“Procesiones de rogativas de las Cofradías
sevillanas en 1680”,
por
Salvador
Hernández González
en
Boletín de las Cofradías de Sevilla
n º 517 (marzo de 2002),
págs. 93 – 94.
A lo
largo de la historia se ha dado una estrecha relación entre religiosidad
popular y calamidades públicas. El pueblo, afligido por la conjunción de
epidemias, sequías, inundaciones, guerras y otros desgraciados acontecimientos,
demandaba a la Divinidad, representada por las imágenes de su devoción, el
remedio de tantos males, a la vez que se exteriorizaban los sentimientos
religiosos de la colectividad. Ante el azote de la desgracia, considerada como
un castigo por los pecados, los fieles organizan procesiones de desagravio y de
rogativas, actos penitenciales con los que se quiere aplacar la justa ira de
Dios sobre su pueblo (nota 01) [1].
Muchas
han sido las procesiones de rogativas que se jalonan a lo largo de la historia
de Sevilla, al compás de las diversas calamidades que han ido azotando a la
urbe hispalense. La alternancia entre períodos de sequías e inundaciones,
epidemias, guerras, etc., ha ido marcando la sucesión de estas manifestaciones
de la religiosidad popular, centradas en la salida procesional extraordinaria
de las imágenes sagradas como última esperanza de solución de la desgracia
colectiva.
Aunque
los protagonistas de tales procesiones de rogativas han sido con frecuencia
imágenes de reconocido peso en la historia de la religiosidad sevillana, como
el Santo Cristo de San Agustín, la Virgen de los Reyes o la de las Aguas, en
otras ocasiones han salido a la calle otras imágenes vinculadas a las cofradías
sevillanas y cuyas salidas extraordinarias son todavía poco y mal conocidas.
Este es
el caso de los titulares de varias hermandades de penitencia que procesionaron
entre los meses de marzo y abril de 1680, episodio referido por el analista
Ortiz de Zúñiga y sobre el que podemos aportar en esta ocasión nuevos datos
gracias a documentación inédita del Archivo de la Catedral de Sevilla, que nos
precisa cuáles fueron las cofradías participantes en estas rogativas, las
fechas en que se llevaron a cabo y algunos detalles de la composición de los
cortejos procesionales.
Como
nos narra el cronista sevillano, en marzo de 1680 la ciudad estaba amenazada
por la epidemia de peste que ya diezmaba los pueblos de los alrededores, al
tiempo que la sequía agotaba la feracidad de los campos. Ante tan dramática
situación, “diferentes Hermandades con
sus imágenes salieron en procesión de rogativa, y fueron a la Santa Iglesia a
implorar la misericordia del Señor” (nota
02) [2]. La
primera cofradía en salir, el martes 19, fue la del Traspaso, llevando la
imagen del Señor del Gran Poder (nota 03)[3] , que
al llegar a la Catedral “entró por la
puerta de San Miguel toda la nave arriba y pasó por la Capilla Real y se le
abrió la puerta de los Palos” (nota 04)[4].
La
segunda, en la tarde del día siguiente, fue la del Dulce Nombre de María (La
Bofetada), sita por entonces en la capilla del Colegio de las Niñas Huérfanas,
en la collación de la Magdalena, que “
trajo en procesión el Santo Cristo de la Bofetada – el Crucificado del
Mayor Dolor – y hizo la misma estación” (nota
05) [5].
La
tarde del viernes 22 salió la cofradía del Silencio, “con muchos con cruces y gran número de hermanos con velas encendidas y
la religión de los Capuchinos acompañando al Santo Cristo, y todos con mucha
compostura y devoción” (nota 06) [6].
Al día
siguiente y procedente de la parroquia de San Nicolás llegó al templo
catedralicio la imagen de Nuestra Señora del Subterráneo, titular de la antigua
Hermandad Sacramental y de Animas (fusionada en 1977 con la cofradía de la
Candelaria) (nota 07) [7],
acompañada por mucha cera y de la que personas de edad presentes en este acto
piadoso dijeron “ no haber visto esta
imagen en la calle “ , lo que da idea de la gravedad de las circunstancias
que obligaron a su salida extraordinaria (nota 08) [8].
La
cofradía de la Entrada en Jerusalén, entonces establecida en el convento de los
Terceros, cerró la primera semana de rogativas, procesionando “ un Santo Crucifijo – el Cristo del
Amor – que tienen de mucha devoción, con
mucho acompañamiento de luces y la religión de los Terceros” (nota 09) [9] .
La
última semana de marzo la abrió la llegada, desde el convento de San Pablo, de
la imagen de Nuestra de la Antigua y Siete Dolores, atribuida desde antiguo a
Pedro Roldán y titular como es sabido de la prestigiosa cofradía de su nombre,
de brillante historial y extinguida a principios del siglo XIX (nota 10) [10].
Su
recibimiento fue cuidadosamente preparado por el Cabildo de la Catedral, que
determinó facilitar su paso como el de las restantes procesiones por el crucero
ordenando desmontar las barandas de la vía sacra que comunica la capilla mayor
con el coro “ y que el altar mayor esté
con todas luces y los cirios ordinarios (...) y esto por grave, sin que sirva
de ejemplar para otras ocasiones, atento a haber en ésta tanta necesidad de
estas rogativas” (nota 11) [11].
La
imagen mariana salió en la tarde del lunes 25, siendo acompañada “ con infinitas luces y delante de ellas
gran número de nazarenos y la comunidad de San Pablo cantando las letanías de
Nuestra Señora y detrás de la Virgen muchos hermanos con luces”. A la
altura de las gradas de la Catedral comenzó a llover, arreciando la lluvia al
entrar la Señora en el templo, “con que
fue grande la conmoción de la mucha gente que estaba aguardando ver la imagen”.
Ya en el crucero, el paso se volvió tanto hacia al altar mayor como hacia
el coro, proponiendo los capitulares que la imagen pasase aquella noche en el
templo, ofrecimiento que fue declinado por la cofradía, que prefirió proseguir
su recorrido (nota 12) [12]. A
la vuelta, ya cerca del templo de San Pablo, se intensificó la lluvia,
obligando a la procesión a entrar aceledaramente en la iglesia dominica (nota
13) [13].
El
martes 26 salió la cofradía de los Panaderos, por entonces en la parroquia de
Santa Lucía, con la imagen de Nuestra Señora de Regla “acompañada de muchas luces de hermanos y alguna clerecía y una capilla
de música diciendo las letanías” (nota 14) [14]. Al
día siguiente el protagonista fue el Señor de la Humildad y Paciencia, que
salió “en procesión con muchas luces “ desde
su sede de entonces, el hoy desaparecido convento de San Basilio (nota 15) [15].
Pero el
momento álgido de este calendario de salidas procesionales extraordinarias iba
a alcanzarse con el solemne recibimiento que se le tributó el siguiente jueves 28 a la imagen del Santo
Cristo de San Agustín. Dada la gravedad de la situación de la ciudad, sobre la
que seguía pendiendo la doble amenaza de la sequía y la epidemia, el anterior
sábado 23 la corporación municipal había enviado una comisión al cabildo
eclesiástico comunicándole su intención de procesionar dicha efigie cristífera,
propuesta favorablemente acogida por los canónigos, que sin demora dispusieron
el aparato litúrgico necesario en honor del Señor, tomando como modelo los
preparativos que se llevaron a efecto con motivo de la salida extraordinaria y
estancia en la Catedral de la propia imagen a causa de la epidemia de peste de
1649 (nota 16) [16].
La
procesión salió del convento agustino a las tres de la tarde, siendo recibida
por el Cabildo eclesiástico – presidido por el Arzobispo Don Ambrosio Ignacio
de Spínola – en la antigua calle de Génova. Ya en el templo, el Santo Cristo se
colocó en el crucero – entre la capilla mayor y el coro – , que estaba
ricamente exornado para la ocasión con diferentes colgaduras y no pocas luces,
luciendo el altar mayor ornamentos de primera clase y descubriéndose el retablo
por ser la Semana de Pasión. Aquella noche la devota imagen fue velada por seis
clérigos veinteneros y algunos capitulares del propio templo catedralicio y
algunos religiosos agustinos.
A la mañana siguiente se celebró misa votiva de
Pasión con sermón a cargo del Guardián de los Capuchinos y ya por la tarde se
procedió al traslado del Señor al templo de San Agustín. El cortejo procesional
abandonó la Catedral por la puerta de los Palos, siendo despedido a la altura
de la calle Placentines por ambos cabildos, eclesiástico y secular, continuando
el Santo Cristo hasta su iglesia acompañado por “ muchos nazarenos con sus cruces, así desnudos como con túnicas y de
diferentes penitencias para aplacar la ira de Dios”, la propia hermandad
que le daba culto, la mayor parte de la nobleza de la ciudad con velas, muchos
devotos, representaciones de las órdenes religiosas, las cruces parroquiales,
la música y doce colegiales con cera (nota 17) [17].
Hasta
el sábado 30 se abrió un intervalo sin rogativas, reanudándose éstas con la
Hermandad de la Coronación (El Valle), “que
sacó en procesión a un Santo Cristo de la cruz a cuestas con muchos hermanos
con luces y la religión del Valle cantando las letanías” (nota 18)[18]. El
domingo siguiente le correspondió hacer estación a la Virgen de las Aguas desde
la colegiata del Salvador, efectuando el recorrido acostumbrado en su salida
procesional de la festividad de la Natividad de María. Haciendo honor a su
advocación y gracias a su intercesión, “esta
noche desde la oración hasta después de las ocho llovió muy bien” (nota 19) [19].
A lo
largo de la primera semana de abril se desarrolló la recta final de este ciclo
de procesiones extraordinarias. El lunes 1 hizo estación nuevamente la cofradía
del Valle, en esta ocasión con la imagen del Santo Cristo de la Coronación de
Espinas, “que ellos llaman de la Púrpura,
muy acompañado de luces y de los religiosos terceros” (nota 20)[20].
Seguidamente, un pequeño paréntesis hasta el jueves siguiente, en que desde el
convento de la Trinidad Calzada efectuó su salida la cofradía de las Cinco
Llagas, con la primitiva imagen de Nuestra Señora de la Esperanza – antecesora
de la actual de Juan de Astorga, como es sabido – , “ acompañada de dicha religión (orden trinitaria) y muchos hermanos con cera” (nota 21)[21].
De
otro convento, el de San Antonio de Padua, partió al día siguiente – viernes 5
– la procesión del Santo Sudario, a cargo de la cofradía del Cristo del Buen
Fin, que sacó la réplica de dicha reliquia del Redentor acompañada por la
comunidad franciscana “ y muchas personas
con cruces y otras penitencias y muchas luces” (nota 22) [22]. Muy
concurrida fue la salida el sábado de Nuestra Señora de la Estrella, acompañada
por la orden de los capuchinos “ y toda
Sevilla con cera “, lloviendo aquella noche con abundancia (nota 23) [23]. Y
el domingo, la cofradía de las Tres Necesidades (Carretería), entonces
establecida en la iglesia de San Francisco de Paula, de los Mínimos, procesionó
la imagen de gloria de Nuestra Señora de la Luz (nota 24) [24].
Cerrando
tan larga nómina, el lunes 8 la Hermandad de los Negritos salió con la imagen
de Nuestra Señora de los Angeles, acompañada por la cofradía del Santo Cristo
de San Agustín, y al día siguiente una hermandad de oscura y poco conocida
historia, la de los Carniceros, sacó desde la parroquia de San Isidoro un Santo
Cristo amarrado a la columna, acompañándose con religiosos del convento de San
Diego (nota 25) [25].
Este ciclo de rogativas produjo finalmente los beneficios esperados, pues como
señala la documentación analizada, “llovió
cuando Dios fue servido, que fue todo el mes de mayo”, patentizando de este
modo la esperanza depositada por el pueblo sevillano en las imágenes de sus
cofradías, seguro asidero ante cualquier tipo de zozobra y calamidad a lo largo
de la historia de la urbe hispalense, de lo que el episodio que hemos
presentado constituye un interesante botón de muestra.
[1]
CORONAS TEJADAS, Luis: “ Manifestaciones barrocas de la religiosidad popular “,
en Demófilo. Revista de Cultura
Tradicional de Andalucía n º 16, pág. 132.
[2] ORTIZ
DE ZUÑIGA, Diego: Anales eclesiásticos y
seculares de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla. Madrid, 1796. (Ed.
facsímil, Guadalquivir, Sevilla, 1988). Tomo V, pág. 347.
[3] Idem;
CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Anales de las
cofradías sevillanas. Editorial Castillejo, Sevilla, 1991. Pág. 357.
[4]
(A)rchivo de la (C)atedral de (S)evilla, sección I (Secretaría), libro 75 de
Actas Capitulares (1679 – 1680), fol. 19 r.; sección III (Liturgia), libro
04001 (1636 – 1693), fol. 164 r.;
sección VIII (Varios), libro 63, fol. 62 r.
[5]
CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Op. cit., pág. 587; A.C.S., sección III, libro 04001,
fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol. 62 r.
[6]
A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol.
62 r.
[7]
MARTINEZ ALCALDE, Juan: Sevilla Mariana.
Repertorio iconográfico. Guadalquivir, Sevilla, 1987. Pág. 491.
[8]
A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol.
62 r.
[9]
A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol.
62 vto.
[10] GARCIA
DE LA CONCHA DELGADO, Federico: “ Cofradías sevillanas extinguidas “, en Nazarenos de Sevilla. Ediciones
Tartessos, Sevilla, 1997. Vol. I, págs. 456 – 459, y en Crucificados de Sevilla. Ediciones Tartessos, Sevilla, 1998. Vol.
II, págs. 462 – 466.
[11] A.C.S.,
sección I, libro 75 de Actas Capitulares (1679 – 1680), fol. 19 r. y vto.
[12]
A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol.
62 vto.
[13]
CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Op. cit., pág. 570.
[14]
A.C.S., sección VIII, libro 63, fol. 63 r.
[15]
Idem.
[16]
A.C.S., sección I, libro 75 de Actas Capitulares, fols. 19 vto. – 20 vto. y 21
vto. – 23 r.; y sección VIII, libro 63, fols. 63 r. – 65 r.
[17]
CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Op. cit., pág. 554; ORTIZ DE ZUÑIGA, Diego: Op. cit.,
tomo V, págs. 347 – 349; A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 vto. – 165
vto.
[18]
A.C.S., sección VIII, libro 63, fol. 65 vto.
[19] Idem.
[20]
Idem.
[21]
Idem.
[22]
Idem.
[23]
Idem.
[24] Idem, fol. 66 r.
[25]
Idem.
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