EL PATRIMONIO MONUMENTAL DE AZUAGA
A TRAVÉS DE LA HISTORIOGRAFIA ARTISTICA: APROXIMACION BIBLIOGRAFICA
por
Salvador Hernández González
en
Publicado en Revista de Feria y Fiestas de Azuaga (2003),
págs. 103 – 110.
1.
Visiones globales del
patrimonio artístico de Azuaga: de los diccionarios geográficos a los catálogos
monumentales y guías artísticas.
Como testimonio de
su pasado, Azuaga conserva un interesante patrimonio monumental integrado como
es sabido por una serie de construcciones tanto religiosas como civiles que
guardan en su interior piezas artísticas de diferente valor, pero que son
elocuente muestra de la religiosidad popular y formas de vida de otras épocas.
En torno a las fundaciones eclesiásticas y piadosas establecidas en la
localidad, como la parroquia de Nuestra Señora de Consolación, el convento de
Nuestra Señora de la Merced, la iglesia del Cristo del Humilladero, las ermitas
y cofradías, etc. se desenvolvió la actividad de artistas (arquitectos,
escultores, pintores, orfebres, etc.) que se dieron cita para el ornato de
estos recintos sagrados.
Este patrimonio
monumental ha recibido cierto número de estudios por parte de la historiografía
artística, producción bibliográfica que queremos reseñar al objeto de obtener
una visión panorámica de lo que sabemos y conocemos sobre este legado de las
Bellas Artes en la localidad. Es decir, trataremos de presentar un estado de la
cuestión, ciertamente incompleto dad la imposibilidad de disponer de algunos
trabajos, sobre la historia del arte en Azuaga, que nos dé idea de los
monumentos y obras objeto de estudio, fuentes utilizadas, metodología y
aspectos analizados.
Si tenemos en
cuenta que la Historia del Arte, como disciplina científica independiente de la
literatura, la historia propiamente dicha y la arqueología, se consolida a lo
largo de los siglos XIX y XX, nos encontramos con que las primeras semblanzas
que conocemos sobre el patrimonio artístico de Azuaga proceden – dejando aparte
las fuentes propiamente archivísticas – de algunas producciones bibliográficas
de dichas centurias, que sin ser obras específicamente dedicadas a las Bellas
Artes, sí aportan referencias sobre nuestros monumentos, con valor puramente
estadístico más que descriptivo. Este es el caso de algunos diccionarios
geográficos y guías provinciales que, sin entrar en el análisis de los
edificios y su contenido artístico, aportan al menos la nómina de los
monumentos artísticos existentes en la localidad.
Ya a fines del
siglo XVIII el interés despertado por la Ilustración en torno al estudio de la
geografía, la historia y la arqueología había provocado algunos intentos de
realización de diccionarios geográficos de España que diesen una visión
panorámica de nuestros pueblos, abarcando aspectos tan variados como el medio
físico, población, recursos económicos, urbanismo y edificios notables, como
iglesias, conventos, ermitas, castillos o restos arqueológicos. En esta línea
hay que recordar el proyecto emprendido por Tomás López, geógrafo real de
Carlos III, quien envió una encuesta a los párrocos de los pueblos pidiendo
datos para la redacción de su nunca publicado diccionario, del que sólo han
visto la luz y en fechas recientes los textos correspondientes a unas pocas
provincias, entre ellas las dos extremeñas. En las respuestas enviadas por el
párroco Francisco Hernández de la Villa con fecha 19 de abril de 1798 [1] , se
recoge una relación de los edificios religiosos entonces existentes:
“ Tiene una suntuosa iglesia parroquial de exquisita escultura
y cantería, concluida en el año de 1528, de tres naves, su longitud 273 pies y
de la latitud lo que en reglas de geometría le corresponde, con cuatro
capillas, siendo su titular Nuestra Señora de Consolación y se hallan colocadas
las reliquias siguientes: una espina de las setenta y dos de la corona de
Cristo Señor Nuestro, parte de la esponja de su Pasión, parte de la cabeza de
San Lucas Evangelista y la de San Sevaldo confesor, de San Fabián, San
Sebastián y de las Once Mil Vírgenes, que fueron colocadas el 18 de diciembre
de 1547 y se condujeron a esta villa por concesión de Su Santiad Paulo III,
sacándolas del convento de Santo Domingo de la ciudad de Morinverg en Alemania,
a Don Juan Zapata, natural de dicha villa. Tiene ésta doce ermitas, hay nueve
dentro de la población y entre éstas una casa de caridad y dos hospitales,
siendo famosísima la del Señor del Humilladero, efigie que se lleva el cordial
afecto y devoción de todo este vecindario, por los muchos beneficios que ha
recibido en todas las necesidades que ha recurrido a su divina protección y por
los muchos milagros que ha obrado (...). También es digno de la mayor atención
el oratorio de San Felipe Neri, construido a expensas de los hermanos de la
Santa Escuela de Cristo, no sólo por el primor de su obra sino es por el mucho
culto y contínuos ejercicios que en él se practican. Extramuros está la ermita
de Santa Catalina a distancia de un cuarto de legua, la de San Isidro a legua y
media y la de San Bartolomé a tres cuartos de legua, la que por tradición se
dice haber sido casa de los extinguidos templarios. Hay en dicha villa un convento
de la Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced, Calzados, y
corresponde a la provincia de Andalucía, fundado en el año de 1590 “.
Con los mismos
planteamientos, la Real Audiencia de Extremadura ordenó por los mismos años de
finales del siglo XVIII la elaboración de su conocido Interrogatorio como instrumento de diagnóstico de la realidad
política, social y económica de la región [2].
Algunas de las respuestas a esta encuesta, al referirse a la Iglesia, informan
tanto de la estructura administrativa eclesiástica – parroquias, capellanías,
cofradías, número de conventos y ermitas, etc. – como de los edificios
destinados al culto, de los que para el caso de Azuaga se destacan los dos más
importantes [3]
: “ La Iglesia Parroquial y la capilla del
Santo Cristo del Humilladero son dos edificios notables, aquélla en una fábrica
de orden gótico perfecta, y ésta es moderna, pero construida según las reglas
de buena arquitectura “.
Ya a mediados del
siglo XIX, nos encontramos con ese monumento bibliográfico de la historiografía
española que es el Diccionario geográfico
– histórico – estadístico de Pascual Madoz, obra modélica entre las de su
género y que ciertamente debió aprovechar el material recogido por Tomás López.
En su obra, Madoz atiende a aspectos tan variados como la situación de la
localidad dentro del marco provincial, distancias a los centros administrativos
de los que depende y localidades vecinas, situación del casco urbano, límites
municipales, red hidrográfica y características del terreno, abordando además
la cuantificación no sólo de la producción agropecuaria, industrial, comercial
y de los efectivos poblacionales, sino también del personal eclesiástico y
edificios religiosos, que inserta dentro del marco descriptivo del urbanismo local
planteado en su obra. En el caso de Azuaga, el autor cita de pasada la
parroquia, “ que es un edificio magnífico
y espacioso construido según varios rótulos que se observan en el coro, por los
años 1528, con torre en forma de castillo “, el ex- convento de los
Mercedarios, el santuario del Cristo del Humilladero y las ermitas de Santiago,
Señor de la Humildad y Paciencia y la Aurora [4].
La segunda mitad
de la centuria, marcada ya por el signo de la historiografía romántica,
conocerá la proliferación de diccionarios histórico – geográficos que no suelen
prestar excesiva atención al patrimonio artístico (salvo en el caso de los
grandes monumentos de las capitales de provincia, generalmente), sin que se
aborde el análisis sistemático de los monumentos ubicados en los pueblos,
aunque el nuevo impulso que toma la historia local hace que se publiquen
algunas monografías en las que se estudian con notoria erudición no sólo los
acontecimientos que conforman el pasado de la localidad, sino también los
vestigios arqueológicos y la arquitectura religiosa, civil y militar, corriente
historiográfica en la que se inscribe plenamente la historia de Azuaga
elaborada por Félix Rodríguez Díaz, obra de la que no hemos podido disponer
para enjuiciarla adecuadamente [5].
Esta situación de
inercia va a experimentar un profundo giro a comienzos del siglo XX. Los nuevos
planteamientos historiográficos, de acuerdo con la ilusión de un resurgimiento
cultural y científico que hiciese superar el trauma de la crisis de 1898,
reclamaban la necesidad de catalogar nuestra riqueza artística, como
instrumento básico e imprescindible para su estudio y difusión. De acuerdo con
este sano criterio, un decreto de 1 de junio de 1900 ordenaba la formación de
un Catálogo monumental de España,
usando de criterios más científicos, rigurosos y precisos, tarea que se haría
por provincias y sería publicada por el Estado [6].
Tan
ambicioso proyecto nació marcado por la penuria tanto de medios como de
personal cualificado para llevarlo a cabo, por lo que sólo aparecieron, muy
irregularmente, los catálogos de unas pocas provincias, entre ellos el de
Badajoz en 1926, a cargo de José Ramón Mélida, quien describe los monumentos
partiendo de la visión directa de los mismos, avalado además por las
reproducciones fotográficas que incluye, a pesar de haber dejado fuera de este
corpus monumental algunos edificios que tal vez no considerase dignos de
aparecer reseñados por su desigual valor artístico. Se analiza tanto la
arquitectura religiosa como la civil, sin olvidar las fortalezas y recintos
amurallados urbanos, describiéndose plantas, alzados, materiales, soportes,
sistemas de cubiertas y elementos ornamentales. Más escueta resulta su relación
de las piezas artísticas albergadas en los templos, de las que destaca las pertenecientes
a los estilos gótico y renacentista, tratando con cierto desdén, cuando no las
silencia, las producciones del Barroco, postura que no hace sino continuar los
planteamientos estéticos de la historiografía del siglo XIX, a pesar del
moderno y preciso rigor descriptivo que aflora en la obra.
En el capítulo de
Azuaga [7] se
describen los restos del castillo, la parroquia, la iglesia de la Merced y
algunas ventanas mudéjares dispersas por el casco urbano. Cuando aborda la
relación de las piezas custodiadas en estos templos, selecciona las más acordes
con su sensibilidad estética, es decir, las medievales y renacentistas (en la
parroquia, el retablo mayor, la pila bautismal y la pintura en tabla de Nuestra
Señora de la Rosa, y en la Merced, un retablo gótica con pinturas en tabla de
temática hagiográfica), pasando muy de puntillas por las producciones barrocas,
aunque en contrapartida recoge algunas muestras de artes suntuarias, como la
selección que hace de piezas de platería del templo de Nuestra Señora de
Consolación, entre las que destaca la custodia procesional. A pesar de sus
limitaciones, el catálogo de Mélida se constituye en un documento de obligada
consulta para el estudio del patrimonio artístico de la provincia de Badajoz,
máxime si tomamos en consideración el hecho de que parte de las obras que
recoge perecieron en los desgraciados sucesos de 1936, por lo que los
comentarios e ilustraciones del texto de esta obra adquieren auténtico valor
testimonial.
Paralelamente, la
labor documentalista emprendida desde las primeras décadas del siglo XX por los
investigadores sevillanos en el Archivo de Protocolos de la capital hispalense
aportaba referencias sobre la ejecución en sus talleres de varias obras para
Azuaga, aunque desgraciadamente no todas han llegado hasta nuestros días.
Iniciada esta labor de exhumación documental por José Gestoso y Pérez, su línea
fue continuada por la labor personal de López Martínez y la de los
investigadores agrupados en el entonces recién nacido Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla, con nombres tan
señeros para la historiografía artística como Bago y Quintanilla, Hernández
Díaz, Muro Orejón y Sancho Corbacho.
En relación con Azuaga, aportaron datos
relativos a los encargos efectuados durante los siglos XVI y XVII en los
obradores hispalenses, fundamentalmente esculturas y conjuntos retablísticos.
Así López Martínez recoge noticias en torno a diversas obras: el contrato y
ejecución de un tabernáculo para la ermita de Santa Eulalia, del que se
ocuparían Juan Bautista Vázquez en la arquitectura y Andrés de Ocampo de la
imagen titular, entre 1588 y 1591 [8];
datos relativos al largo y complejo proceso de ejecución del desaparecido
retablo mayor de la parroquia de Nuestra Señora de Consolación, que se
escalonan entre un primer encargo en 1578 a los entalladores Francisco Isidro
de Aguilar y Rodrigo Lucas, el traspaso de la obra a Andrés de Ocampo y el
remate definitivo de la obra a cargo de Juan de Oviedo el Mozo, quien lo
concluyó en 1596 [9]; las
labores de dorado y pintura en 1614 del retablo de la Hermandad de San Pedro en
la parroquia, a cargo de los pintores Vicente de Perea y Blas Martín Silvestre [10] ; y
el encargo en 1624 al último artista citado de una imagen de San Blas para la
cofradía de su nombre [11],
participando además ambos artífices en las tareas del dorado y policromía del
retablo mayor del templo parroquial, labores sobre las que aportan noticias
Heliodoro Sancho Corbacho y Miguel de Bago y Quintanilla en los Documentos para la Historia del Arte en
Andalucía [12].
Siguiendo esta línea de investigación archivística, en la pasada década de los
ochenta y desde la vecina Llerena el notario Don Antonio Carrasco García
exhumaba del archivo de Protocolos numerosas noticias artísticas, alguna de
ellas relativa a Azuaga, como la referida a la fallida intervención de Juan
Bautista Vázquez el Mozo en el retablo mayor de la parroquial de Consolación [13].
Volviendo a la
década de los treinta, las repercusiones que la tragedia de la Guerra Civil
tuvo en el patrimonio artístico pacense fueron analizadas por Adelardo Covarsí,
quien al evaluar las pérdidas sufridas por la parroquia de la Consolación de
Azuaga subraya la irreparable pérdida de todos los retablos, imágenes, pinturas
y parte de la orfebrería [14],
pronunciándose en la misma línea el informe recogido por la Comisión Provincial
de Monumentos en 1937 [15]
Tras la atonía de
la postguerra, a partir de la década de los sesenta y setenta se revitaliza el
interés por el patrimonio artístico extremeño. En 1961 el Conde de Canilleros
nos deja una guía regional en la que, con marcado sentido literario y en
apretada síntesis se facilitan algunos datos sobre la historia de Azuaga y se
plantea una apretada visión panorámica de los principales monumentos de la
localidad: la parroquia, la iglesia de la Merced, el templo del Cristo del
Humilladero y los restos del castillo [16].
Tres años más tarde Carlos Callejo Serrano mostraba en la guía de Badajoz y su provincia una sucinta
visión de los monumentos azuagueños, centrada en la descripción de la
arquitectura del templo de Consolación y la cita, muy de pasada, de las
iglesias de la Merced y del Cristo [17].
Continuando esta tradición regionalista encontramos a finales de la década de
los setenta el volumen colectivo dedicado a Extremadura dentro de la colección Tierras de España patrocinada por la
Fudación Juan March, en cuyo capítulo del Arte, a cargo del profesor Alvarez
Vilar, se describe la rica torre – fachada de la parroquia de Azuaga [18].
Las últimas
décadas del siglo XX asistirán a una notable proliferación y diversificación de
los estudios sobre el arte en Azuaga. La actividad de los estudiosos locales y
de los investigadores vinculados a instituciones como la Real Academia de
Extremadura de las Letras y las Artes y la joven universidad extremeña, van a
renovar el panorama de la historiografía artística en la Baja Extremadura, con
nombres como los de Pilar Mogollón Gano – Cortés (a cuyos trabajos sobre el
mudéjar extremeño nos referimos más adelante), Florencio Javier García Mogollón
(especializado en el campo de la platería, al que más adelante volveremos), y
Carmelo Solís Rodríguez y Francisco Tejada Vizuete, quienes en la monumental Historia de la Baja Extremadura plantean
una exhaustiva visión del patrimonio de la provincia de Badajoz con notable
acopio de noticias documentales que han contribuido a perfilar, en el caso de
Azuaga, la nómina de los artistas que para ella laboraron y cuya producción ha
desaparecido en su mayor parte como es sabido a causa de los avatares de
nuestra historia contemporánea. Una actualizada visión del patrimonio artístico
de la localidad, especialmente de su arquitectura y en la línea de los
catálogos monumentales, encontramos en el volumen colectivo sobre los Monumentos artísticos de Extremadura,
donde se describe la parroquia de Consolación y la iglesia de la Merced [19].
2. Estudios sobre la
arquitectura y urbanismo de Azuaga.
Como plasmación en
la trama urbana de todo un proceso de evolución histórica, el urbanismo de
Azuaga cuenta con algunos estudios, como los de Alberto Gonzalez Rodríguez [20] o el
evocador recorrido que realiza Tejada Vizuete por la localidad [21] .
Algunos elementos de la morfología del casco urbano han sido también objeto de
análisis, como la Plaza Vieja y la Plaza Mayor, estudiadas por José Ignacio
González Lorenzo [22]; el
plano de 1570, analizado por Ramón Medina Cledón [23], o
la vivienda popular, estudiada por Manuel Mateos García [24].
Pasando ya al
elenco propiamente monumental, hay que comenzar refiriéndose al castillo, cuyo
estudio es abordado por Manuel Garrido Santiago, quien contando con el apoyo de
la documentación sobre la Orden de Santiago conservada en el Archivo Histórico
Nacional [25]
, acomete el análisis de los pocos restos conservados [26] , a
los que también se refiere, en cortas líneas y dentro de su estudio sobre la
fortalezas hispano – musulmanas, Basilio Pavón Maldonado [27], al
igual que lo hace María Teresa Terrón Reynolds en su guía de los castilos de
Badajoz [28].
El amplio
desarrollo alcanzado por la arquitectura mudéjar en Azuaga ha sido objeto de
análisis, dentro del contexto general del arte mudéjar extremeño, por la
profesora Pilar Mogollón, quien analiza la portada de la iglesia de la Merced y
la interesante nómina de viviendas mudéjares dispersas por el casco urbano,
obras cuya descripción formal acomete con rigor y precisión [29],
patrimonio que también ha sido objeto de atención por parte de Rafael Pardo
Martín [30].
Este campo de estudio del patrimonio arquitectónico medieval es compartido por
la profesora Aurora Ruiz Mateos, con sus trabajos sobre la Casa de la
Encomienda (donde se analiza la desaparecida de Azuaga) [31] y
las ermitas de la Baja Extremadura [32].
Desde el punto de vista de la documentación de archivo, más que del análisis
directo de los edificios, están planteados el estudio de Vicente y José Manuel
García Lobo sobre las ermitas de la Baja Extremadura al final de la Edad Media
– incluyendo la nómina de las existentes en Azuaga en las postrimerías del
siglo XV [33]
- y la tesis de Pilar Flores Guerrero sobre la arquitectura religiosa en el
Priorato de San Marcos de León durante los siglos XV y XVI, en la que se
aportan interesantes noticias sobre los templos de Santa Olalla y Nuestra
Señora de la Consolación, convento de la Merced y ermitas de San Bartolomé,
Santiago, Nuestra Señora de la Paz y Santa Catalina [34].
También desde esta línea documentalista hay que contar con las aportaciones de
Eladio Méndez Venegas, que basándose en los informes de la Visita Pastoral
santiaguista de 1498 deja perfilada la situación de las iglesias y hospitales
de Azuaga en las postrimerías del medievo [35], y
de Carmelo Solís, quien recoge parcialmente algunos datos sobre las obras en
curso en la parroquia de Consolación a mediados del siglo XVI [36].
En los últimos
años, el volumen dedicado a Extremadura dentro de la colección La España Gótica describe una muestra
tan representativa del estilo como es la parroquia azuagueña [37],
cuya espléndida fachada ha sido minuciosamente analizada por Hernández Nieves [38]. Las
relaciones de nuestro templo con la arquitectura portuguesa del estilo
manuelino son subrayadas por el profesor Alvarez Vilar a través de su
comparación con la iglesia de San Juan Bautista de Vila do Conde [39].
Conviviendo con este peculiar gótico tardío, asoman en la parroquia azuagueña
algunos rasgos renacentistas, como la ventana plateresca de la torre, ya
subrayados por Camón Aznar [40] , De
la Banda [41]
Cervera Vera [42],
Sánchez Lomba y García Arranz [43].
Sobre otros
edificios religiosos de la localidad contamos con diversos trabajos, como la
obra colectiva sobre la Arquitectura
rural y piedad popular en Azuaga (1494 – 1604), obra que no hemos tenido
oportunidad de consultar, y el artículo de Pardo Martín sobre las ermitas [44].
Otras referencias las aporta el profesor De la Banda y Vargas a propósito del
templo de la Merced, que relaciona en el modelo de iglesia de arcos
transversales con cubierta de madera, propio de la vecina Sierra Norte
sevillana [45].
Y con relación a la del Cristo del Humilladero, subraya su carácter de
transición entre el barroco y las formas neoclásicas [46].
3. Estudios sobre otras
manifestaciones artísticas: escultura, pintura y artes suntuarias.
Mucho más corto es
este apartado, si tenemos en cuenta la prácticamente total destrucción del
patrimonio artístico de la localidad en 1936, que ha venido a conocerse mejor,
a nivel documental, en la década de los ochenta con las investigaciones
llevadas a cabo por Carmelo Solís Rodríguez y Francisco Tejada Vizuete,
sintetizadas en los capítulos correspondientes de la ya citada Historia de la Baja Extremadura, donde
se recoge la nómina de obras ejecutadas entre los siglos XVI y XVII para las
iglesias de Azuaga [47].
De estas obras
destruidas, la pieza estrella era sin duda alguna el retablo mayor de la
parroquia de la Consolación, magno conjunto de complicada historia ejecutado
finalmente, según ya se vio, por el escultor Juan de Oviedo entre 1589 y 1596,
policromado por los pintores Blas Martín Silvestre y Vicente de Perea, en cuya
estructura arquitectónica de tipo manierista se albergaban relieves representando
escenas de la vida de Cristo y la Virgen y esculturas de diferentes santos.
Documentada su autoría como antes se dijo por Celestino López Martínez y
descrito por José Ramón Mélida, ha sido más recientemente analizado por De la
Banda y Vargas [48],
Pérez Escolano en su monografía sobre Juan de Oviedo [49] ,
Palomero Páramo en su tesis doctoral sobre el retablo sevillano del
Renacimiento (donde figura nuevamente reproducido y se recogen en la
correspondiente ficha los datos de autoría, cronología y estructura
arquitectónica, sin olvidar su programa iconográfico, gráficamente descrito a
través de un clarificador dibujo de esta gran máquina retablística) [50] y
Hernández Nieves, quien en su tesis sobre la retablística de la Baja
Extremadura recapitula todas las noticias documentales ya conocidas, las
completa con nuevos datos extraídos del Archivo Municipal de Azuaga y vuelve a
describir el conjunto, del que reproduce fotografía y el dibujo publicado por
Palomero [51]
.
Otras piezas
escultóricas de la localidad citadas por la crítica artística son la Santa
Eulalia de su ermita, obra como sabemos de Andrés de Ocampo, a la que se
refieren tanto De la Banda como Palomero Paramo [52] ; el
Cristo del Humilladero, atribuido a Ocampo por De la Banda [53] ; y
el Cristo de marfil conservado en la parroquia, catalogado por Margarita
Estella como obra hispano filipina del siglo XVII [54].
Dentro de este apartado de la plástica escultórica señalaremos también la
interesante referencia documental dada a conocer por Garraín Villa sobre el
sorprendente encargo realizado por el convento de la Merced al pintor Zurbarán,
consistente en una escultura de Cristo Crucificado, obra afortunadamente
conservada en dicho templo y de la que por el momento es problemático
pronunciarse rotundamente sobre esta nueva propuesta de autoría [55].
Mucho más escasas
son las referencias sobre la actividad pictórica, como el dato recogido por
Carmelo Solís sobre el pintor Alonso Sánchez de la Gala, vecino de Azuaga, que
en 1575 interviene en la tasación de la imagen de San Bartolomé ejecutada por
el entallador Juan de Valencia para la ermita del santo en la localidad [56]. El
pintor Juan del Castillo, natural de Azuaga, goza de más renombre por haber
sido maestro de Alonso Cano y Murillo, como ha sido subrayado por De la Banda [57]
Para concluir este
apretado recorrido bibliográfico debemos referirnos a las investigaciones
efectuadas sobre las artes suntuarias o aplicadas, a la cabeza de las cuales
figura la platería, arte del que Azuaga conserva una excelente representación
en la parroquia de Consolación, piezas catalogadas y analizadas por García
Mogollón [58]
, algunas de las cuales han sido objeto de revisión por parte de Cristina
Esteras [59],
Cruz Valdovinos [60]
y Tejada Vizuete, autor este último que ha profundizado en el estudio de la
platería pacense tanto en su tesis doctoral como en los capítulos dedicados a
las artes suntuarias en la Historia de la
Baja Extremadura, donde se analizan algunas de las piezas más
significativas de la platería parroquial y otras muestras ornamentales como las
rejas renacentistas del mismo templo [61].
Dentro de este campo de las artes aplicadas hay que incluir la pila bautismal
de la parroquia, obra sevillana de fines del siglo XV o comienzos del siglo
XVI, cuyo valor es subrayado por el profesor De la Banda [62].
En definitiva, a
través de estos trabajos nos encontramos con un punto de partida y apoyo para
seguir profundizando en el conocimiento del patrimonio artístico y monumental
de Azuaga, que si bien nos ha llegado mermado a causa de los avatares
históricos, es legado de nuestra historia que tenemos obligación no sólo de
estudiar y apreciar, sino de entregar a las generaciones venideras, como señas
de identidad de nuestro pueblo.
*
Publicado en Revista de Feria y Fiestas
de Azuaga (2003), págs. 103 – 110.
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