sábado, 8 de agosto de 2015

Procesiones de rogativas de las Cofradías sevillanas en 1680




“Procesiones de rogativas de las Cofradías sevillanas en 1680”,

por 

Salvador Hernández González

en
Boletín de las Cofradías de Sevilla  
 n º 517 (marzo de 2002), 
págs. 93 – 94.

 

A lo largo de la historia se ha dado una estrecha relación entre religiosidad popular y calamidades públicas. El pueblo, afligido por la conjunción de epidemias, sequías, inundaciones, guerras y otros desgraciados acontecimientos, demandaba a la Divinidad, representada por las imágenes de su devoción, el remedio de tantos males, a la vez que se exteriorizaban los sentimientos religiosos de la colectividad. Ante el azote de la desgracia, considerada como un castigo por los pecados, los fieles organizan procesiones de desagravio y de rogativas, actos penitenciales con los que se quiere aplacar la justa ira de Dios sobre su pueblo  (nota 01) [1].

Muchas han sido las procesiones de rogativas que se jalonan a lo largo de la historia de Sevilla, al compás de las diversas calamidades que han ido azotando a la urbe hispalense. La alternancia entre períodos de sequías e inundaciones, epidemias, guerras, etc., ha ido marcando la sucesión de estas manifestaciones de la religiosidad popular, centradas en la salida procesional extraordinaria de las imágenes sagradas como última esperanza de solución de la desgracia colectiva.

Aunque los protagonistas de tales procesiones de rogativas han sido con frecuencia imágenes de reconocido peso en la historia de la religiosidad sevillana, como el Santo Cristo de San Agustín, la Virgen de los Reyes o la de las Aguas, en otras ocasiones han salido a la calle otras imágenes vinculadas a las cofradías sevillanas y cuyas salidas extraordinarias son todavía poco y mal conocidas.

Este es el caso de los titulares de varias hermandades de penitencia que procesionaron entre los meses de marzo y abril de 1680, episodio referido por el analista Ortiz de Zúñiga y sobre el que podemos aportar en esta ocasión nuevos datos gracias a documentación inédita del Archivo de la Catedral de Sevilla, que nos precisa cuáles fueron las cofradías participantes en estas rogativas, las fechas en que se llevaron a cabo y algunos detalles de la composición de los cortejos procesionales.

Como nos narra el cronista sevillano, en marzo de 1680 la ciudad estaba amenazada por la epidemia de peste que ya diezmaba los pueblos de los alrededores, al tiempo que la sequía agotaba la feracidad de los campos. Ante tan dramática situación, “diferentes Hermandades con sus imágenes salieron en procesión de rogativa, y fueron a la Santa Iglesia a implorar la misericordia del Señor”  (nota 02) [2]. La primera cofradía en salir, el martes 19, fue la del Traspaso, llevando la imagen del Señor del Gran Poder (nota 03)[3] , que al llegar a la Catedral “entró por la puerta de San Miguel toda la nave arriba y pasó por la Capilla Real y se le abrió la puerta de los Palos” (nota 04)[4]

La segunda, en la tarde del día siguiente, fue la del Dulce Nombre de María (La Bofetada), sita por entonces en la capilla del Colegio de las Niñas Huérfanas, en la collación de la Magdalena, que “ trajo en procesión el Santo Cristo de la Bofetada – el Crucificado del Mayor Dolor – y hizo la misma estación” (nota 05) [5].

La tarde del viernes 22 salió la cofradía del Silencio, “con muchos con cruces y gran número de hermanos con velas encendidas y la religión de los Capuchinos acompañando al Santo Cristo, y todos con mucha compostura y devoción” (nota 06)  [6].

Al día siguiente y procedente de la parroquia de San Nicolás llegó al templo catedralicio la imagen de Nuestra Señora del Subterráneo, titular de la antigua Hermandad Sacramental y de Animas (fusionada en 1977 con la cofradía de la Candelaria) (nota 07) [7], acompañada por mucha cera y de la que personas de edad presentes en este acto piadoso dijeron “ no haber visto esta imagen en la calle “ , lo que da idea de la gravedad de las circunstancias que obligaron a su salida extraordinaria (nota 08) [8].

La cofradía de la Entrada en Jerusalén, entonces establecida en el convento de los Terceros, cerró la primera semana de rogativas, procesionando “ un Santo Crucifijo – el Cristo del Amor – que tienen de mucha devoción, con mucho acompañamiento de luces y la religión de los Terceros” (nota 09) [9] .

La última semana de marzo la abrió la llegada, desde el convento de San Pablo, de la imagen de Nuestra de la Antigua y Siete Dolores, atribuida desde antiguo a Pedro Roldán y titular como es sabido de la prestigiosa cofradía de su nombre, de brillante historial y extinguida a principios del siglo XIX (nota 10)  [10]

Su recibimiento fue cuidadosamente preparado por el Cabildo de la Catedral, que determinó facilitar su paso como el de las restantes procesiones por el crucero ordenando desmontar las barandas de la vía sacra que comunica la capilla mayor con el coro “ y que el altar mayor esté con todas luces y los cirios ordinarios (...) y esto por grave, sin que sirva de ejemplar para otras ocasiones, atento a haber en ésta tanta necesidad de estas rogativas” (nota 11) [11]

La imagen mariana salió en la tarde del lunes 25, siendo acompañada “ con infinitas luces y delante de ellas gran número de nazarenos y la comunidad de San Pablo cantando las letanías de Nuestra Señora y detrás de la Virgen muchos hermanos con luces”. A la altura de las gradas de la Catedral comenzó a llover, arreciando la lluvia al entrar la Señora en el templo, “con que fue grande la conmoción de la mucha gente que estaba aguardando ver la imagen”. Ya en el crucero, el paso se volvió tanto hacia al altar mayor como hacia el coro, proponiendo los capitulares que la imagen pasase aquella noche en el templo, ofrecimiento que fue declinado por la cofradía, que prefirió proseguir su recorrido (nota 12)  [12]. A la vuelta, ya cerca del templo de San Pablo, se intensificó la lluvia, obligando a la procesión a entrar aceledaramente en la iglesia dominica (nota 13)  [13].

El martes 26 salió la cofradía de los Panaderos, por entonces en la parroquia de Santa Lucía, con la imagen de Nuestra Señora de Regla “acompañada de muchas luces de hermanos y alguna clerecía y una capilla de música diciendo las letanías” (nota 14) [14]. Al día siguiente el protagonista fue el Señor de la Humildad y Paciencia, que salió “en procesión con muchas luces “ desde su sede de entonces, el hoy desaparecido convento de San Basilio (nota 15)  [15].

Pero el momento álgido de este calendario de salidas procesionales extraordinarias iba a alcanzarse con el solemne recibimiento que se le tributó el siguiente jueves 28 a la imagen del Santo Cristo de San Agustín. Dada la gravedad de la situación de la ciudad, sobre la que seguía pendiendo la doble amenaza de la sequía y la epidemia, el anterior sábado 23 la corporación municipal había enviado una comisión al cabildo eclesiástico comunicándole su intención de procesionar dicha efigie cristífera, propuesta favorablemente acogida por los canónigos, que sin demora dispusieron el aparato litúrgico necesario en honor del Señor, tomando como modelo los preparativos que se llevaron a efecto con motivo de la salida extraordinaria y estancia en la Catedral de la propia imagen a causa de la epidemia de peste de 1649 (nota 16) [16].

La procesión salió del convento agustino a las tres de la tarde, siendo recibida por el Cabildo eclesiástico – presidido por el Arzobispo Don Ambrosio Ignacio de Spínola – en la antigua calle de Génova. Ya en el templo, el Santo Cristo se colocó en el crucero – entre la capilla mayor y el coro – , que estaba ricamente exornado para la ocasión con diferentes colgaduras y no pocas luces, luciendo el altar mayor ornamentos de primera clase y descubriéndose el retablo por ser la Semana de Pasión. Aquella noche la devota imagen fue velada por seis clérigos veinteneros y algunos capitulares del propio templo catedralicio y algunos religiosos agustinos. 

A la mañana siguiente se celebró misa votiva de Pasión con sermón a cargo del Guardián de los Capuchinos y ya por la tarde se procedió al traslado del Señor al templo de San Agustín. El cortejo procesional abandonó la Catedral por la puerta de los Palos, siendo despedido a la altura de la calle Placentines por ambos cabildos, eclesiástico y secular, continuando el Santo Cristo hasta su iglesia acompañado por “ muchos nazarenos con sus cruces, así desnudos como con túnicas y de diferentes penitencias para aplacar la ira de Dios”, la propia hermandad que le daba culto, la mayor parte de la nobleza de la ciudad con velas, muchos devotos, representaciones de las órdenes religiosas, las cruces parroquiales, la música y doce colegiales con cera (nota 17) [17].

Hasta el sábado 30 se abrió un intervalo sin rogativas, reanudándose éstas con la Hermandad de la Coronación (El Valle), “que sacó en procesión a un Santo Cristo de la cruz a cuestas con muchos hermanos con luces y la religión del Valle cantando las letanías” (nota 18)[18]. El domingo siguiente le correspondió hacer estación a la Virgen de las Aguas desde la colegiata del Salvador, efectuando el recorrido acostumbrado en su salida procesional de la festividad de la Natividad de María. Haciendo honor a su advocación y gracias a su intercesión, “esta noche desde la oración hasta después de las ocho llovió muy bien” (nota 19)  [19].

A lo largo de la primera semana de abril se desarrolló la recta final de este ciclo de procesiones extraordinarias. El lunes 1 hizo estación nuevamente la cofradía del Valle, en esta ocasión con la imagen del Santo Cristo de la Coronación de Espinas, “que ellos llaman de la Púrpura, muy acompañado de luces y de los religiosos terceros” (nota 20)[20]. Seguidamente, un pequeño paréntesis hasta el jueves siguiente, en que desde el convento de la Trinidad Calzada efectuó su salida la cofradía de las Cinco Llagas, con la primitiva imagen de Nuestra Señora de la Esperanza – antecesora de la actual de Juan de Astorga, como es sabido – , “ acompañada de dicha religión (orden trinitaria) y muchos hermanos con cera” (nota 21)[21]

De otro convento, el de San Antonio de Padua, partió al día siguiente – viernes 5 – la procesión del Santo Sudario, a cargo de la cofradía del Cristo del Buen Fin, que sacó la réplica de dicha reliquia del Redentor acompañada por la comunidad franciscana “ y muchas personas con cruces y otras penitencias y muchas luces” (nota 22) [22]. Muy concurrida fue la salida el sábado de Nuestra Señora de la Estrella, acompañada por la orden de los capuchinos “ y toda Sevilla con cera “, lloviendo aquella noche con abundancia (nota 23)  [23]. Y el domingo, la cofradía de las Tres Necesidades (Carretería), entonces establecida en la iglesia de San Francisco de Paula, de los Mínimos, procesionó la imagen de gloria de Nuestra Señora de la Luz (nota 24)  [24].

Cerrando tan larga nómina, el lunes 8 la Hermandad de los Negritos salió con la imagen de Nuestra Señora de los Angeles, acompañada por la cofradía del Santo Cristo de San Agustín, y al día siguiente una hermandad de oscura y poco conocida historia, la de los Carniceros, sacó desde la parroquia de San Isidoro un Santo Cristo amarrado a la columna, acompañándose con religiosos del convento de San Diego (nota 25) [25]

Este ciclo de rogativas produjo finalmente los beneficios esperados, pues como señala la documentación analizada, “llovió cuando Dios fue servido, que fue todo el mes de mayo”, patentizando de este modo la esperanza depositada por el pueblo sevillano en las imágenes de sus cofradías, seguro asidero ante cualquier tipo de zozobra y calamidad a lo largo de la historia de la urbe hispalense, de lo que el episodio que hemos presentado constituye un interesante botón de muestra. 

 

* Publicado en Boletín de las Cofradías de Sevilla n º 517 (marzo de 2002), págs. 93 – 94.


[1] CORONAS TEJADAS, Luis: “ Manifestaciones barrocas de la religiosidad popular “, en Demófilo. Revista de Cultura Tradicional de Andalucía n º 16, pág. 132.
[2] ORTIZ DE ZUÑIGA, Diego: Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla. Madrid, 1796. (Ed. facsímil, Guadalquivir, Sevilla, 1988). Tomo V, pág. 347.
[3] Idem; CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Anales de las cofradías sevillanas. Editorial Castillejo, Sevilla, 1991. Pág. 357.
[4] (A)rchivo de la (C)atedral de (S)evilla, sección I (Secretaría), libro 75 de Actas Capitulares (1679 – 1680), fol. 19 r.; sección III (Liturgia), libro 04001 (1636 – 1693), fol. 164 r.;  sección VIII (Varios), libro 63, fol. 62 r.
[5] CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Op. cit., pág. 587; A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol. 62 r.
[6] A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol. 62 r.
[7] MARTINEZ ALCALDE, Juan: Sevilla Mariana. Repertorio iconográfico. Guadalquivir, Sevilla, 1987. Pág. 491.
[8] A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol. 62 r.
[9] A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol. 62 vto.
[10] GARCIA DE LA CONCHA DELGADO, Federico: “ Cofradías sevillanas extinguidas “, en Nazarenos de Sevilla. Ediciones Tartessos, Sevilla, 1997. Vol. I, págs. 456 – 459, y en Crucificados de Sevilla. Ediciones Tartessos, Sevilla, 1998. Vol. II, págs. 462 – 466.
[11] A.C.S., sección I, libro 75 de Actas Capitulares (1679 – 1680), fol. 19 r. y vto.
[12] A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 r., y sección VIII, libro 63, fol. 62 vto.
[13] CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Op. cit., pág. 570.
[14] A.C.S., sección VIII, libro 63, fol. 63 r.
[15] Idem.
[16] A.C.S., sección I, libro 75 de Actas Capitulares, fols. 19 vto. – 20 vto. y 21 vto. – 23 r.; y sección VIII, libro 63, fols. 63 r. – 65 r.
[17] CARRERO RODRIGUEZ, Juan: Op. cit., pág. 554; ORTIZ DE ZUÑIGA, Diego: Op. cit., tomo V, págs. 347 – 349; A.C.S., sección III, libro 04001, fol. 164 vto. – 165 vto.
[18] A.C.S., sección VIII, libro 63, fol. 65 vto.
[19] Idem.
[20] Idem.
[21] Idem.
[22] Idem.
[23] Idem.
[24] Idem, fol. 66 r.
[25] Idem.

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