO
MATEOS, Felisa: Monasterios femeninos de
Córdoba: patrimonio, rentas y gestión económica a finales del Antiguo Régimen. Universidad
de Córdoba, 2000; DOMINGUEZ ORTIZ, Antonio: La
sociedad española en el siglo XVII, vol. II (El estamento eclesiástico).
Madrid, 1970. (Edición facsímil, Granada, 1992); CAMPOS Y FERNANDEZ DE SEVILLA,
Francisco Javier: La clausura femenina en
España: actas del Simposium. Real Centro Universitario Escorial – María
Cristina, San Lorenzo del Escorial, 2004; Id.: La clausura femenina en el mundo hispánico, una fidelidad secular:
actas del Simposium. Real Centro Universitario Escorial – María Cristina,
San Lorenzo del Escorial, 2011; GOMEZ GARCIA, María del Carmen: Instituciones religiosas femeninas en la
transición del siglo XVII al XVIII. Diputación Provincial de Málaga, 1986;
GOMEZ NAVARRO, Soledad: “Mujeres en religión en la España Moderna”, Ariadna nº 21 (Palma del Río, marzo de
2010), págs. 83-106; GRAÑA CID, María del Mar: Religiosas y ciudades: la espiritualidad femenina en la construcción
sociopolítica urbana bajomedieval (Córdoba, siglos XIII – XVI). Asociación
Hispánica de Estudios Franciscanos, Córdoba, 2010; MARTINEZ RUIZ, E.: El peso de la Iglesia. Cuatro siglos de
Órdenes Religiosas en España. Editorial Actas, Madrid, 2004; SANCHEZ LORA, José Luís: Mujeres, conventos y formas de la
religiosidad barroca. Fundación Universitaria Española, Madrid, 1988.
[2] AGUILAR PIÑAL, Francisco: Historia de Sevilla. Siglo XVIII. Universidad
de Sevilla, 1982. P. 317.
[3] DOMÍNGUEZ ORTÍZ, Antonio: Historia de Sevilla. La
Sevilla del siglo XVII. Universidad de Sevilla, 1986. P. 151.
[4] ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE SEVILLA (AHPSe). Protocolos de Sevilla.
Oficio 19.- Año 1679 – Libro 1º. Legajo 13012. Fol. 839-875. Testamento de Don
Roberto Corbet, otorgado en virtud de poder, por sus hijos Luis y Pedro.
[5] Esta labor filantrópica
hacia la mujer contaba en la propia capital con fundaciones tan ilustres como
la Hermandad de las Doncellas, establecida en la Capilla de la Anunciación de
la Catedral. Fue fundada en 1521 por Micer García de Gibraleón, protonotario,
escribano apostólico y agente del Cabildo en Roma. La función de esta
corporación era facilitar dotes a las doncellas carentes de medios económicos
para el matrimonio, cometido que desarrolló a lo largo de los siglos de la Edad
Moderna. En la misma línea, la cofradía de la Vera – Cruz también mantuvo esta
función de dotar doncellas, como fue dado a conocer por SANCHEZ HERRERO, José: “La
dotación de doncellas en la Cofradía y Hermandad de la Santa Vera Cruz de
Sevilla, 1595 – 1832”, en Actas del I
Congreso Internacional de Cofradías de la Santa Vera Cruz (Sevilla, 1992). CEIRA,
Sevilla, 1995.
[6] AHPSe. Protocolos de
Sevilla. Oficio 7. Año 1704.
Leg. 5163. Fol. 590. Testamento de D. Gabriel de Leguía.
[7] MIURA ANDRADES, J. M.: “Beatas y beaterios
andaluces en la Baja Edad Media: su vinculación con la Orden de Predicadores”, en
Andalucía entre Oriente y Occidente (1236
– 1492). Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalucía. Diputación
Provincial de Córdoba, 1988; “Algunas
notas sobre las beatas andaluzas”, en Las mujeres en el cristianismo medieval. Madrid, 1989; “Milagros,
beatas y fundaciones de conventos. Lo milagroso en las fundaciones dominicas
desde inicios del siglo XV a finales del siglo XVI”, en La religiosidad popular, vol. II (Vida y muerte: la imaginación
religiosa). Editorial Anthropos, Barcelona, 1989; “Formas de vida religiosa femenina en la
Andalucía Medieval. Emparedadas y beatas”, en Religiosidad femenina: expectativas y realidades. (Siglos VIII –
XVIII). Laya, Madrid, 1991; Fundaciones
religiosas y milagros en la Écija de fines de la Edad Media. Écija, 1992; “Beatas,
eremitas y monasterios de Carmona”, en Actas
del I Congreso de Historia de Carmona. Edad Media. Diputación de Sevilla –
Ayuntamiento de Carmona, Sevilla, 1998; Frailes,
monjas y conventos. Las Órdenes Mendicantes y la sociedad sevillana
bajomedieval. Diputación Provincial de Sevilla, 1998.
[8]
DOMÍNGUEZ ORTÍZ, A.: Historia de Sevillla, op. cit., p. 152.
[9] ARCHIVO GENERAL DEL
ARZOBISPADO DE SEVILLA (AGAS). Fondo: Arzobispado. Sección II. Serie: Órdenes
Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva, 04289). Ramo 1.- Beaterio de
San Antonio. Informe s. f.
[10] GONZALEZ GOMEZ, Juan
Miguel – MORILLAS ALCAZAR, José María: El
Beaterio de la Trinidad de Sevilla: estudio de su patrimonio histórico –
artístico. Universidad de Sevilla, 1994; ROS, Carlos: Madre Isabel: fundadora del Beaterio de la Trinidad de Sevilla. Colegio
Beaterio de la Santísima Trinidad, Sevilla, 1982.
[11] En su testamento (1700)
confirmaba que su marido Domingo Narváez murió profeso en la religión
franciscana en el convento de San Antonio, provincia de los Ángeles. AHPSe. Protocolos
de Sevilla. Oficio 15. Legajo 9536. Año 1700. Fol. 562. Testamento de la Madre
Luisa de San Antonio.
[12]
PEREZ CANO, María Teresa: Patrimonio y
ciudad. El sistema de los conventos de clausura en el Centro Histórico de
Sevilla. Fundación Focus Abengoa – Universidad de Sevilla, 1995. P. 196.
[13] Sobre la Orden Tercera del convento de San Antonio de Padua, puede
consultarse GUTIÉRREZ NÚÑEZ, F. J.: “La Orden Tercera en los conventos
franciscanos de Sevilla en el siglo XVIII”, y HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, S.: “La Orden Tercera en la
provincia franciscana de los Ángeles”, en XI Curso de Verano El franciscanismo en
Andalucía. La Orden Tercera Seglar. Historia y Arte. Asociación Hispánica
de Estudios Franciscanos, Córdoba, 2006, pp. 279-293 y 295-304.
[14] AHPSe. Protocolos de Sevilla. Oficio 15. Legajo 9536. Año 1700. Fol. 562. Testamento de la Madre Luisa de San Antonio.
[15] Albaceas: fray Bernardo de San Agustín (su confesor), el Rvdo. Padre
fray Pedro Pizarro (procurador de dicha orden de S. Francisco), el padre
Guardián del convento de S. Antonio, y Cristóbal Roque (Síndico del convento).
[16] AVELLÁ CHÁFER, Francisco: “Beatas y beaterios en la ciudad y arzobispado de Sevilla”, Archivo Hispalense nº 198 (1982), p. 120.
[17] AHPSe. Protocolos de Sevilla. Legajo 9538. Oficio 15. Año 1705. Folio
318. Fecha: 5 de julio de 1705.
[18] María tuvo que llegar a Sevilla junto a sus hermanos en la década de los 70 y 80, Juan Godoy (pintor y discípulo del granadino Pedro de Moya) y Polonia de Godoy (casada con Antonio Martínez de Toro). GUTIÉRREZ NÚÑEZ, F. J. - GAONA VILLEGAS, J. - SÁNCHEZ RAMOS, V.: “De Fondón a Sevilla: Juan Godoy de los Cameros Fenoy y sus hermanas (siglos XVII-XVIII)”, Farua nº 15 (Berja, 2013). (En prensa).
[19] AHPSe. Protocolos de
Sevilla. Oficio 4. Legajo 2814. Folios 957-959. Fecha: 5 de diciembre de 1705.-
Codicilo de Nicolás Bucarelli y Villacís, caballero de Calatrava, Marqués de Valhermoso.
En este documento fija cuatro donaciones a entidades religiosas, aparte de las
que ya hizo en su testamento: 200 ducados al beaterio de San Antonio y al
convento de San Antonio (100 ducados a cada uno), 200 ducados al convento de
monjas de Santa María de Jesús, 100 ducados al Hospital de la Santa Caridad
para asistencia de los pobres y 200 ducados de ayuda a la obra de la iglesia
del Noviciado de San Luis.
[20] AGAS. Fondo: Arzobispado.
Sección II. Serie: Órdenes Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva,
04289). Ramo 1.- Beaterio de San Antonio. Fecha: Año 1711.
[21]
AVELLA CHAVER, Francisco: Op. cit., p. 120.
[22] AGAS. Fondo: Arzobispado.
Sección II. Serie: Órdenes Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva,
04289). Ramo 1.- Beaterio de San Antonio. Fecha: Años 1746-1747.
[23] Fernando González de
Socueba Arias Fustero, Veinticuatro de Sevilla, Abogado de los RR. Consejos y
de la Real Audiencia de Sevilla, natural de Granada. Hijo de Fernando González
de Socueba (Secretario del Santo Oficio) y de Feliciana María Pérez Arias
Fustero, natural de Granada. DÍAZ DE NORIEGA Y PUBUL,
José: La blanca de la carne en Sevilla, Madrid, Tomo I-1975, Tomo
II-1976, Tomo III- 1976, Tomo IV-1977. Cit. tomo II, págs. 201-202.
[24] AHPSe. Protocolos de Sevilla. Oficio 15. Año 1760. Leg. 9556. Fol.
1044-1045. Convenio de agua. Beaterio de San Antonio – D. Fernando González
Socueba.
[25] AGAS. Fondo: Arzobispado.
Sección II. Serie: Órdenes Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva,
04289). Ramo 1.- Beaterio de San Antonio. Documento 1. Fecha: Año 1782.
[26] AGAS. Fondo: Arzobispado.
Sección II. Serie: Órdenes Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva,
04289). Ramo 1.- Beaterio de San Antonio. Documento 2. Fecha: Año 1798.
[27] Véase a este respecto el
trabajo monográfico de PORTUS, Javier – VEGA, Jesusa: La estampa religiosa en la España del Antiguo Régimen. Fundación
Universitaria Española, Madrid, 1988. Para el ámbito sevillano puede verse las
recopilaciones de grabados efectuadas por VAZQUEZ SOTO, José María: Marial sevillano. Sevilla, 1988; El santoral sevillano en los grabados de
estampas. Sevilla, 1994.
[28] Luis Salcedo y Azcona fue
Arzobispo de Sevilla entre 1723 – 1741. Sobre el grabado: CARRETE PARRONDO,
Juan – CHECA CREMADES, Fernando – BOZAL, Valeriano: El grabado en España (siglos XV al XVIII), vol. XXXI de Summa Artis. Historia General del Arte. Espasa-Calpe,
Madrid, 1988. P. 414, fig. 594, reproduce este grabado de la Virgen de Belén
del beaterio de San Antonio.
[29]
AVELLA CHAFER, Francisco: Op. cit., p. 121.
[30] MATUTE, Justino: Anales eclesiásticos y seculares
de la M. N. y M. L. ciudad de Sevilla. Sevilla, 1887. (Edición facsímil, Ediciones Guadalquivir, Sevilla,
1997). Vol. III, pp. 136-137.
[31]
PORRO, Francisco: Compendio de la vida,
virtudes y milagros del Beato Padre Francisco Caracciolo, fundador de la
Sagrada Religión de los Clérigos Menores, que escribió el P. Francisco Porro de
dicha Orden en la Casa de San Gregorio el Bético de Granada, año de 1769. Granada,
s. a.
[32] FUENTE GALAN, María del
Prado: “Aportación al estudio de las instituciones de beneficencia de Granada
del siglo XVIII: el beaterío de Santa María Egipcíaca”, Publicaciones de la Facultad de Educación y Humanidades del Campus de
Melilla, nº 29 (1999), pp. 53-66.
[33] ANÓNIMO: Declaración á el público de
la utilidad que recibe, y podrá aumentar á proporción de los esfuerzos de su amor al próximo, en el establecimiento formado para
bien de muchas almas, con el título de Casa de Corrección del Beaterio de San Antonio de esta Ciudad de
Sevilla, Sevilla 1 de Mayo de 1804. Biblioteca Capitular Colombina
(Sevilla). Sign. top.: 26-7-21(10).
[34] AGAS. Fondo: Arzobispado. Sección II. Serie: Órdenes Religiosas
Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva, 04289). Ramo 1.- Beaterio de San
Antonio. Documento 4. Carta de Sebastián de Gorbea, al Arzobispo de Laodicea,
coadjutor de Sevilla. Su fecha en Madrid 11 de octubre de 1803.
[35] AGAS. Fondo: Arzobispado.
Sección II. Serie: Órdenes Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva,
04289). Ramo 1.- Beaterio de San Antonio. Documento 7. Fecha: Año 1830.
[36] Doña Catalina Jaén estuvo casada con Francisco Díaz (natural de
Vejer), quién falleció y se enterró el 10 de febrero de 1825, en la parroquia
del Sagrario (Sevilla). AGAS. Fondo: Arzobispado. Sección II. Serie: Órdenes
Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva, 04289). Ramo 1.- Beaterio de
San Antonio. Documento 7. Fecha: Año 1836.
[37] En ese año de 1836,
también fue extinguido otro beaterio que existía en la calle de la Muela (Sevilla).
[38] Sobre la incidencia de la
Desamortización en la vida de las órdenes religiosas puede verse la clásica
obra de REVUELTA GONZALEZ, Manuel: La
exclaustración (1833 – 1840). Editorial Católica, Madrid, 1976.
[39]
GONZALEZ DE LEON, Félix: Noticia
histórica del origen de los nombres de las calles de esta Muy Noble y Muy Leal
ciudad de Sevilla. Sevilla, 1839. P. 251.
[40]
Ibídem, p. 449.
[41] AGAS. Fondo: Arzobispado.
Sección II. Serie: Órdenes Religiosas Femeninas. Legajo 242 (Signatura nueva,
04289). Ramo 1.- Beaterio de San Antonio. Documento 7. Fecha: Año 1852.
[42] REVUELTA GONZALEZ, Manuel:
“Las pagas de pensiones a los exclaustrados y a las monjas (1835 – 1850)”, en Estudios Eclesiásticos, 53 (1978);
“Vicisitudes y colocaciones de un grupo social marginado: los exclaustrados del
siglo XIX”, en Hispania Sacra, vol.
XXXII, nº 65 – 66 (1980); “La reunión de los conventos de monjas y la
incautación de sus bienes”, en Archivo
Iberoamericano nº 163 – 164 (1981).
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